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Café: Historia, ritual y la esencia del encuentro

  • 14 mar
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 mar

Café: Historia, ritual y la esencia del encuentro

Antes de empezar, si no tenés ganas de leer, te lo cuento acá:


Si el Café Temperley fuera un café de verdad, tendría la madera gastada de los años, el aroma de granos recién molidos y un mozo que, sin preguntar, te traería lo de siempre. Porque el café, más que una bebida, es un ritual, un refugio y una excusa para decir lo que sin una taza en la mano sería difícil de soltar. Pero, ¿de dónde viene este elixir negro que nos reúne desde tiempos inmemoriales?


De los ancestros etíopes al cafetín de la esquina


La historia del café empieza en Etiopía, en algún momento del siglo IX, cuando un pastor llamado Kaldi notó que sus cabras se volvían hiperactivas después de masticar unos frutos rojos. Curioso, llevó los frutos a un monasterio, donde los monjes los usaron para mantenerse despiertos en las largas vigilias nocturnas. De ahí, el café cruzó al mundo árabe, donde ya en el siglo XV se bebía en Yemen, bajo el nombre de qahwa (que significa "vino" en árabe, porque también servía para animar el espíritu).


En el siglo XVI llegó a Estambul, y de ahí se expandió a Europa, donde al principio fue recibido con recelo: en Venecia, algunos clérigos quisieron prohibirlo, creyendo que era obra del diablo. No fue hasta que el papa Clemente VIII lo probó y lo bendijo que el café se volvió aceptable para la cristiandad. A partir de entonces, las casas de café brotaron como hongos en París, Londres y Viena.


En América, los holandeses fueron los primeros en cultivarlo en sus colonias. Luego, los franceses lo llevaron a la isla de Martinica y los portugueses a Brasil. Para el siglo XVIII, el café ya era parte del tejido social del mundo occidental.


Argentina y el café: una historia de mesitas y confidencias


El café llegó a Buenos Aires en el siglo XIX, con las oleadas de inmigrantes europeos que trajeron consigo el hábito de los cafetines. Enseguida se convirtió en un emblema de la ciudad y del conurbano: punto de reunión de poetas, tangueros, obreros, políticos y tipos solitarios con ganas de perderse en sus pensamientos.


Los bares notables como el Tortoni, el Británico o el Café de los Angelitos se convirtieron en escenarios de charlas eternas, amores nacientes y conspiraciones políticas. Pero en el conurbano, los cafés fueron algo más: trincheras de resistencia ante el tiempo, templos de amistades que se renuevan en cada taza.


¿Por qué tomamos café?


Porque necesitamos frenar la vorágine y hacer una pausa. Porque no hay cita, negocio ni despedida sin una taza de por medio. Porque en un café de barrio podemos ser filósofos sin que nadie nos lo pida. Porque una lágrima en la mesa puede significar muchas cosas, y no siempre es leche.


Tomamos café para hacer tiempo, para sentirnos vivos, para compartir un silencio cómodo o un monólogo interminable. En el conurbano, pedir un café es más que un acto cotidiano: es una declaración de principios.


¿Cómo lo tomamos?


En Argentina, el café tiene tantas versiones como estados de ánimo:


  • Café en jarrito: para los nostálgicos y los que buscan que el placer dure un poco más.

  • Café con leche: el desayuno de los campeones, con medialunas para mojar.

  • Lágrima: para los que no se animan al negro puro, pero tampoco quieren un submarino.

  • Cortado: el equilibrio perfecto entre la intensidad y la suavidad.

  • Café turco: el de los descendientes de árabes, con borra y todo.

  • Espresso: para los que van al grano, sin vueltas.

  • Instantáneo: la herejía máxima para cualquier cafetero de ley.


Te sirvo un cortado?


El futuro del café


Hoy, el café se ha globalizado más que nunca: las grandes cadenas lo transformaron en un negocio millonario, con nombres en inglés y baristas que dibujan corazones en la espuma. Pero en el conurbano, en los bares de siempre, el café sigue siendo lo que fue desde el principio: una excusa para encontrarse, charlar, mirar por la ventana y dejar que el tiempo pase sin apuro.


Así que la próxima vez que tomes un café en tu bar de confianza, pensá en todo lo que viajó esa taza para llegar hasta vos. Y si estás en el Café Temperley (el virtual o el de la vida real), disfrutalo como se debe: despacito, con el alma despierta y la mente lista para cualquier conversación que surja en la mesa, o para escuchar buena música en tus auriculares en Radio Café🎧





Ariel Villar

Café Temperley



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Ariel Villar

Café Temperley☕




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