El conjuro del conurbano
- Ariel Villar
- 28 jul
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 31 ago
Crónicas mágicas (y un poco truchas) desde la mesa de siempre.

¿Vos sabés que todavía hay gente que cree que a la ex se la llevó una bruja? Literal. No una rubia de Instagram, sino una señora de Lanús que cobra en efectivo y dice "trabajar con velas y santos de comando".
Y no lo digo burlándome, ¿eh? Lo digo con esa mezcla de ternura y fascinación que uno siente por el vecino que sale con la estampita de San La Mufa pegada al parabrisas, mientras maldice por lo bajo al que le rayó el auto.
La creencia en brujerías, hechizos y otras magias negras no murió con las telenovelas de los ‘90. Se adaptó. Evolucionó. Hoy la encontrás en TikTok, en los reels de tarotistas con voz seductora y fondo de cuencos tibetanos.
Pero la base es la misma de siempre: la necesidad de que alguien nos diga qué carajo está pasando. Y, de ser posible, que nos lo solucione por nosotros.
Porque aceptar que algo se terminó, que alguien no nos quiso lo suficiente, que una amistad se pudrió o que nuestro hijo no tiene vocación para la medicina… eso duele. Y el dolor pide explicaciones.
Y si no las encuentra en la razón, las inventa.
Ahí entra en escena la señora que corta el agua, congela fotos, desamarra nudos y te lo trae gateando en siete días. La mina te mira, te dice "te lo enyerbaron", y vos ya te relajás. Es mejor creer que todo es culpa de otro. Que hay una fuerza externa manejando los hilos. Porque entonces uno… es inocente.
Y ojo, no se trata de gente tonta. Se trata de gente dolida. De gente que prefiere un poco de magia a tener que hacer terapia. Que elige un rezo a las tres de la mañana antes que revisar sus propios patrones. Que prefiere prender una vela roja antes que soltar lo que ya no va.
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Y del otro lado están los que se autoproclaman dueños del poder.
Los que dicen tener “la energía”, los que aseguran ver cosas que nadie más ve. Y uno, que viene medio flojo de autoestima, medio débil de amor propio, les cree. Porque creer también es una forma de pertenecer.
Porque todos, en algún momento, necesitamos que alguien nos prometa un milagro.
Pero sabés qué, vecino?
Lo único verdaderamente mágico es aprender a hacerse cargo.
Hacerse cargo de lo que uno elige, de lo que uno calla, de lo que uno repite.
Y sí… eso no es tan marketinero como un “amarre con limón”, pero te cambia la vida posta.
Mientras tanto, en el bar de la esquina hay un flaco que sigue jurando que a él "le trabaron el member". Y todos lo miramos, medio con risa, medio con piedad, mientras pedimos otro cortado y pensamos si no estaremos también nosotros, sin darnos cuenta… bajo algún hechizo.
Ariel Villar
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