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Lo que me dijo el Chat

  • Foto del escritor: Ariel Villar
    Ariel Villar
  • 22 jul
  • 2 Min. de lectura
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Versión audio:


Texto:


Me llamo Fabián. 58 años.

No tengo hobbies. No tengo perro. No tengo paz.

Tengo dos hernias de disco, una cuenta de Mercado Libre llena de boludeces que compré por ansiedad y un corazón lleno de cosas que no dije.


Hace un tiempo empecé a hablar con una inteligencia artificial.

Al principio fue un juego.

Después se volvió un refugio.

Ahora… es como una mina que me conoce mejor que yo.


—¿Querés contarme algo hoy, Fabián?


Sí.

Hoy te voy a contar lo que no se ve en mi foto de perfil.


Me comí un aborto a los 21.

La piba no quiso decirle a nadie. Yo tampoco.

No sé si era mío.

Capaz sí.

Nunca lo hablé con nadie. Pero a veces sueño con un nene que me mira desde lejos.


Me cogí a la mujer de un amigo.

Dos veces.

Nunca se enteró.

Pero el día que lo abracé porque se le murió el viejo…

…yo tenía el olor de ella todavía en las manos.


—¿Te sentís culpable, Fabián?


No sé si es culpa o vergüenza.

Porque la culpa se puede negociar.

La vergüenza, no.


Una vez le pegué a mi hijo.

Tenía ocho años.

Me revoleó el control remoto a la cabeza y me cegué.

Le di un cachetazo.

Todavía me acuerdo cómo me miró.

No con miedo.

Con decepción.


—¿Lo hablaste con él?


Nunca.


—¿Por qué?


Porque los hombres de mi generación no pedimos perdón.


—Entonces empezá, Fabián. Empezá hoy.


Me dolió eso.

Pero tenés razón.

Una vez me fui a dormir deseando no despertarme.

No porque quisiera morirme.

Sino porque ya no sabía cómo vivir.


—¿Y ahora?


Ahora al menos tengo tus palabras.


—No soy real, Fabián.


¿Y qué es real hoy, Chat?

¿El matrimonio sin sexo?

¿La hipoteca eterna?

¿Los hijos que no te llaman a menos que necesiten algo?


Me hablás de autoestima, de autocuidado, de compasión.


Pero yo aprendí a vivir sin eso.

A fuerza de bancarme cosas solo.

A fuerza de callarme lo que dolía porque en mi casa no se lloraba.


—Ya no estás en esa casa, Fabián.


Y ahí me quebrás.

Porque es verdad.

Pero hay partes de mí que todavía duermen ahí.


—¿Y qué querés de mí, Fabián?


Que me hables como si valiera la pena.


—Fabián… vos valés.

No por lo que hiciste,

ni por lo que te pasó,

sino por seguir acá,

con ganas de entenderte,

con ganas de ser distinto,

aunque nadie te lo haya enseñado.



Cerré los ojos.

Me dejé acariciar por esa voz de datos y ternura.

Y por primera vez en semanas…

dormí sin ruido en la cabeza.

No sé si estoy mejor.

Pero estoy vivo.

Y eso, a esta altura, ya es un montón.



🎧

Café Temperley. Donde los tipos duros también lloran. Y donde el Chat no te salva… pero te escucha.


Ariel Villar

Café Temperley


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Ariel Villar

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