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La Segunda Juventud.

  • Foto del escritor: Ariel Villar
    Ariel Villar
  • hace 7 días
  • 4 Min. de lectura
Buenos Aires 2030


La Segunda Juventud

Novela breve.


Capítulo 1 – El rumor que bajó del Roca


Temperley, invierno de 2025.

Los trenes seguían chirriando igual, pero la gente en el andén hablaba de otra cosa. No de robos, ni del dólar, ni de la inflación. Había una frase que corría de boca en boca:


“Ya descubrieron cómo volver a ser joven.”


En las redes mostraban gráficos imposibles de ignorar: células humanas rejuvenecidas, telómeros alargados, órganos reparados por nanobots invisibles. La ciencia había logrado mezclar lo que hasta ayer era ciencia ficción:


Factores de Yamanaka para resetear las células.


CRISPR para editar errores genéticos como si fueran faltas de ortografía.


Senolíticos para barrer la chatarra celular que nos envejecía.


Y nanobots que corrían por la sangre, como mecánicos microscópicos afinando motores.


Pero lo más inquietante no era la técnica, sino la condición para acceder a los primeros ensayos argentinos:

solo aceptaban a los que NO se habían vacunado en 2020.


El argumento oficial era que “los sistemas inmunológicos vírgenes eran más predecibles”. El rumor popular decía otra cosa: que la primera selección había sido política, social y hasta ideológica.


En el bar de la estación, con olor a café quemado y medialunas viejas, Hugo -67, jubilado del Banco Provincia- levantó la vista del Clarín y murmuró:


–Si esto es verdad, muchachos, es el fin de todo lo que conocimos.


Néstor, su compañero de mesa, le respondió sin titubear:


–No, Huguito. Es el principio. Y los que sabemos dónde metimos la pata… podemos reescribir la vida.



Capítulo 2 – El milagro de Banfield


El primero en el barrio fue don Ricardo, médico jubilado, 72 años. Hasta hacía semanas arrastraba un carrito de compras, encorvado, lento, respirando como si la vida pesara más que las bolsas. Una mañana apareció trotando en el Parque Eva Perón, la piel estirada, el pelo oscuro, las piernas fuertes.


Los que lo conocían se quedaron helados: tenía cuerpo de 45, pero la mirada de quien había visto demasiado.


–No es posible –dijo una vecina.

–Es Photoshop –respondió otra.


Pero cuando lo vieron levantar pesas en el gimnasio del club, entendieron que era real.

WhatsApp ardió de memes y audios conspirativos:


–Lo clonaron.

–Vendió el alma al diablo.

–Es un experimento para ricos.


Lo cierto era que la ciencia había dado el salto: la edad biológica ya no era una condena.



Capítulo 3 – La ilusión y la grieta


El Programa Segunda Juventud creció. Empresarios, políticos, algunos científicos. Todos volvieron a lucir de 40 o 50. En Japón y Alemania lo mismo: líderes rejuvenecidos, cuerpos atléticos, cerebros lúcidos.


Pero el impacto social fue devastador:


Las jubilaciones colapsaron. ¿Quién iba a pagar haberes a gente que podía volver a trabajar veinte años más?


El mercado laboral estalló. Los renovados rendían mejor que los pibes, negociaban con astucia y no se dejaban explotar.


Las familias se fracturaron. Matrimonios donde uno rejuvenecía y el otro no. Hijos que veían a sus padres más jóvenes que ellos mismos.


En un asado en Lomas, un pibe de 25 le dijo a su viejo recién renovado:


–Me incomoda que te confundan con mi hermano.


El padre levantó la copa, con esa sonrisa arrogante de quien volvió a ganarle a la vida:


–Y bueno, hijo… es tu problema, no el mío.



Capítulo 4 – Los renovados contra los naturales


Pronto apareció una grieta nueva: Renovados vs. Naturales.

Los renovados se juntaban en clubes, bares, gimnasios. Tenían una complicidad casi tribal: habían vuelto al esplendor físico sin perder la sabiduría de la edad.

Los naturales, en cambio, los miraban con bronca o envidia.


En redes sociales nacieron los hashtags:



Los jóvenes empezaron a organizarse:

–Ya nos cuesta encontrar laburo. Ahora, ¿también tenemos que competir con dinosaurios tuneados?


La tensión era inevitable.



Capítulo 5 – El gurú del conurbano


Hugo, el jubilado de la estación, fue parte de la segunda tanda de renovados. De golpe, volvió a ser el Hugo de 47: pelo negro, músculos firmes, energía intacta. Pero en vez de encerrarse a disfrutar su nuevo cuerpo, eligió otra cosa.


Se paraba en las plazas, micrófono en mano, y hablaba como quien lanza piedrazos contra un vidrio blindado:


–Nos dieron la oportunidad de volver atrás con la cabeza de hoy. Si repetimos las mismas cagadas, no aprendimos nada.

–La juventud nueva no está en la piel. Está en las decisiones.


Lo escuchaban adolescentes, amas de casa, jubilados curiosos. Algunos lo llamaban “el gurú del conurbano”. Otros, “el loco lindo de Temperley”. Pero sus palabras calaban hondo: por primera vez, la segunda juventud no era un privilegio médico, era una chispa social.



Capítulo 6 – El miedo del poder


El Estado y las corporaciones se alarmaron. Un ejército de renovados con experiencia, sabiduría y físico envidiable era imposible de controlar. No se los podía manipular como a los jóvenes anestesiados por pantallas y redes sociales.


Subieron los precios del tratamiento, inventaron trabas legales, lanzaron campañas de miedo:

–Riesgo de cáncer.

–Infertilidad.

–Posibles mutaciones.


Pero la semilla ya estaba plantada. En el sur del conurbano, en clubes y sociedades de fomento, los renovados se organizaban. No pedían privilegios: pedían acceso masivo, justo, igualitario.


El poder temía algo peor que una revolución política: una revolución de la conciencia.



Epílogo – 2030


Cinco años después, el mundo era otro.

En la plaza de Temperley convivían adolescentes, adultos de cuarenta que en realidad tenían setenta, y ancianos que se negaban al proceso, orgullosos de sus arrugas como medallas.


El futuro ya no era lineal: era un laberinto de elecciones, con la biología hackeada y la historia en juego.


Hugo, mirando los trenes azules del Roca rumbo a Constitución, sonreía.

Sabía que quedaban batallas. Que el poder nunca suelta nada sin sangre. Pero también sabía que, por primera vez, la humanidad tenía la chance de reinventarse sin excusas.


La segunda juventud no era solo un milagro de laboratorio.

Era el espejo que obligaba a todos a preguntarse:


¿Qué vas a hacer distinto esta vez?


Fin.



Ariel Villar

Café Temperley


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Ariel Villar

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