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Una Navidad en el Roca

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar
Una Navidad en el Roca

El tren Roca rugía en la noche de Temperley como una bestia cansada. Era noche buena, y el calor pegajoso del conurbano no perdonaba ni a las almas más piadosas. En el andén, un grupo de pasajeros esperaba el tren, buscando llegar a Constitución. No había luces navideñas ni villancicos, solo el resplandor mortecino de los fluorescentes y el eco de un vendedor ambulante que ofrecía pan dulce casero:


-A 500 el entero, 300 la mitad! ¡Lleva y compartí en familia, no seas rata!


En el vagón, el paisaje era otro. Una mujer con una bolsa de supermercado llena de regalos baratos "de esos que dicen “con el 3x2 del chino, alcanza”, trataba de mantener la compostura mientras un pibe con auriculares revoleaba la cabeza al ritmo de un trap que nadie más podía escuchar. En un rincón, un hombre mayor acariciaba una botella de sidra sin etiqueta, como si fuera su única compañía esa noche.


-Sabés lo que me jode de la Navidad? –largó de repente un flaco de unos treinta y pico, que parecía haber vivido mil vidas en un año, con una voz rasposa como de haber fumado más de lo permitido.


-Y vos qué festejás, entonces? –le tiró la mujer sin mirarlo, acomodando los regalos.


-Festejo no morirme de tristeza, qué sé yo. Pero acá estamos, ¿no? En el tren de los que no tienen auto ni un mango para quedarse en casa.


El comentario quedó flotando en el aire. Los pasajeros intercambiaron miradas furtivas, como si el tipo hubiera dicho algo que todos sentían pero nadie quería admitir. Afuera, el paisaje de casas bajas y calles oscuras se deslizaba como un espejismo.


Un nene, sentado en el regazo de su mamá, rompió el silencio.

–¿Mamá, Papá Noel sabe que estamos en el tren?

La mujer lo miró con ternura forzada.

–Sí, mi amor. Papá Noel lo sabe todo.


El hombre de la sidra soltó una carcajada amarga.

–Papá Noel no viene al conurbano, pibe. Acá lo único que cae del cielo son balas perdidas y heladas de verano.


El comentario dejó helados a todos, menos al chico, que no entendió. La madre lo abrazó más fuerte.


Mientras tanto, lejos del tren, otra Navidad se cocinaba en las calles. Autos llenos de familias atravesaban las avenidas en busca de casas con luces de colores y mesas rebalsadas. En una esquina de Lomas, un tipo con camisa mal abotonada y la cara roja de alcohol discutía con su mujer porque el nene quería quedarse a abrir los regalos en la casa de la abuela. En la autopista, otro frenaba de golpe para esquivar un petardo que explotó demasiado cerca, mientras insultaba al que venía atrás por tocarle bocina. El mundo seguía girando, pero nadie parecía feliz.


El tren se detuvo en Gerli. Subió una pareja de adolescentes con una guitarra. El chico empezó a rasguear los acordes de "Noche de Paz" mientras la chica cantaba con una voz dulce pero insegura. Algunos pasajeros giraron la cabeza hacia la ventana, otros se hundieron más en sus celulares. Pero algo cambió cuando llegaron al estribillo. La mujer con los regalos comenzó a tararear. Después el flaco del trap se sacó un auricular y silbó la melodía. Hasta el hombre de la sidra levantó su botella como si brindara.


Cuando terminaron, hubo un silencio incómodo, roto por un aplauso tímido. La pareja agradeció y se bajó en la siguiente estación, dejando atrás una especie de paz efímera.


El tren llegó a Constitución cerca de la medianoche. En el andén, la multitud se dispersó como hormigas. La mujer de los regalos se despidió con un gesto hacia el hombre de la sidra, que se quedó sentado, mirando el suelo. El flaco del trap desapareció en la marea de gente.


Antes de salir, el hombre de los treinta y pico se acercó al de la sidra.

–¿Tenés con quién brindar?

–Con esta –respondió levantando la botella.

–Vamos, loco. Nadie tiene que estar solo en Navidad.


Salieron juntos, perdiéndose en la ciudad iluminada por luces que no parecían para ellos.


En alguna parrilla de Banfield, una familia discutía porque el tío se había puesto a llorar recordando a un hermano muerto. En Lanús, un chico en bicicleta pedaleaba con una bolsa llena de empanadas para llevar a casa. Y en el vagón vacío del Roca, quedó un eco de villancicos desafinados y un olor a sidra que nunca llegó a descorcharse.


Esa noche, alguien entendió que la Navidad no es lo que te venden, sino lo que te queda cuando se apaga el ruido...

 

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Gracias de corazón! ❤️


FELIZ NAVIDAD!


Ariel Villar

Café Temperley

 

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