Amor en cuotas
- Ariel Villar
- 8 ago
- 3 Min. de lectura

—Te digo la verdad, Norma, si este tipo no me paga la deuda, me voy a enamorar de otro.
—¿Vos te enamorás por plata?
—No, querida… me enamoro por costumbre, pero la costumbre sale cara.
—Mirá que el amor no se factura.
—Depende, Norma… el amor gratis es el más caro.
—Eso no lo entiendo.
—Vos pensá: te enamorás, te ilusionás, gastás en ropa, perfumes, cenas… y al final, él se va con otra. ¿Quién pagó todo?
—Y… vos.
—Exacto. Entonces mejor que él pague ahora, que todavía está a tiempo.
Norma le pasó el mate como si fuera una sentencia. Esa mañana el café de Temperley estaba con su banda habitual: jubilados que discutían política como si fueran a votar mañana, estudiantes con la notebook buscando señal de wifi gratis, y la moza nueva que servía con cara de estar en otro lado, seguramente en Instagram.
—No sé cómo hacés para ponerle precio a todo —dijo Norma, endulzando el mate como si así le bajara el tono a la charla.
—Es que vos sos de las románticas. Yo soy más bien de las contables.
—Si es por eso, yo estoy en rojo hace años.
—Entonces empezá a cobrar, querida. El amor es como Netflix: si no pagás, te lo cortan.
En la mesa de al lado, Don Hugo, con el diario arrugado y el café frío, no se aguantó:
—Discúlpenme, pero ustedes están confundiendo amor con prostitución.
—¿Y usted qué confunde, abuelo? —respondió ella, sin mirarlo—. Porque si se piensa que su mujer lo ama de gratis después de 40 años, revise la tarjeta de crédito.
Norma trató de disimular la carcajada tapándose la boca con la mano.
—Por Dios, bajá un cambio.
—No puedo. Hoy me avisaron que aumentó la luz, el gas y el alquiler. Estoy en modo ajuste.
La moza dejó el café sobre la mesa y, sin que nadie la invitara, tiró lo suyo:
—A mí me gustan los que pagan antes. Así, si no vuelven, yo ya cobré.
—¿Ves, Norma? Acá hay sabiduría de vida.
—No, acá hay hambre de alquiler —contestó Norma.
Mientras tanto, en la tele del café, sin sonido, un noticiero mostraba un informe sobre “relaciones tóxicas y dependencia emocional”. Ella lo miró de reojo.
—Yo antes me creía todo eso del amor incondicional… hasta que entendí que los únicos que aman así son los perros, y a cambio de comida.
—Qué frialdad, nena.
—No es frialdad, es administración de recursos. Ahora hasta en el amor hay inflación.
Un cafecito mientras seguís leyendo?
Don Hugo, que parecía tener ganas de pelear, volvió a intervenir:
—El amor no tiene precio. Es un sentimiento puro.
—Puro… endeudamiento —le respondió la moza.
Ella suspiró y se acomodó en la silla.
—Mirá, Norma, yo lo quiero, eh. Pero me debe tres cenas, dos fines de semana y una entrada para ver a Fito Páez que tuve que revender porque “le salió un viaje de trabajo”.
—Y… ¿qué vas a hacer?
—Le doy hasta el viernes. Si no paga, lo bloqueo.
—¿Y después?
—Después… me enamoro de otro. Pero esta vez con contrato.
Norma se quedó callada, mirando por la ventana cómo pasaba el tren. Afuera, una pareja joven se besaba en el andén como si el mundo no existiera. Sonrió con un dejo de ternura y resignación.
—¿Sabés qué pienso? —dijo finalmente—. Que al final todas queremos lo mismo: que nos quieran sin planillas de Excel.
—Sí, Norma… pero mientras tanto, que no se olviden de pagar la cuenta.
Ariel Villar
Café Temperley☕
Si te gustó ésta entrada, te invito a enviarme tu invalorable colaboración en la forma más segura a través de Mercado Pago
mediante el siguiente botón:
O también por PayPal:
Tu comentario y tu calificación al final de ésta pantalla es bienvenido y compartido con todos los lectores.
Infinitas Gracias!
Ariel Villar
Café Temperley☕
Comentarios