Escribir con fuego
- Ariel Villar
- 19 jul
- 4 Min. de lectura

No todos tienen un templo.
Yo sí.
Está en el fondo de casa, y aunque lo llamen quincho, yo sé que es otra cosa. Es un refugio, una cueva con paredes que guardan silencio cuando hay que callar, pero que devuelven palabras cuando uno se queda solo y con el fuego encendido.
En invierno lo uso como hogar a leña. En verano, también. La parrilla nunca duerme. A veces tiene carne; otras veces, solo leña y brasas. Siempre tiene historias. En la mesa hay un mate que nunca se enfría del todo, una radio bajita con voces que parecen hablarle al alma, y un cuaderno —a veces digital, a veces de papel— donde escribo con fuego. Literal.
Porque escribir acá es otra cosa. El crujido de la leña acompaña como una percusión primitiva, hipnótica. No hay WiFi, ni notificaciones, ni relojes que suenen. El tiempo se mide en el avance de las llamas, en el cambio de color de las brasas. Acá no hay multitasking. Hay mate, silencio, humo y palabras. Y hay historias.
La última vez que encendí el fuego, vino a visitarme uno de esos recuerdos que se cuelan sin permiso. Fue la imagen de un tipo que solía vender flores en Constitución. Lo vi hace años, pero me quedó grabado por algo que dijo mientras pasaba la gorra:
"Cada flor que vendo es para que alguien no diga lo que ya no puede".
Esa frase me ardió más que el quebracho. Me hizo pensar en todas las cosas que no decimos, en los abrazos que no damos, en las palabras que se nos quedan atragantadas como el humo cuando cerramos la chimenea muy temprano. Así salió una historia. De una flor, de un silencio, de una estación.
La escribí esa misma noche, mientras el fuego bajaba y las brasas quedaban como ojos encendidos en la oscuridad.
Hay tardes que el fuego me trae otras cosas.
Como la vez que vino Rocio, mi hija del corazón, con una mochila llena de pinturas y preguntas. Nos sentamos frente al fuego y hablamos de eso que no se enseña en la escuela: qué hacer cuando uno no sabe qué quiere, cómo saber si lo que siente es amor o costumbre, o si vale la pena seguir pintando cuando los demás dicen que no da plata.
-No sé si quiero ser artista- me dijo sin mirarme-. Pero es lo único que me hace sentir viva.
Le contesté lo que el fuego me dictó:
-Entonces hacelo. Aunque no te paguen. Aunque no te entiendan. Lo que te hace sentir viva no se negocia-.
Esa noche no escribí nada. Pero el fuego sí. Se lo llevó en humo, como un mensaje a los dioses de los sueños.
A veces también escribo con bronca. Como el día que me peleé con mi ex por algo tan estúpido que ahora ni me acuerdo. Tiré un tronco entero al fuego como si fuera la discusión misma. Vi cómo crujía, cómo estallaba, cómo se convertía en luz y ceniza. Me calmé.
Y después escribí:
Hay cosas que solo el fuego entiende. Por eso arden en silencio.
No todos tienen un templo.
Yo sí.
No porque lo haya construido yo, sino porque lo habité. Porque lo llené de historias y brasas, de mates compartidos y soledades necesarias. Porque acá escribo con fuego. Y cuando lo hago, no importa si hay ruido afuera, si el mundo se cae a pedazos, si no me lee nadie.
Escribo con fuego. Y el fuego, de alguna forma, me responde.
Y entonces llega la lluvia.
No la llovizna piola que moja sin molestar. No. Lluvia posta. De esas que golpean el techo como si vinieran a despertarte de un sueño. La radio se calla. El mate se enfría. Y el fuego, testarudo, se resiste.
Las gotas empiezan a colarse por las rendijas del techo. Cae una justo en el centro de la mesa, como si la tormenta quisiera dejar su firma también. El humo cambia de dirección. Las llamas tiemblan, pero no se rinden.
Me acerco. Lo miro.
El fuego sabe que no va a ganar. Pero igual da pelea. Me enseña.
Porque escribir es eso, ¿no?
Saber que a veces te vas a apagar. Que van a venir tormentas, silencios, críticas, cansancios, noches sin musa.
Pero mientras haya una chispa, aunque sea mínima, vos seguís escribiendo. Seguís soñando. Seguís ardiendo.
Y entonces escribo. Una frase más, con las gotas golpeando el techo como un redoblante.
“La pasión no se apaga. Solo espera su próxima chispa.”
El fuego, casi extinto, parece asentir.
Y yo también.
Ariel Villar
Café Temperley☕
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Ariel Villar
Café Temperley☕
Me gustó mucho este relato!!