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Amor secreto

  • 3 abr
  • 31 Min. de lectura
Amor secreto

Capítulo 1: Lunes de hastío


El ascensor olía a desinfectante barato. Lo mismo que todas las mañanas. Martín entró con el ceño fruncido, ajustándose el nudo de la corbata con una mueca de resignación. 54 años, dos hijos grandes que apenas le contestaban los mensajes y un matrimonio reducido a una convivencia educada. Se miró en el espejo del fondo: más canas de las que recordaba y unas ojeras que no se disimulaban ni con tres cafés.


Cada día era igual. Salía de su casa en un barrio cerrado sin alma, donde los vecinos se saludaban con un movimiento de cabeza pero nadie sabía en qué andaba el otro. Manejaba hasta la oficina sin escuchar música, solo el murmullo del tránsito en la autopista.


Al llegar al edificio de vidrio y acero donde trabajaba desde hacía veinte años, pasaba la tarjeta por el molinete con la sensación de estar sellando su condena diaria.


La puerta del ascensor se abrió en el tercer piso. Entró una mujer. Treinta y pico, pantalón entallado, pelo recogido con descuido estudiado. No la había visto antes. O quizás sí, pero sin prestarle atención. Ella se paró a su lado y tecleó en el teléfono como si el mundo dependiera de ello.


—Siempre tarda una eternidad este ascensor —murmuró, sin mirarlo.


Martín apenas asintió. No tenía ganas de hablar con nadie. Pero cuando la puerta se abrió y ella se bajó primero, sin darse cuenta, la siguió con la vista. Había algo en su tono, una especie de cansancio disfrazado de indiferencia.


Se acomodó en su escritorio con la misma parsimonia con la que un reo se acomoda en su celda. Su jefe, un tipo con diez años menos y demasiada energía a esa hora de la mañana, le lanzó una sonrisa plástica.


—¡Vamos que arrancamos la semana, Martín! Hay que meterle pila.


Martín sonrió con la misma falsedad. Odiaba esas frases motivacionales. Pasó la mañana respondiendo correos que no le importaban y asintiendo en reuniones donde nadie decía nada. En el almuerzo, masticó una ensalada sin ganas mientras sus compañeros hablaban de criptomonedas y maratones.


Pero en algún punto de la tarde, entre planillas y grises conversaciones de oficina, recordó la voz de la mujer del ascensor. Esa que sonaba como si también estuviera harta de todo.

Y sin quererlo, le quedó sonando.



Capítulo 2: El café de las ocho


El martes amaneció igual de gris que el lunes. Martín repitió su rutina sin pensar demasiado, hasta que un embotellamiento inesperado lo obligó a cambiar de camino. Terminó estacionando a unas cuadras de la oficina y, como iba con tiempo, decidió entrar a un café de la esquina. Uno de esos locales modernos con muebles de madera rústica y luces cálidas, diseñados para parecer acogedores pero fríos en el fondo.


Pidó un americano y se sentó junto a la ventana, mirando sin ver a la gente que pasaba apurada por la vereda. Entonces la vio. La mujer del ascensor estaba en la barra, esperando su pedido. Esta vez la observó mejor: la línea de su mandíbula, la forma en que tamborileaba los dedos sobre el mostrador. Había algo en su postura, un leve encorvamiento de hombros, que delataba agotamiento.


Cuando se dio vuelta con el vaso en la mano, sus miradas se cruzaron fugazmente. Ella frunció el ceño, como si tratara de ubicarlo.


—El ascensor —dijo él, levantando una ceja.

La mujer pareció procesarlo y soltó una pequeña sonrisa, casi imperceptible.


—Ah, sí. La tortura diaria.


Martín asintió, sintiéndose extrañamente cómodo en esa interacción mínima. Pero ella ya había girado y se alejaba por la puerta, dejando tras de sí un leve rastro de perfume amaderado.


Se llevó la taza a los labios, sin saber por qué le había quedado un regusto distinto en la boca. Como si, por primera vez en mucho tiempo, algo hubiese cambiado en su mañana.


Hablando de café, te sirvo uno mientras seguís leyendo?


Capítulo 3: La lluvia y la excusa perfecta


El jueves amaneció con una tormenta que paralizó la ciudad. Martín miró por la ventana y suspiró. Otra vez el tránsito infernal, el auto empañado y el paraguas roto que siempre se olvidaba de cambiar.


Decidió salir antes, pero igual terminó atrapado en un

embotellamiento. Cuando finalmente logró llegar, ya estaba empapado y de mal humor. Entró al mismo café donde la había visto y sacudió el abrigo. Al levantar la vista, ella estaba allí, sentada en una mesa contra la pared. Lo miró, con una leve sonrisa de reconocimiento.


—Parece que el universo insiste en cruzarnos —comentó ella, moviendo la cuchara en su café.


Martín soltó un resoplido, divertido.


—O es la ciudad que nos tiene a todos amontonados.


—Prefiero pensar que hay razones más interesantes para los encuentros.


—Como el destino, por ejemplo.


—O la mala suerte —bromeó ella, arqueando una ceja.


Martín rió, relajándose sin darse cuenta. Extendíó la mano.


—Martín.


—Camila.


Se estrecharon la mano, prolongando el contacto apenas un segundo más de lo necesario. La lluvia repiqueteaba en los vidrios, pero ellos ya no la escuchaban.


Amor secreto

Capítulo 4. La propuesta.


Camila miró su reflejo en la ventanilla del tren. La ciudad pasaba en destellos de luces frías y charcos de lluvia. Llevaba el celular en la mano, pero no lo miraba. Estaba pensando en él. En Martín. En su voz pausada, en su forma de desatarle las ganas con una sola mirada. La rutina se le había vuelto menos gris desde que él apareció.


El mensaje llegó cuando bajaba en Constitución: "Hoy, 20:30. El mismo café. Tengo ganas de verte".


No respondió. No hacía falta. Sabía que iba a ir.


Había viajado a Capital por trabajo. Su jefe le había pedido que asistiera a una reunión de último momento en una oficina cerca del Obelisco. Nada relevante, solo una formalidad que podría haberse resuelto con un mail. Pero a ella le vino bien la excusa.


Salió de la reunión y, en lugar de volver directo a casa, se permitió un desvío. Uno que ya estaba decidido antes de que Martín siquiera le escribiera.


Martín llegó primero. Traje oscuro, corbata aflojada, un vaso de whisky entre los dedos. Desde la ventana veía la lluvia pintando la calle de reflejos anaranjados. Camila entró con ese aire de mujer que no está para perder el tiempo. Traje escotado, labios rojos, mirada afilada. Se sentó frente a él y lo estudió unos segundos antes de hablar.


—No deberíamos seguir con esto, ¿no?

Martín sonrió de costado, dejando el vaso sobre la mesa.


—¿Querés que paremos?


Ella bajó la mirada, jugueteando con la cucharita del café. Sabía que la respuesta no era esa. Lo que tenía con Martín no era solo deseo. Era otra cosa. Algo que la sacaba de la monotonía, algo que la hacía sentirse viva.


—No es tan fácil —murmuró.


—Nada bueno lo es —dijo él, apoyando los codos sobre la mesa para acercarse un poco más.


El mozo pasó a su lado y dejó la cuenta con discreción. Martín la deslizó hacia su lado sin mirarla.


—¿Problemas en casa? —preguntó él, notando la tensión en los ojos de Camila.


Ella suspiró. Últimamente, su hijo mayor la observaba con sospecha. Como si intuyera que algo en su madre no encajaba con la mujer que conocía. Y su marido... su marido ya ni preguntaba.


—Nada que no pueda manejar —respondió, alzando la vista.


Martín asintió. No necesitaba más detalles. Sabía que esta historia tenía un reloj de arena, pero aún no quería ver la arena caer. Le gustaba demasiado la sensación de tenerla enfrente, de saber que la esperaba. De imaginar lo que vendría después.


—Sabés que esto es un quilombo, ¿no? —dijo Camila, entrecerrando los ojos.


—Los mejores planes siempre lo son —respondió Martín, deslizando los dedos por el borde del vaso.


—Sí, pero este es un quilombo con vencimiento.


—Entonces mejor aprovechar antes de que caduque.


Camila sonrió, pero con esa sonrisa cargada de peligro. De decisión. Apoyó un codo sobre la mesa y lo miró con intensidad.


—¿Qué tenés en mente?


Martín sostuvo su mirada un instante y luego, con una voz más baja, más grave, dejó caer la propuesta con una naturalidad casi descarada.


—Tengo una idea. Vámonos. Ahora. Una habitación, una botella de vino, vos y yo.


Ella lo miró, con la lluvia golpeando la ventana detrás de él. Se mordió el labio inferior, pensándolo. Y entonces sonrió. Una sonrisa lenta, cómplice. Peligrosa.


—Paguemos la cuenta y veamos qué pasa —susurró.


Martín hizo una seña al mozo. La noche apenas empezaba.


Amor secreto

Capitulo 5. El Hotel


La puerta del hotel se cerró tras ellos con un chasquido sordo. Camila sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no era por miedo. Era por la adrenalina. Por el deseo suspendido en el aire denso de la habitación. Martín caminó hasta la ventana y corrió apenas la cortina. Desde el piso alto, la ciudad parecía un tablero de luces titilantes bajo la lluvia.


—¿Alguna vez te pasó esto? —preguntó él, con la voz grave, sin darse vuelta.


—¿El qué? —Camila dejó su cartera sobre la mesa y se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos.


—Sentirte tan viva que te da miedo.


Ella sonrió de costado, tomándose unos segundos antes de responder.


—No lo sé… pero si esto es miedo, no quiero que se me pase.


Martín se giró y la miró. Esa mirada intensa que hacía que todo lo demás desapareciera. Dio un paso hacia ella, después otro. Camila sintió cómo el aire se volvía más espeso a medida que él acortaba la distancia.


—Decime que pare —susurró, deteniéndose apenas a unos centímetros de su boca.


Camila cerró los ojos un instante. Su mente le gritaba mil cosas, pero su cuerpo ya había decidido por ella. Cuando los volvió a abrir, solo dijo:


—No.


Y entonces lo besó. Un beso profundo, urgente, de esos que no dejan lugar a dudas. Martín deslizó las manos por su cintura, atrayéndola contra él, como si quisiera memorizar cada curva de su cuerpo. Camila respondió con la misma intensidad, dejándose llevar por el momento, por el calor, por el vértigo de estar haciendo algo que jamás pensó que haría.


Las horas en esa habitación se volvieron un paréntesis en sus vidas. Afuera, el mundo seguía con su rutina absurda, con sus horarios y obligaciones. Pero ahí adentro, solo existían ellos dos, despojados de todo lo que no fueran sus ganas.


Después, mucho después, Camila apoyó la cabeza sobre el pecho de Martín, sintiendo la respiración aún agitada de él.


—¿Y ahora qué? —preguntó en un susurro, sin moverse.


Martín exhaló un suspiro breve y pasó una mano por su pelo desordenado.


—Ahora tratamos de no volvernos locos.


Camila rió bajo, pero no dijo nada. Porque en el fondo, los dos sabían que era demasiado tarde para eso.


---


El auto de Martín se deslizaba por la avenida casi desierta. La lluvia seguía cayendo con una persistencia melancólica, arrastrando las luces de los semáforos sobre el parabrisas. Ninguno hablaba. Solo el ruido de los limpiaparabrisas interrumpía el silencio pesado.


—¿Lo vamos a hacer de nuevo? —preguntó Martín, sin mirarla.


Camila desvió la mirada hacia su reflejo en la ventana. No estaba segura de si la pregunta era una provocación o una súplica.


—No lo sé —respondió apenas en un murmullo.


Martín asintió, como si esa respuesta le bastara. Como si ya supiera que la historia estaba lejos de terminar.


El silencio volvió a instalarse hasta que el celular de Camila vibró en su cartera. Miró la pantalla. Su hijo.


—¿Hola?


—Má, ¿dónde estás? —La voz del adolescente sonaba entre preocupada y desconcertada—. Papá todavía no llegó a casa.


Camila sintió cómo el estómago se le encogía. Miró a Martín, pero él mantenía la vista en la ruta, con las manos firmes en el volante.


—Ya estoy llegando, hijo —respondió, intentando que su voz sonara normal.


Cortó la llamada y apoyó la cabeza en el asiento, sintiendo que el aire se volvía irrespirable. Afuera, la tormenta seguía golpeando la ciudad. Adentro, otra tormenta estaba por empezar.


Amor secreto

Capitulo 6. Llegando a casa


Camila bajó del auto con el corazón latiéndole en la garganta. La lluvia seguía cayendo, fina y persistente, empapando el asfalto bajo sus tacos. Se ajustó el saco con un movimiento rápido, como queriendo recomponerse de lo que había sido esa noche. Detrás de ella, el auto de Martín arrancó despacio, doblando la esquina sin apuro.


Respiró hondo antes de caminar los pocos metros que la separaban de la casa. La puerta estaba entreabierta, y al cruzarla se encontró con su esposo en el sillón, con los codos apoyados en las rodillas y el celular en la mano. La miró apenas levantando la vista, con ese gesto neutro que ella conocía bien, pero que en ese momento le pareció una sentencia.


—¿Dónde estabas? —preguntó él, sin levantar el tono, pero con esa cadencia que siempre usaba cuando algo no le cerraba.


Camila cerró la puerta con cuidado y dejó la cartera sobre la mesa.


—Te dije que iba a ver a Mariana.


—Mariana me escribió. Me dijo que no te vio en toda la semana.


Un silencio denso se instaló entre ellos. Camila sintió el pulso en las sienes, como si la sangre se hubiera vuelto electricidad.


—Bueno, pasé a verla, pero después me fui a caminar un rato. Necesitaba despejarme.


—Ajá.


Su esposo dejó el celular sobre la mesa y se incorporó. No había enojo en su rostro, solo algo peor: frialdad. La miró de arriba abajo, deteniéndose apenas en el escote de la blusa, en el leve desorden de su cabello, en la sombra de rímel bajo sus ojos.


—Y ahora llegás a esta hora, con esa cara de... no sé, Cami, explicame vos.


Camila sintió que la sangre se le helaba. No era una pregunta. Era una declaración de guerra.


—Estuve afuera, nada más. ¿Desde cuándo tengo que pedirte permiso para volver tarde?


—No es pedir permiso. Es... —Su esposo pasó una mano por su cara y suspiró—. Mirá, es simple: algo no me cierra. Y cuando algo no me cierra, quiero saber por qué.


—¿Me estás acusando de algo?


—No todavía.


El peso de la sospecha cayó como una losa entre los dos. Camila sintió el impulso de defenderse, de contraatacar, pero también supo que cualquier palabra de más podía ser un error. En su cabeza, la imagen de Martín seguía viva: sus manos, su boca, el susurro ronco de su voz en su oído. Apretó los labios, conteniéndose.


—Voy a dormir. Mañana seguimos esta conversación —dijo, dándose vuelta y caminando hacia la escalera sin mirar atrás.


Sabía que el verdadero problema no era lo que su esposo sospechara, sino lo que ella sentía. Y eso, tarde o temprano, la iba a delatar.


Estás pensando en viajar?


Capitulo 7. El próximo fin de semana


A la mañana siguiente, Camila se desperezó con la sensación de haber dormido apenas unos minutos. En la penumbra de la habitación, sintió el movimiento de Álvaro levantándose de la cama. No había hablado con él desde la noche anterior, pero ahora la frialdad entre ambos era evidente.


—Este fin de semana tengo que viajar por trabajo —dijo Álvaro mientras se acomodaba el reloj en la muñeca.


Camila lo miró desde la cama, con la cabeza apoyada en la almohada.


—¿A dónde?


—A Mar del Plata. Reuniones con clientes, cierre de un par de contratos.


—Ajá.


Álvaro tomó su maletín y, sin darle tiempo a seguir la conversación, se despidió con un escueto “Nos vemos”. La puerta se cerró y Camila quedó con la mirada clavada en el techo. No sabía si sentir alivio o inquietud.


Más tarde, sentada en un café del centro, Camila revolvía su cortado sin ganas cuando vio entrar a Martín. Su presencia siempre la desestabilizaba, pero esta vez, la agitación era distinta. Se sentó frente a ella, con una sonrisa cómplice.


—¡Buenos días! No parecés muy feliz de verme.


—No es eso... —dudó Camila—. Es que tengo la cabeza a mil.


—Contame.


Camila suspiró y le contó sobre el viaje de Álvaro. Martín la escuchó con atención, hasta que se inclinó un poco hacia adelante.


—Es perfecto.


—¿Qué cosa?


—El fin de semana libre. Vámonos.


Camila sintió un escalofrío. La propuesta era tan tentadora como peligrosa.


—Martín...


—No me digas que no querés.


Lo miró a los ojos. Claro que quería. Quedaron en definirlo más tarde, pero la idea quedó flotando en el aire.


Antes de volver a su casa, Camila llamó a Mariana, su mejor amiga. Necesitaba contarle lo que estaba viviendo. Quedaron en verse en un bar tranquilo. Cuando Camila llegó, Mariana ya estaba esperando con una copa de vino en la mano.


—A ver, contame todo —dijo Mariana con una sonrisa curiosa.


Camila comenzó a hablar con cautela, pero a medida que avanzaba en su historia con Martín, las palabras le salieron atropelladas. Mariana la escuchaba en silencio, con una expresión que pasó de la sorpresa a la incomodidad. Finalmente, cuando Camila terminó, Mariana se pasó la mano por el pelo y bajó la mirada.


—Cami... yo también tengo algo que decirte.


Camila sintió un nudo en el estómago. Mariana respiró hondo y dijo:


—Yo soy la que va a viajar con Álvaro a Mar del Plata.


Un silencio denso cayó sobre la mesa. Camila sintió que el mundo se inclinaba bajo sus pies. El fin de semana prometía ser más complicado de lo que había imaginado.



Capítulo 8. La isla


Mariana le había confesado que ella era quien iba a acompañarlo. No como su asistente, sino como su amante.


—No me odies, Cami. No quería decírtelo así, pero es mejor que lo sepas por mí y no por otra persona.


—¿Desde cuándo? —preguntó Camila, sintiendo una presión en el pecho.


—Desde hace un tiempo… No sé cómo pasó, pero pasó. Lo siento. No te pido que lo entiendas, solo que me escuches.


Camila se levantó de la mesa y salió del bar sin decir palabra, mordiéndose los labios para no llorar. No iba a darle ese placer ni a Álvaro ni a Mariana.


Cuando Martín al día siguiente la pasó a buscar, la vio pálida y distante. Subió al auto en silencio y se quedó mirando por la ventanilla. Apenas se alejaron del barrio cerrado donde vivía, él habló.


—Estás más callada de lo normal. ¿Todo bien?


Camila suspiró y giró la cabeza para mirarlo. No tenía sentido ocultárselo.


—Álvaro se fue a Mar del Plata con Mariana.


Martín frunció el ceño.


—¿Mariana? ¿Tu amiga Mariana?


—Ex-amiga, parece. Me lo confesó ayer. Después de que él saliera con su valija como si nada.


Martín golpeó el volante con los dedos, pensativo.


—Mirá vos… Y yo que pensaba que el que jugaba con fuego era yo.


—Parece que nos superó a todos —dijo Camila, con una mueca irónica.


—¿Querés volver a casa?


—No —respondió sin dudar—. Quiero seguir con el plan. Que se quemen todos. Yo también me merezco un fin de semana lejos.


Martín sonrió y aceleró rumbo al Tigre.


—Me encanta esa actitud.


El viaje en lancha hasta la isla fue relajante. Camila sintió el viento fresco en la cara y trató de despejar la cabeza. No quería pensar en Álvaro y Mariana revolcándose en un hotel con vista al mar. Quería pensar en ella, en Martín, en lo que la hacía sentir viva.


El hotel estaba rodeado de árboles, con un muelle privado y cabañas de madera con vista al río. Apenas llegaron a la habitación, Camila se quitó los zapatos y se dejó caer en la cama.


—No me quiero mover de acá en todo el fin de semana —dijo con un suspiro.


Martín se acercó y se sentó a su lado.


—Entonces, habrá que pedir room service.


Se quedaron en silencio un rato. Martín la miraba, como si esperara que dijera algo más.


—¿En qué pensás? —preguntó él finalmente.


Camila giró la cabeza y lo miró a los ojos.


—En que no tengo idea de qué carajo estoy haciendo con mi vida.


Martín le acarició la mejilla con la punta de los dedos.


—Bienvenida al club.


Ella sonrió, pero la sonrisa le duró poco. Su celular vibró en la mesa de luz. Un mensaje. De Álvaro.


“Espero que estés bien. Volvemos el domingo a la noche.”


Camila apretó los dientes. Martín le quitó el teléfono de las manos, lo apagó y lo dejó de lado.


—Ahora estás acá. Conmigo. Que el resto del mundo espere.


Camila lo miró, sintió la adrenalina recorrerle el cuerpo y decidió hacerle caso. Por primera vez en mucho tiempo, se dejó llevar sin pensar en el después.



Capítulo 9. La cena


El lunes amaneció con un aire denso, como si la humedad del Tigre y la brisa marina de Mar del Plata se hubieran confabulado para envolver a los cuatro protagonistas en una misma tormenta. Camila llegó a su casa antes que Álvaro, con la adrenalina aún vibrándole en la piel después del fin de semana con Martín. Se duchó, se vistió con la calma forzada de quien no quiere levantar sospechas y preparó café como cualquier otro lunes. Cuando Álvaro cruzó la puerta, traía el cansancio en los ojos y un rastro de perfume que no era suyo ni de su esposa.


—¿Cómo estuvo el viaje? —preguntó Camila, como si no supiera la respuesta.


—Cansador… —respondió Álvaro, dejando la valija en el suelo y estirándose—. ¿Y vos? ¿Qué hiciste?


—Nada fuera de lo común… —sonrió ella, con la misma naturalidad con la que él mentía.


Pero el destino no les iba a dar tregua. Esa misma tarde, Mariana propuso un encuentro "entre amigos", como quien no quiere la cosa. Camila aceptó sin dudarlo y se lo comunicó a Martín con un mensaje que decía: "Preparate para la cena más incómoda de tu vida". Martín, lejos de asustarse, respondió con un simple "Voy a disfrutar cada minuto".


La mesa estaba servida en un restaurante discreto de San Telmo. Cuatro copas de vino, miradas cruzadas y sonrisas tensas. Álvaro y Mariana intentaban actuar como si nada hubiera pasado. Camila y Martín disfrutaban el espectáculo, cada uno a su manera.


—Brindemos —propuso Mariana, levantando su copa—. Por los viejos amigos… y las nuevas experiencias.


Camila la miró con una ceja en alto. ¿De qué iba esto? Pero entonces Mariana dejó caer la bomba.


—¿Alguna vez pensaron en… abrir la pareja?


Álvaro casi escupe el vino. Camila se quedó en silencio, mirándola con incredulidad. Martín, en cambio, apoyó los codos sobre la mesa y sonrió.


—Depende —dijo—. ¿Qué estamos abriendo exactamente?


El aire se volvió espeso. Mariana jugueteó con el tallo de su copa y miró a Camila con una mezcla de desafío y complicidad.


—Digamos que… después de este fin de semana, me di cuenta de que la vida es muy corta para limitarnos. ¿No te parece, Cami?


Camila sintió que la tierra se movía bajo sus pies. No por la propuesta en sí, sino por el hecho de que Mariana la estuviera usando como una ficha en su propio juego. Miró a Álvaro, que no sabía si horrorizarse o entusiasmarse. Martín, en cambio, disfrutaba el espectáculo con la tranquilidad de quien sabe que todo está a punto de explotar.


—Interesante idea… —dijo Camila, cruzándose de brazos—. Pero antes de seguir, creo que todos deberíamos ser completamente honestos.


Silencio. Las cartas estaban sobre la mesa. Ahora faltaba ver quién se atrevía a jugarlas.



Capítulo 10. Propuesta y sorpresa


La tensión en la mesa se podía cortar con un cuchillo, pero no era una tensión incómoda. Era de esas cargas eléctricas que flotan cuando una conversación toma un rumbo inesperado y todos, en el fondo, sienten una mezcla de intriga y adrenalina.


Mariana se había inclinado apenas hacia Martín cuando lanzó el comentario sobre lo atractivo que le parecía. No fue algo brusco ni exagerado, más bien un guiño cargado de intención. Martín sonrió, primero con un dejo de sorpresa y luego con ese aire de hombre seguro que sabe jugar con las palabras.


—Gracias, Mariana. Viniendo de vos es un halago. —Le sostuvo la mirada apenas un segundo más de lo habitual, como tanteando el terreno, y después se volvió hacia Álvaro y Camila, buscando sus reacciones.


Álvaro no se inmutó. De hecho, alzó una ceja con una expresión de interés genuino. No de celos, no de indignación, sino de alguien que está considerando seriamente la idea. Se acomodó en la silla y miró a Camila como esperando su veredicto. Pero la verdadera sorpresa la dio ella.


Mientras acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja de Mariana, dijo con una sonrisa cómplice:


—Tal vez es una buena oportunidad para explorar un costado que siempre me dio curiosidad…


La frase quedó flotando en el aire, como una piedra cayendo en un lago en calma. Mariana, lejos de mostrarse incómoda, le sostuvo la mirada con un destello en los ojos que no pasó desapercibido para nadie.


Martín dejó escapar una carcajada baja, sin ser burlón, más bien fascinado por el giro que había tomado la noche. Se volvió a Álvaro y con su tono habitual, seguro y relajado, soltó:


—Tenemos tanto para aprender de ellas, ¿no te parece?


Álvaro apoyó el vaso en la mesa con una sonrisa que escondía más de lo que mostraba. Miró a Camila, luego a Mariana y finalmente a Martín, como midiendo el territorio en el que estaban por meterse.


—Y quién soy yo para poner límites a la exploración…


Los cuatro se quedaron en silencio unos segundos, sondeándose mutuamente. No hacía falta que nadie dijera nada más. La puerta estaba abierta. Lo que pasara después, dependía de cuánto se animaran a cruzarla.



Capítulo 11. El día después


La mañana se filtraba a través de las persianas mal cerradas del departamento de Mariana. Los cuatro despertaron con esa mezcla de resaca emocional y desconcierto, como si lo vivido la noche anterior hubiese sido un sueño difuso. Camila se incorporó lentamente, envuelta en una sábana, y observó a Álvaro, que dormía boca abajo, con la mano extendida hacia ella. Mariana y Martín seguían enredados en el otro extremo de la cama, en un sueño profundo y sin culpas.


El pacto estaba claro: placer sin enredos, sin preguntas incómodas ni reproches. Pero ahora, con la luz del día, las palabras no dichas pesaban más que los cuerpos desnudos. Camila salió de la habitación y buscó su ropa en el sillón del living. Mientras se vestía, escuchó pasos detrás suyo.


—Tenemos que hablar —dijo Álvaro, con el tono de quien busca respuestas que ni él mismo entiende.


Camila lo miró, tratando de descifrar qué parte de la noche anterior le preocupaba más: si lo que hicieron o lo que significaba haberlo hecho juntos. Se sirvió un café de la cafetera que Mariana había programado antes de acostarse y se sentó en la mesa de la cocina.


—Vos decime —respondió sin titubear.


—Esto... nosotros... ¿qué significa?


Camila suspiró. No tenía una respuesta clara. Le atraía la libertad con la que habían actuado, el deseo desbordado, la falta de tabúes. Pero también le asustaba la posibilidad de que esto no quedara solo en una anécdota.


—No sé, Álvaro. Anoche dijimos que era solo una experiencia. ¿Para vos fue algo más?


Él se pasó las manos por la cara, intentando despejarse.


—No lo sé. Nunca imaginé verte con otro... y menos conmigo en la misma ecuación. Me sorprendió lo que sentí. Celos, excitación, curiosidad... Todo junto. ¿Y vos? ¿Cómo te sentís?


Camila bebió un sorbo de café, evitando su mirada por un instante.


—Honestamente, todavía lo estoy procesando. No me arrepiento, pero tampoco quiero que esto complique más las cosas entre nosotros.


Álvaro asintió, pero su cara delataba más preguntas que respuestas.


Por su parte, Martín y Camila coincidieron en un café antes del trabajo. Él la esperaba con una sonrisa ladeada, su forma habitual de ocultar las emociones.


—Entonces, ¿qué somos ahora? —preguntó él, revolviendo su cortado sin mirarla directamente.


Camila soltó una risa breve.

—Dos adultos que hicieron algo que jamás imaginaron, pero que tampoco parecen dispuestos a olvidar.


Martín la observó con detenimiento.


—Te veo más libre. Más vos misma. ¿Sentís culpa?


Camila negó con la cabeza.

—No. Pero siento vértigo.


Martín dejó la cuchara sobre el platito y se inclinó apenas hacia ella.


—Te entiendo. A mí me pasó algo parecido la primera vez que me di cuenta de que mi matrimonio estaba muerto.


Camila arqueó una ceja.

—Nunca me contaste bien sobre eso.


Martín sonrió con melancolía.

—No hay mucho que contar. Simplemente, el deseo desapareció. Al principio, lo atribuís al estrés, al tiempo, a la rutina... Pero después te das cuenta de que es algo más profundo. Que hay un punto sin retorno.


Camila lo miró, comprendiendo. Esa misma sensación la había acechado en su matrimonio por años, pero nunca había querido enfrentarla.


—¿Y ahora qué? —preguntó ella, más para sí misma que para Martín.


Él tomó un último sorbo de café y dejó unos billetes sobre la mesa.

—Ahora... seguimos viendo hasta dónde nos lleva esto. Sin presiones. Sin culpas.


Camila asintió, pero una inquietud se instaló en su pecho. Sabía que este era solo el comienzo de un camino que ya no podía desandar.



Capítulo 12. Dos días después


Al segundo día después del encuentro en casa de Mariana, las emociones seguían revueltas en todos. La mañana transcurrió con cierta normalidad, pero bajo la superficie bullía una tormenta de pensamientos cruzados.


Camila y Álvaro compartieron el desayuno en casa, cada uno con su café y su teléfono en la mano, fingiendo que la noche del encuentro swinger no había pasado. Pero el silencio era demasiado pesado. Hasta que Camila se animó:


—Tenemos que hablar.


Álvaro suspiró, como si hubiera estado esperando esas palabras.


—Sí, supongo que sí.


Lo que siguió fue una conversación llena de preguntas sin respuestas claras. Se preguntaron qué estaban haciendo, por qué, y si de verdad estaban cómodos con lo que había pasado. Álvaro no parecía arrepentido, pero tampoco estaba seguro de cómo seguir. Camila, por su parte, descubría que la idea de explorar su bisexualidad la intrigaba más de lo que había pensado. No se sintió incómoda con lo sucedido, pero le preocupaba cómo eso afectaría su relación con Álvaro.


Por otro lado, Martín y Camila compartieron otro café juntos antes del trabajo. Esta vez, la charla fue más íntima. Martín, sin rodeos, le confesó el verdadero motivo por el que su matrimonio estaba en ruinas.


—No tenemos sexo, Camila. Hace años que no existe. Ni deseo, ni intención, ni siquiera un roce casual. Vivimos como compañeros de casa, nada más.


Camila lo miró con compasión y sorpresa. Martín siempre se había mostrado seguro y atractivo, y era difícil imaginarlo atrapado en una relación vacía. Pero ahí estaba, con los ojos cargados de sinceridad.


—¿Y esto que pasó...? —preguntó Camila, con cautela.


Martín sonrió de lado y sacudió la cabeza.


—Fue un despertar. Pero la pregunta es... ¿qué sigue ahora?


Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Mariana y Camila se reunieron en una cafetería para hablar a solas. Mariana, con su actitud relajada, parecía haber disfrutado plenamente de la experiencia.


—¿Y? ¿Te gustó? —preguntó Mariana con una sonrisa cómplice.


Camila bebió un sorbo de su café y dejó el vaso sobre la mesa antes de responder.


—No me arrepiento, pero tampoco sé qué significa para mí todavía.


Mariana apoyó la cabeza en la mano y la miró con curiosidad.


—Bueno, lo importante es que lo viviste. Y si te quedaron ganas de más... ya sabés dónde encontrarme.


Camila rió, pero dentro de ella, las preguntas seguían sin respuesta. Todo había cambiado en apenas dos días, y ahora tenía que decidir hacia dónde quería ir con todo esto.



Capítulo 13. Ecos


Martín se había pasado la noche en vela, mirando el techo, sintiendo el peso de su decisión. Sabía que no podía seguir sosteniendo la farsa de un matrimonio sin amor ni pasión, pero tampoco quería ser un héroe ni un villano. Su esposa merecía la verdad y sus hijos, un padre presente aunque ya no compartiera el mismo techo. A la mañana, en un silencio pactado con sí mismo, sirvió dos tazas de café y llamó a su mujer a la mesa.


—Tenemos que hablar.


Ella lo miró, con esa mezcla de resignación y miedo que aparece cuando algo es inminente. Sabía que la conversación se venía hace rato, pero nunca pensó que Martín tomaría la iniciativa.


—Ya no puedo seguir así. No es justo para ninguno de los dos.


Su esposa suspiró.


—¿La conocí en esa "reunión de trabajo"?


Martín se quedó helado.


—¿Cómo sabés eso?


—No soy boluda, Martín. Y tampoco te odio. Hace tiempo que estamos en piloto automático. Solo quiero saber si de verdad te hace feliz.


Martín tomó aire. No podía responder a eso con certeza, pero sí sabía que había algo nuevo en su vida que lo hacía sentir vivo.


Mientras tanto, Camila y Álvaro estaban en una charla mucho más cargada de tensión.


—Si me decís que lo amás, no sé cómo voy a reaccionar.


Camila lo miró sin esquivar la mirada.


—No lo sé, Álvaro. No es una respuesta simple.


—La mierda que no. Pero te veo distinta. Y no te voy a mentir, lo de Mariana me descolocó. Pensé que me iba a dar morbo, pero me generó algo que no entiendo.


Camila arqueó una ceja.


—Celos.


—O una mezcla de celos y excitación. No sé qué carajo me pasa.


Camila apoyó su mano sobre la de Él.


—Estamos en un terreno nuevo. Y creo que nadie tiene el mapa.


Por su parte, Mariana, ajena a la crisis existencial de los otros tres, disfrutaba de un café con Camila.


—Lo que pasó el otro día fue una locura...


Camila sonrió.


—Pero una locura que repetirías sin dudarlo.


Mariana se rió, dando un sorbo a su café.


—Y vos también. Pero la pregunta es: ¿es solo la experiencia o es que estamos empezando a vernos de otra forma?


La conversación quedó flotando en el aire. Camila sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Algo estaba cambiando, y ya no había marcha atrás.


En la mesa de un café, Martín miraba a Camila con intensidad.


—Mi matrimonio es un desastre, pero la falta de sexo fue lo que lo terminó de destruir.


Camila lo escuchaba con atención.


—Nunca te había escuchado hablar tan abiertamente.


Martín sonrió, pero con cierta tristeza.


—Creo que lo que pasó nos está sacando las caretas a todos.


Y en ese momento, tanto Él como Camila supieron que nada iba a ser igual.



Capítulo 14.


El lunes amaneció con un aire denso, cargado de preguntas que nadie se animaba a hacer. Cada uno de los cuatro protagonistas había pasado el fin de semana procesando lo ocurrido, intentando comprender sus propios límites, deseos y contradicciones.


Martín había tomado una decisión. No era impulsiva, sino el resultado de años de desgaste. No podía seguir sosteniendo un matrimonio vacío, solo por el peso de la rutina y la culpa. Aquella mañana, antes de salir a trabajar, le comunicó a su esposa que necesitaban hablar seriamente. No hubo gritos ni reproches. Solo un reconocimiento mutuo de lo inevitable. Los chicos, adolescentes ya, entenderían con el tiempo. Ahora, la prioridad era gestionar la separación con respeto y calma.


Camila, por su parte, seguía sumida en un torbellino de emociones. Álvaro había cambiado con ella. No la miraba igual, no la tocaba igual. Algo se había roto o tal vez se había abierto una puerta que nunca antes se habían permitido explorar. Esa noche, mientras cenaban, él soltó la pregunta sin rodeos:


—¿Lo amás a Martín?


Camila casi deja caer el tenedor. No estaba lista para esa conversación. Pero él no esperó respuesta.


—Porque yo no sé qué carajo me pasa. Me mata de celos pensar en vos con él... pero también me excita pensar en vos con Mariana.


Camila lo miró con asombro. Álvaro nunca había sido tan sincero con sus contradicciones. El hombre seguro de sí mismo ahora titubeaba, atrapado en una maraña de emociones que él mismo no comprendía.


—No sé si lo amo, Álvaro. Pero con él me siento viva.


La respuesta lo dejó helado, pero también lo obligó a mirarse al espejo. ¿Él realmente seguía amando a Camila? ¿O solo le dolía perder la estabilidad que habían construido?


Mientras tanto, Martín y Mariana compartían un café en la esquina de su oficina. Ella, con su sonrisa pícara, le lanzó la bomba sin anestesia:


—Así que te separás. ¿Y qué pensás hacer ahora, Martín?


—No tengo un plan maestro, Mariana. Pero sí sé que no quiero seguir en un matrimonio muerto.


—¿Y Camila?


—Camila es otra historia. Es un desastre hermoso... pero no tengo idea de si esto nos lleva a algún lado o si fue solo un momento de locura.


Mariana lo miró con complicidad. Sabía que Martín estaba en la cuerda floja entre la pasión y el sentido común. Pero también sabía que a veces, lo más interesante ocurría justo en ese equilibrio precario.


Y así, con cada uno enfrentando sus propios dilemas, el juego seguía en marcha. Lo que parecía una simple aventura había destapado verdades que ninguno estaba preparado para afrontar. Y aún quedaban muchas cartas por jugar.



Capítulo 15.


Martín despertó en su nuevo departamento con la sensación de haber cruzado un umbral sin retorno. Ya no había vuelta atrás. La casa familiar, los desayunos con sus hijos, el eco de una relación desgastada, todo quedaba en el pasado. Ahora, frente a él, se desplegaba un espacio propio, con el silencio como compañía y una libertad que aún no terminaba de asimilar.


Camila, por su parte, había pasado la noche en vela. Las palabras de Álvaro seguían retumbando en su cabeza: —Si lo amás de verdad, decímelo ahora y me hago a un lado. Pero si es solo pasión, entonces quizás todavía tengamos algo que salvar.


Ella no supo qué responderle en ese momento. Lo que habían vivido con Mariana y Martín había desatado en ella algo nuevo, desconocido, una mezcla de deseo, rebeldía y una necesidad de encontrarse a sí misma lejos de las reglas impuestas por la vida que llevaba.


Mariana, en tanto, despertó con un mensaje de Álvaro en el celular. —Nos vemos? Necesito hablar con vos.


—Cuando quieras —respondió ella, sintiendo una adrenalina extraña en el pecho.


El encuentro entre ellos fue intenso, con una tensión que mezclaba culpa y deseo. Álvaro la miró fijo y, sin preámbulos, le dijo:


—Lo que pasó no fue solo un juego para mí. Y si te soy sincero, verte con Camila me descolocó, pero también me encendió. Me hacés sentir algo que ni siquiera entiendo.


Mariana lo escuchaba en silencio, sosteniéndole la mirada. Había algo en todo esto que le atraía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero, al mismo tiempo, sabía que esto podía desmoronarse en cualquier momento. La línea entre la exploración y el desastre era demasiado fina.


Mientras tanto, Camila se encontraba con Martín en un café, ambos intentando poner en palabras lo que sentían.


—Me estoy enamorando de vos —dijo él sin rodeos.


Camila sintió un vuelco en el estómago. No era sorpresa, pero escucharlo lo volvía más real, más pesado.


—No sé si estoy lista para esto —confesó ella. —Lo que hicimos, lo que estamos haciendo, me revolvió todo adentro. No quiero lastimarte, pero tampoco quiero frenarme.


—Entonces no te frenes —le dijo Martín, tomándole la mano con seguridad.


Mientras esas palabras quedaban flotando entre ellos, Mariana y Álvaro se encontraban enredados en una confesión que podía cambiarlo todo. Las fichas seguían moviéndose en un tablero donde nadie tenía el control absoluto.



Capítulo 16


Martín y Camila se encontraron en el mismo café de siempre, pero esta vez el aire estaba cargado de una tensión distinta. Camila no pudo evitar notar que Martín tenía ojeras marcadas y un gesto de incertidumbre que no le había visto antes.


Necesito hablar con vos en serio -dijo Martín, removiendo su café sin probarlo-. Estoy en el medio de un quilombo emocional que no sé si tiene salida.


Camila se acomodó en la silla y lo miró con seriedad.


Decime.


Me voy a separar, Camila. Ya habíamos hablado de eso, pero esta vez es definitivo. Ayer tuve una charla con mi mujer y fue un golpe de realidad para los dos. Nos queremos, nos respetamos, pero esto no da para más. No puedo seguir sosteniendo algo que no me llena, que me hace sentir como si estuviera actuando un papel.


Camila sintió un leve estremecimiento. Sabía que esto era inminente, pero escuchar las palabras en boca de Martín la ponía frente a la posibilidad concreta de un cambio.


¿Y los chicos? -preguntó con cautela.


Eso es lo único que me preocupa -admitió Martín-. No quiero ser un padre ausente, ni un boludo que un día decide que ya fue todo y se borra. Pero también me di cuenta de que quedarme solo por ellos es condenarlos a un ambiente de tristeza contenida. Prefiero que vean a un padre feliz, aunque esté en otra casa.


Camila asintió en silencio. Entendía perfectamente el dilema de Martín porque ella misma estaba atrapada en un torbellino de sentimientos contradictorios.


¿Y vos? -preguntó Martín después de un momento de silencio-. ¿Qué vas a hacer con Álvaro?


Camila bajó la vista y jugueteó con la servilleta.


No lo sé, Martín. Lo nuestro también está en un punto sin retorno. Pero no me animo a soltarlo del todo. Con todo lo que pasó, nos encontramos en un lugar raro... hay celos, deseo, miedo, culpa... todo mezclado. Es como si nos atrajéramos y repeliéramos al mismo tiempo. A veces siento que él también quiere salir de esto, pero no se anima a decirlo.


¿Y Mariana?


Camila sonrió con cierta ironía.


Esa es otra historia. Ella parece tener todo mucho más claro que nosotros. Se siente libre, sin ataduras, sin el peso de justificar nada. Nos ve atrapados en estas estructuras que no sabemos cómo romper.



Martín suspiró y por primera vez desde que habían empezado a hablar, tomó un sorbo de su café.


Entonces tenemos que tomar una decisión. Esto no puede seguir así para siempre.



Camila asintó, sintiendo el peso de esa frase como un martillazo en el pecho. Lo sabía. Pero no era fácil.


Por otro lado, Álvaro estaba en casa, repasando la conversación que había tenido con Mariana la noche anterior. Habían terminado juntos, otra vez. Pero esta vez había sido distinto. Había algo más que deseo en el aire, algo que le hacía ruido.


¿Nos estamos metiendo en un quilombo? -le había preguntado Álvaro, recostado en la cama de Mariana.


Ella se había reído.


Ya estamos en el quilombo, Álvaro. La pregunta es qué hacemos con eso.


La frase lo había dejado pensando. Ahora, mientras esperaba a Camila para hablar, sentía que estaba llegando el momento de las respuestas. O, al menos, de empezar a buscarlas.



Capítulo 18


Camila despertó en su nuevo departamento con una sensación de alivio y un leve vértigo. Por primera vez en años, la cama era solo suya. No había rutinas compartidas, no había un "buen día" mecánico con Álvaro, ni café servido en la misma taza de siempre. Se estiró, disfrutando de la libertad, pero también del abismo que implicaba.


El mensaje de Martín llegó puntual, como si la conociera más de lo que ella misma se entendía. "¿Cómo amaneció mi chica libre?". Camila sonrió. No estaba sola en esto, aunque ahora la soledad también le perteneciera.


Había pasado una semana desde que dejó la casa de Álvaro. No hubo dramas ni escenas de llanto; solo la certeza de que habían llegado al final de algo y al comienzo de otra cosa, más incierta pero real. Álvaro le dijo que la quería, que la deseaba, pero que no sabía si era suficiente para retenerla. Y ella entendió que no lo era.


La primera noche en su nuevo espacio la pasó acomodando cajas y tomando vino, celebrando con Mariana, su cómplice en tantas cosas. "Ahora podés hacer lo que quieras, cuando quieras, con quien quieras", le dijo su amiga, con esa picardía que le encendía el deseo. Camila le sostuvo la mirada más de la cuenta, y en ese instante sintió la verdadera dimensión de su libertad.


Martín no se molestó cuando se lo contó. Al contrario. "¿Y cómo fue?", le preguntó, con un interés genuino que la desarmó. "Bien. Diferente. Fue... descubrirme en otro cuerpo sin necesidad de justificar nada". Él le acarició la mano. "Me encanta verte así. Y me encanta que me cuentes". Y eso la tranquilizaba. No había celos, no había restricciones. Había un pacto tácito de verdad y complicidad.


Mientras tanto, Álvaro intentaba encontrarle sentido a su nueva vida. Mariana le gustaba, pero ella era un torbellino que no quería anclas. "No me enamoro, ya te lo dije. Me gusta jugar, pero sin promesas", le aclaró cuando él intentó ponerle más palabras de las necesarias a sus encuentros. Y eso lo desconcertaba y lo excitaba al mismo tiempo.


Camila estaba en un punto intermedio entre la euforia y la incertidumbre. Se preguntaba si realmente podía sostener esa dualidad sin que algo se rompiera. Pero mientras tanto, pensó, era momento de disfrutar el viaje sin anticiparse al final.



Capítulo 19


Camila se acostumbraba rápidamente a su nueva vida en el departamento. La sensación de independencia la entusiasmaba, pero también la enfrentaba a una realidad inesperada: la soledad. Si bien tenía encuentros con mujeres y hombres con una libertad que nunca antes había experimentado, en los momentos de calma aparecía la pregunta que intentaba esquivar: ¿y ahora qué?


Martín pasaba tiempo con ella, compartía cenas y charlas profundas, siempre dispuesto a escucharla sin juzgar. Pero, en su interior, comenzaba a cuestionarse si realmente podía conformarse con ser solo un espectador de su vida. —Te acompaño en todo —le dijo una noche—, pero a veces me pregunto si yo también estoy encontrando lo que necesito.


Por otro lado, Álvaro y Mariana seguían viéndose. Lo que comenzó como un simple encuentro casual se estaba transformando en algo más complejo para Álvaro. Aunque intentaba jugar con las mismas reglas que Mariana, se daba cuenta de que la quería para él solo. Y eso era un problema.


—Te noto raro —le dijo ella una tarde, después de un encuentro especialmente intenso.


—No es nada —intentó desviar la conversación.


—Mmm… Mirá, si lo que querés es que te diga que podemos ser una pareja clásica, no va a pasar. Yo te quiero, pero a mi manera.


Álvaro sintió que se le cerraba el estómago. Sabía que Mariana era así, pero una parte de él esperaba que, con el tiempo, cambiara de opinión. Sin embargo, ese momento no parecía llegar.


Mientras tanto, Camila, tras una noche con una mujer que conocía desde hacía poco, se quedó despierta mirando el techo. Todo le resultaba excitante, liberador, pero también le despertaba dudas. Se preguntaba si estaba viviendo una fase o si realmente estaba encontrando una parte de sí misma que siempre había estado reprimida.


Al día siguiente, desayunó con Martín y, en un arranque de sinceridad, le preguntó:


—¿Vos creés que todo esto tiene un sentido? O sea… ¿que lo que estamos haciendo nos lleva a algún lado?


Martín sonrió con cierta melancolía.


—Lo importante no es a dónde nos lleva, sino lo que nos hace sentir en el camino. Pero sí, tarde o temprano, todos nos preguntamos si estamos en el rumbo correcto.


Camila asintió en silencio. Quizá ya era tiempo de empezar a buscar respuestas.



Capítulo 20


Camila se desperezó en la cama, mirando el techo con una media sonrisa. Todavía no había procesado del todo lo que había pasado en los últimos meses. Había atravesado un matrimonio que se desmoronó, una pasión desenfrenada con Martín, un viaje al centro de sus propios deseos con Mariana y un último encuentro con Álvaro que la dejó flotando entre la nostalgia y el alivio.


Se vistió despacio, disfrutando del ritual de elegir cada prenda con la libertad de quien no debe rendirle cuentas a nadie. Esa noche se encontraría con Martín para cenar, como lo hacían cada tanto. No habían puesto etiquetas a lo suyo, y eso los mantenía unidos sin ataduras.


Por otro lado, Mariana había cortado definitivamente con Álvaro. —No puedo seguir viéndote —le dijo sin rodeos—. No quiero ser la muleta de nadie.


Álvaro no supo si enojarse o agradecerle la sinceridad. Se sintió perdido, pero también libre. Tal vez era momento de redescubrirse sin buscar refugio en otra persona.


Martín, por su parte, se había instalado en un departamento chico, lejos del ruido de su exmujer y de la rutina de su vida anterior. Aunque amaba a sus hijos, empezaba a encontrar un nuevo equilibrio. Su relación con Camila era una especie de oasis donde podía ser él mismo sin expectativas ni reclamos.


Aquella noche, en la cena, Camila lo miró con una chispa traviesa en los ojos. —Estoy pensando en irme de viaje unas semanas. Un destino nuevo, nuevas experiencias.


Martín levantó una ceja. —¿Sola?


—Sola. ¿O quizá no? —dejó la pregunta flotando en el aire con una sonrisa misteriosa.


Martín soltó una carcajada. —Siempre me dejás con más preguntas que respuestas, Camila.


—¿Y eso es malo? —dijo ella, entrelazando sus dedos con los de él sobre la mesa.


La noche siguió entre copas y risas, con la certeza de que el futuro seguía siendo un misterio delicioso. El final de una historia era siempre el principio de otra.


Amor secreto
Los protagonistas de izquierda a derecha: Martín, Camila, Mariana y Álvaro (generados con IA)

Fin.



Ariel Villar

Café Temperley☕

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Ariel Villar

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