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"Elixir" Herboristería & Saberes Naturales

  • Foto del escritor: Ariel Villar
    Ariel Villar
  • 1 ago
  • 3 Min. de lectura
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Nadie sabe exactamente cuándo llegó al barrio, pero todos recuerdan la primera vez que la vieron. Fue una tarde pegajosa de febrero. Ella bajó de un Peugeot 205 rojo, con un vestido de lino blanco que parecía no querer despegarse de su piel. Se instaló justo frente al club, donde antes había una fiambrería que cerró por vender mortadela vencida. En menos de una semana, el cartel de madera tallada decía:

“Elixir: Herboristería & Saberes Naturales”.

Y en letra más chica:

Consultas discretas. Sólo mayores de 21.



Mirta tenía poco más de cincuenta, pero usaba el tiempo a su favor. Pelo castaño con reflejos naturales, labios rojos casi siempre, y un modo de hablar que desarmaba hasta al más estructurado. Nunca estaba apurada. Nunca explicaba de más. Y aunque atendía a cualquiera, las visitas más frecuentes eran de hombres que se creían inmunes al paso del tiempo y mujeres que venían a “arreglar el deseo” como quien arregla el lavarropas.



El lugar era chico pero lleno de aromas. Frascos con etiquetas escritas a mano: "Maca andina", "Catuaba brasileña", "Elixir rojo", "Damiana de amor", "Azafrán del bueno".

Y siempre sonaba música: jazz suave o boleros viejos. Nunca cumbia. Nunca silencio.



—Mirta, ¿esto de verdad funciona? —le preguntó el Petiso Roldán, que había llegado con cara de perro mojado y una bolsita de medialunas del Manduca.

—Si creés que no, mejor ni lo intentes. El deseo no tolera escépticos —le dijo, sin mirarlo, mientras picaba raíz de jengibre con la precisión de una farmacéutica antigua.



Después le armó un té que olía a infierno dulce: maca peruana, canela de Ceilán, clavo, un toque de miel, y unas gotas de extracto de Muira Puama.

—Tomalo tibio. Solo. Y no pienses en nada más que en lo que deseás.


Dicen que el Petiso esa noche volvió a vivir.

Dicen.



No fue el único. Algunos salían con un frasquito y volvían con una sonrisa que no se les borraba hasta el otro domingo. Otras veces, Mirta recomendaba comidas:

—Picada con nueces, higos frescos, queso azul, vino tinto… y de postre: chocolate amargo con pimienta de cayena. No te olvides de mirarla a los ojos mientras comen. Ahí está todo.



Más de uno juraba que después de eso, se enamoraban como a los veinte.

Y cuando alguien se ponía atrevido, ella clavaba los ojos como té fuerte y decía:

—Yo vendo deseo. Lo que hagan con él, es cosa de ustedes.



Una leyenda contaba que un médico casado del barrio Alem, de los serios, entró con dolor de cintura y salió enamorado. Que le dio un licuado de cacao crudo con maca, banana y ginseng rojo. Que le curó la cintura y le encendió la libido.

Que se separó, se fue con una mujer veinte años menor…

Y seguía yendo a agradecer.



Con el tiempo, Mirta amplió la oferta: aceites para masajes con canela, tinturas madre de damiana y azafrán, bombones afrodisíacos artesanales y una línea de infusiones llamada "Noche Serena", vendida en sobres de lino bordado.

Siempre con la misma idea: "No es magia, es naturaleza. Pero si la magia aparece… no la frenes."


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Pero... ¿Por qué tanto furor con los afrodisíacos naturales?



Porque la gente busca volver a sentir.

Después de años de relaciones tibias, cuerpos olvidados, rutinas repetidas y pastillas que bajan el volumen del alma, aparece esta posibilidad: rituales simples, sabores intensos, ganas nuevas.


No es solo una raíz o una infusión: es una promesa.

Un puente hacia lo que alguna vez sentimos. O hacia lo que todavía queremos sentir.


En un mundo acelerado, Mirta invita a frenar.

A preparar un té con intención. A oler más. A tocar más.

A desear. Sin culpa. Sin apuro.


Y ahí, entre frascos, música suave y frases escritas con tiza, su lema lo resume todo:


“No hay receta que funcione si no ponés el cuerpo entero… y un poco del alma también.”



Ariel Villar

Café Temperley☕


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Ariel Villar

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