Kilómetro más, kilómetro menos, somos unos cuantos los que a ésta altura del camino nos encontramos dentro de un paisaje que no estaba en nuestra hoja de ruta. Y aunque la auto-justificación inconsciente nos intenta conformar con la siempre necesaria gratitud sólo por el hecho de estar vivos, tomamos conciencia que fue un error haberle dejado el volante al corazón.
Fangio fue campeón mundial 5 veces porque era un piloto cerebral. El tipo sabía que pisando el peralte interno de cada curva ganaba unas décimas que bajaban 1 segundo por vuelta, lo que al cabo de 20 o 30 vueltas lo ponía en primer lugar. Frío. Matemático. Jamás emocional.
Genios como Einstein, Tesla y tantos otros, basaron sus logros en la tenacidad y perseverancia, aún a costa del fracaso de sus vidas privadas: parejas, familia, hijos.
Y muchos de nosotros volvemos a mirarnos en el espejo tratando de ver dónde le erramos. Y lo vemos. Y no decimos nada, porque nos damos cuenta que nada es para siempre, ni siquiera para toda la vida. Que excluyendo a los Hijos, el amor es un tanque de nafta lleno que también se acaba aún pijoteándolo a 60 por hora. Primero no pasa nada. Paramos con la reserva, llenamos de nuevo y otra vez al camino.
Pero tenemos el kilometraje contado y llega un punto en que ya no podemos andar a fondo porque el motor ya no se la banca.
El vértigo de la autopista nos aburre y nos queda grande, y la lentitud y la experiencia del Off Road nos divierte mucho más, sobre todo por el hecho de andar en soledad.
Y lo mismo nos pasa en la vida. Nos vamos conformando con lo que hay, con lo que nos queda.
Claro, basta mirar por el espejo retrovisor para ver todo lo que anduvimos y las cagadas que repetimos una y otra vez nomás por crédulos, por pasionales, por románticos, después de esa innata y sana costumbre de patear tableros y mandar todo a la mierda.
Y siempre tarde caemos en la cuenta que las personas no cambian, y pocas veces crecen. Que ser todos iguales es una utopía ridícula, en un mundo en el que para triunfar es necesario sobresalir.
No pocos nos acercamos al que tal vez sea el último cruce de caminos para tomar la decisión de dar el volantazo eligiendo pisar a fondo hasta lograr el éxito, o hasta que el motor aguante, sabiendo que se viene la noche en un camino de tierra sin señales y con las luces altas encendidas.
O tal vez sigamos tranki 110, alejándonos poco a poco de éste Nuevo Mundo Artificial que ya no necesita rasgos de Humanidad, hasta que se termine el último tanque en medio de las bellezas naturales que aún sobreviven a la barbarie.
Lo bueno que nos queda es no poder ver el futuro, y el deseo que nuestra descendencia sea capáz de construir un mundo mejor, más humano y más conectado cara a cara que por la virtualidad.
Ariel Villar
RadioBlog
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