Esto de hablar o escribir en primera persona del plural (nosotros), mayormente logra un efecto inclusivo que busca hacernos sentir identificados y de algún modo acompañados. Pero en este caso en particular prefiero compartirlo en primera persona para que no te sientas incluido en una cuestión con la que podes no estar de acuerdo.
Siempre creativo, buscador y cuestionador de estigmas socio-culturales, no pocas veces me pregunto: "qué me frena?", cada vez que empiezo algo nuevo, algo distinto, o simplemente lo que tenga que ver con las pasiones que, como tales tienen ese condimento de aventura que por supuesto, incluye el fracaso. Y me voy dando cuenta de lo infructuoso que resulta buscar las causas del lado de afuera de mi propia piel. Y me encuentro con mutaciones y variantes de un viejo y poderoso enemigo: el miedo.
Lo más loco es que me lo encuentro mirando adentro del intestino mental, que no para de cagarnos cualquier intento de llegar al éxito. Infiltrado entre las neuronas del sentido común, como una metástasis del terror que inhibe las ganas de tocar algo por no complicar las cosas. Y es tan hábil y despiadado que descubre y ataca sobre el punto más débil de mi conciencia y, si no resulta, aplica un puntazo certero en el órgano más vulnerable de mi cuerpo.
Y están pero tan hijo de puta que cuando sabe que lo estoy mirando, abre el arcón del acervo incultural de creencias mediocres, brujerías, macumbas y demás cucos inoculados en épocas medievales, solo para distraer mi conciencia para que busque culpables afuera. Y ahí voy: "Qué mala leche!"; "Cosa de Mandinga, loco!", y otras estupideces verborrágicas que me convierten en cultor de la Yeta.
Así de boludo como suena cuando lo leo, pero tan efectivo como el billete. Sucede que la versión básica del miedo es la que me hace reaccionar ante un peligro inminente para mantenerme vivo: un tren, un abismo, y cuanta cosa amenace mi supervivencia. Pero la versión estilizada, mejorada y algoritmicamente perversa es casi invisible, casi invencible, casi.
Pero como en todos los ríos, en la otra orilla tengo la fuerza más grande del Universo, esperando a que me decida a mojarme las pelotas para empuñarlo como al martillo de Thor. Pero el "Dr. Miedo" una vez más usa el ardid del disfráz de "Ego Supervivencia" y me muestra lo profundo que puede ser el río y lo peligroso de su correntada. Y aún cuando me tiró de cabeza temerario y decidido, ya bien en el medio y cansado de nadar, muta en el demonio más cruel para hundirme: "La Culpa". Culpa por dejar a la deriva mis sueños, un puñado de logros y a los implicados que confiaron en mi y esperan resultados aunque no lo digan, porque no saben nadar en las aguas de mis locuras.
Finalmente, desde la orilla del Amor, todo se ve muy claro. El río era apenas un charquito de agua de lluvia que incluso podría haber superado de un saltito y sin mojarme, y el que parecía un Ogro se desvanece en su cobardía. La conciencia me vuelve a girar las bolitas de los ojos para el lado de afuera y veo que Don Sistema sigue igual. La Parca sigue asustando a la gilada y los arrea como ganado por el pasillo de madera, los inocula para matarles cualquier bicho de indigestión creativa, para finalmente apilarlos en un camión jaula que los lleva en su último viaje, para recibir la bendición de un mazaso en la frente que los convierta en alimento de exportación para un asadito digno de un Reel...
Ves por qué lo de contártelo en primera persona? No podría pretender que te sientas identificado.
Ariel Villar
NBA Productora de Incontenidos
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