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Lo que no se dice, pero se siente: entre adolescentes, vínculos y silencios

  • 15 abr
  • 4 Min. de lectura
Padrastro e hijastra

Un análisis honesto y profundo sobre lo que pasa en casa cuando los vínculos no vienen del ADN, pero sí del alma. Una lectura que toca fibras invisibles y deja preguntas abiertas para padres, madres y quienes eligen estar.



Introducción


Hay hombres que un día, sin haberlo planeado, se convierten en padres del corazón. No tienen el mismo ADN, no firmaron papeles, ni estuvieron en la sala de partos. Pero están. Cocinan, acompañan, se preocupan. Y un día, sin saber cómo, sienten que ese amor es tan fuerte como si fuera biológico. Hasta que, de pronto, algo en la adolescencia de esos hijos del alma, cambia. Se apaga una sonrisa. Se cortan los mates. Se suelta un "No me toqués" al abrir los brazos esperando un abrazo. Y todo se tambalea.


Este texto no busca consolar, sino iluminar. Desde una mirada emocional, biológica, psicológica y profundamente humana.



1. La adolescencia y su efecto sísmico


En la adolescencia, las estructuras se sacuden. Se tambalea la imagen que los hijos tienen de los adultos que los rodean. Y los adultos también tiemblan ante esos cambios abruptos, inesperados, a veces dolorosos.


Los hijos que eran abiertos, dulces, compinches, pueden volverse huraños, irritables, distantes. Especialmente con aquellas figuras con las que tienen un vínculo afectivo fuerte. Porque necesitan marcar territorio.


Es biológico, es emocional, es psicológico… y es humano.


2. Ser padre del corazón: un rol sin manual


El hombre que elige a una pareja con hijos, y decide criar, acompañar, contener, está haciendo un acto de amor enorme. Pero también se expone a un tipo de vulnerabilidad que rara vez se nombra: la de no tener garantías afectivas.


El "padre del corazón" no tiene una base legal, ni biológica, ni social clara. Su vínculo es de construcción diaria. Está sostenido por afecto y presencia. Y eso, aunque sea poderosísimo, también es frágil.


Por eso, cuando ese vínculo entra en crisis, el dolor se siente hondo. Y aparecen las preguntas: ¿Qué hice mal? ¿Me estaré equivocando? ¿Estoy forzando algo?



3. El complejo de Electra (o cuando la hija observa al hombre que la cría)


No hay que tomarlo como un diagnóstico, sino como una lectura simbólica. Durante la pubertad, muchas adolescentes atraviesan una etapa en la que observan con intensidad a las figuras masculinas cercanas. En especial, si esas figuras han sido presentes, amorosas, constantes.


Esto no implica un deseo sexualizado, sino una etapa de identificación, de exploración emocional, de comparación con la figura del padre biológico, si estuvo ausente o fue inestable.

Y también, de tensión. Porque necesitan diferenciarse. Probar límites. Romper lo que amaban, para saber si puede volver a armarse.


4. La orientación sexual: abrir preguntas, no cerrarlas


En la adolescencia, muchos chicos y chicas empiezan a expresarse con frases como "me gustan más los hombres que las mujeres" o viceversa. A veces con porcentajes, como una manera de nombrar lo que sienten, aunque todavía no esté del todo claro para ellos.


No es una definición definitiva. Es una exploración, una búsqueda, una prueba de palabras. Y lo mejor que podemos hacer desde el lugar adulto es no etiquetar ni interpretar de más. Escuchar. Acompañar. Respetar.


5. Las madres en el medio: entre el alivio y la incomodidad


Cuando una hija tiene un vínculo fuerte con su padrastro, la madre puede sentirse aliviada: "¡qué suerte que la quiere y la cuida!". Pero también pueden emerger emociones más complejas:


  • Celos (porque la hija le confía más a él que a ella).


  • Culpa (por el padre biológico ausente).


  • Sentimientos encontrados (porque siente que queda afuera de una intimidad que no construyó).


Esto puede no expresarse directamente, pero afectar la dinámica de pareja. Y más aún si la hija entra en conflicto con ese hombre que fue figura de contención durante años.


6. El valor de la carta que no se entrega


A veces, escribirle una carta a ese hijo o hija del corazón que se alejó puede ser sanador. No para entregarla (o no inmediatamente), sino para ordenar el afecto, el dolor, la memoria de lo vivido.


Una carta puede ser un espejo donde vernos con compasión. Un mapa para volver a empezar. O simplemente, un acto de amor silencioso que pone palabras donde hubo herida.



Concluyendo


Criar no es sólo dar. Es también dejar ir. Confiar. Dudar. Volver a acercarse cuando el otro esté listo.


El corazón que se puso al hombro una familia merece también abrazarse a sí mismo. Porque el amor que se da, incluso si hoy no se recibe igual, deja una huella que no desaparece.


Y tal vez, algún día, sin aviso, esa hija vuelva a buscarte para decirte lo que hoy no puede. Porque vos estuviste. Porque vos sos, aunque no te lo diga, uno de los hombres más importantes de su vida.

Y eso... no se borra nunca.


Ariel Villar

Café Temperley☕


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Ariel Villar

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