Cebolla. Por Yanina Feruglio

Una cebolla me estimuló. Debía llorar, y así fue. Grité cual si fuera un niño a quien le arrebataron su juguete. Cebolla maldita pensé, odio picarla.

Acongojada sonreí porque me vi ridícula.

Lo que odio es ésta pena punzante. La pobre cebolla sólo fue el ácido que untó mi garganta. Como quien dice, la gota que rebalsó el vaso.

Me trajo lágrimas, pero ellas pesaban. Serán los años? pensé. Eran espesas, me quemaban las mejillas, maldita cebolla, mientras tomaba la rejilla, la cocina parecía inmensa, pero lo que era grande era el vacío interno.

Tiré el agua del termo, y me senté a pensar: qué cosa podría ser peor que el no intentar, incluso cuando estamos nublados?

Me arden los ojos, siento el rostro desfigurado, me siento como loca, mientras fumo éste cigarro.

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Una cebolla fue causa de un llanto, eso habla de que ya no hay excusas para seguir en éste sin sentido. No fue él, ni siquiera sus vacíos los que me dejaron sin suspiros. No fueron mis gritos regañando a mi hija por haberme contestado mal. Fui yo, afectada por el entorno que me logra fastidiar. Dónde deje mi paciencia? Si nunca fue una virtud, siempre inquietante delante del mundo y tanta multitud. Dónde quede yo, mis risas sin motivos.

Cebolla maldita! Qué locura! Todo hoy sabe a lágrimas.

Yanina Feruglio

Café Temperley☕

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Ariel Villar

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