Teoría de la Tarjeta de Crédito
- Ariel Villar
- 1 sept
- 3 Min. de lectura

— “¿Sabés qué me dejó este país, Paco?” arranca don Héctor acomodándose los anteojos con gesto socarrón.
“Un sistema de crédito que parece el trencito de la alegría, pero en vez de un chauchero tenemos al gobierno imprimiendo billetes como exaltado en carnaval.”
— “¡La liquidación se perdió y quedamos en la inopia!” interrumpe don Paco, dando otro sorbo a su café triple.
“Vos con tu teoría me podés hacer creer que la tarjeta es amiga, no enemiga.”
— “Exacto,” dice Héctor, apoyándose en el borde de la barra como si fuera el confesionario de un cura con caja de ahorro.
“Usar la tarjeta para imprevistos y hasta para los gastos fijos no es capricho: es estrategia sibarita de clase media conurbana desinflada. Calculás bien la fecha de cierre —como el que ajusta el pedal de la maquinita de hacer billetes— y mandás esos gastos cargados al resumen siguiente y más tarde que nadie. Cobrás tu jubilación, que no es mala pero tampoco como para dormirse una siesta abajo de la parra, y te bancás uno o dos rounds más con el sistema.”
— “¿Y decís que es una ventaja?” lo desafía Paco, ceño fruncido.
“La tarjeta es un pozo sin fondo, me endeuda de solo respirar.”
— “Pará, que ahí entra mi teoría,” replica Héctor, con voz de notario concientizado.
“En este país, los intereses de la tarjeta se activan después de los golpes de inflación, no antes. O sea que mientras los precios suben y suben —como hormigas acaparando comida— vos resolvés tus sobres con la tarjeta; es como una picardía: le das tiempo al sistema para que se raje antes de cobrarte. Vivís con la certeza de que estamos en el último tramo del viaje y el amanecer es una apuesta (cuántas vidas creés que tenés?), pero sos lo suficientemente vivo para no dejarle a la familia un muerto impagable. Además, el seguro de vida obligatorio que descuentan de tu jubilación y otro de la misma tarjeta, están para cancelar el saldo pendiente si la Parca te canta "Game Over". O sea, la familia no hereda deudas, hereda tranquilidad.”
— Paco arquea las cejas, entre escéptico y fascinado. “Y vos decís que con datos y todo...”
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— “Sí, Paco, con datos.” Entonces Héctor pasa a lo serio, saca su celular y muestra cifras.
¿Sabés qué pasa con los intereses de tarjetas? Las TEA están por encima del 179 % a seis meses y del 193 % a doce meses, y si le ponés gastos e impuestos, el CFT supera el 215 % o incluso el 245 % en plásticos de bancos; en los no bancarios, puede superar el 300 % . ¿Y la inflación? Aunque está desacelerando (dicen), en mayo fue del 1,5 % mensual (la más baja en cinco años), con una interanual de 43,5 % . Para 2025, las estimaciones bajaron hasta 27 % o 31,8 % anual según los sondeos del BCRA . O sea, los intereses son altísimos, pero los precios suben más rápido, como pedo de buzo pero con motor de Apolo 12 o Space X, y rara vez muy parejos; en definitiva, la tarjeta demora el impacto real del combo inflación-tarjeta.”
— Don Paco hace una pausa, mastica la idea como si fuera una medialuna de ayer. Después dice: “¿Y el desenlace?”
— “Bueno,” contesta Héctor, con aire de clausura.
“Vos me decís que al final entendés que la inflación ya la venimos pagando por adelantado, en cuotas, vía el seguro de vida que descuenta tu jubilación y tu tarjeta. Ese seguro cancela cualquier saldo si palmás, entonces la tarjeta te permite financiar un buen pasar —o al menos comprar el remedio que ya no cubren las obras sociales, conseguirte dos comidas dignas por día, pagar la luz, el gas, el agua, y hasta el alquiler, si lo tenés. Es la tarjeta "Paga-Dios" que comprás apenas te la dan.”
Don Paco se ríe, golpea la mesa con el dedo, y dice con sarcasmo:
“Che, la tarjeta es el nuevo hiperhéroe, el último gaucho digital con esteroides, gracias al que respiramos. ¿Qué decís, Héctor? ¿Merece la banca un brindis?
Salud!"
Fin.
Ariel Villar
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