El calor en Villa Centenario pegaba diferente cuando el sol se escondía. El aire parecía más denso, como si todo lo que no se decía en el barrio flotara entre las paredes de chapa y los cables de luz que cruzaban las calles. Cristian y Sofía sabían que lo que tenían no era común, pero tampoco podían explicarlo.
La primera vez que Cristian la llevó al descampado detrás del club, en silencio, mirándola de reojo como si tuviera miedo de que ella se arrepintiera a último momento.
-Acá venía de pendejo a pensar -dijo él, pateando una botella rota que brillaba bajo la luna-. Bueno, a pensar y a escapar.
-¿Escapar de qué?
-De todo.
Sofía no insistió. Había algo en Cristian que la intrigaba tanto como la aterraba. Esa noche, mientras se sentaban en el pasto seco, él le acarició la cara con una ternura que ella no esperaba de alguien tan duro.
-Sofi, vos... Vos no tenés idea de lo que me hacés sentir.
-¿Bueno o malo? -respondió ella, tragándose la risa nerviosa.
-Bueno. Pero también peligroso.
El primer beso fue lento, como si ambos tuvieran miedo de romper algo frágil. Pero no tardaron en perder ese miedo. Sus manos se encontraron en un juego torpe pero urgente, y cuando Cristian la abrazó con fuerza, Sofía sintió que el mundo desaparecía.
Esa intensidad siguió creciendo cada vez que se veían. Las charlas en el kiosco se convirtieron en caminatas nocturnas, y las caminatas en escapadas más atrevidas. Una madrugada, Cristian la llevó al galpón abandonado donde trabajaba su tío.
-Acá nadie nos va a molestar -dijo, cerrando la puerta con cuidado.
La oscuridad del lugar parecía amplificar cada roce. Sofía se apoyó contra una pared mientras Cristian la besaba con una intensidad que la dejaba sin aliento. Sus manos, que al principio dudaban, ahora exploraban con una seguridad que ella jamás había sentido. La camisa de Cristian quedó tirada en el suelo polvoriento, y Sofía se dejó llevar por un deseo que no entendía pero no podía negar.
-No sé si esto está bien -susurró ella, con la respiración entrecortada.
-No me importa -respondió Cristian, besándola de nuevo-. Nada me importa si estoy con vos.
Sin embargo, el peso de lo que escondían los alcanzaba incluso en esos momentos. Cristian seguía sin contarle todo, aunque Sofía lo sentía en la forma en que la miraba después, como si cada beso fuera un refugio temporal de algo mucho más oscuro.
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Una tarde, mientras caminaban por las vías del tren, Cristian se detuvo de golpe.
-Necesito que sepas algo.
Sofía lo miró, sin saber si quería escuchar.
-Me fui de Entre Ríos porque... porque mi viejo está muerto. Y fui yo.
El silencio que siguió fue tan pesado como el calor del verano. Sofía no sabía qué decir. La historia que Cristian le contó después fue más terrible de lo que ella imaginaba. Su padre había sido un hombre violento, un monstruo que lo había empujado al límite. Cristian lo enfrentó una noche, y el empujón que le dio fue suficiente para cambiarlo todo.
-No fue tu culpa -dijo ella finalmente, tomando su mano.
-No importa. Igual me va a seguir toda la vida.
A partir de ese momento, su relación tomó un giro más intenso. Cada encuentro era una mezcla de pasión y despedida, como si ambos supieran que el tiempo se les agotaba. En la terraza de la casa de los tíos de Cristian, bajo un cielo lleno de estrellas, Sofía lo abrazó con tanta fuerza que sintió que podía fundirse con él. Esa noche, entre risas nerviosas y caricias desesperadas, hicieron el amor por primera vez.
Fue imperfecto, lleno de tropiezos y dudas, pero también de una honestidad brutal que los dejó temblando. Cristian la miró después, con una mezcla de gratitud y tristeza que a Sofía le rompió el corazón.
-Sos lo único bueno que tengo, Sofi.
Pero la realidad no les iba a dar tregua. Los rumores en el barrio crecían, y una denuncia anónima llegó a la comisaría. Cristian supo que no podía quedarse.
-Sofi, me tengo que ir. Esta vez de verdad.
-¿A dónde?
-No importa. Pero no puedo llevarte conmigo.
La despedida en la plaza fue desgarradora. Cristian la besó como si quisiera tatuarse su recuerdo, y Sofía sintió que se le rompía algo adentro cuando lo vio desaparecer entre las sombras.
Cristian se fue, llevándose sus secretos y una parte de Sofía que ella sabía que nunca iba a recuperar. Pero también le dejó algo más: la certeza de que, aunque el mundo estuviera lleno de mentiras y dolor, había algo real en lo que habían compartido.
Sofía volvió a su rutina, pero cada noche subía a la terraza y miraba las estrellas, recordando el brillo en los ojos de Cristian cuando le decía que con ella podía volver a empezar.
Y aunque nadie lo sabía, ella guardaba un secreto propio: en el fondo, aún esperaba que él volviera.
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Ariel Villar
Café Temperley
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