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Resumiendo

  • hace 6 horas
  • 3 Min. de lectura
Imagen artística de la vida y la muerte

Empezamos a morir desde que nacemos. El truco es que venimos sin fecha de vencimiento para que ni bien tomemos la mano de nuestra diminuta conciencia, nos creamos inmortales.


Imperativos, arrogantes e impacientes pataleamos nuestros caprichos mientras el sistema nos adoctrina con miedos y culpas:


- El Cuco

- Dios te va a castigar

- Cuando te mueras vas a ir al infierno

- Tenés que compartir con quién no tiene...


Pasan algunos años y adolescemos el baile de las hormonas con un energizante en una mano y un Rivotril en la otra, mientras nos masturbamos con la posibilidad elegir entre 52 sexos diferentes porque aún carecemos de herramientas intelectuales como para justificar lo que sentimos y no entendemos, sin que nos cancelen en la virtualidad egoísta de la pantallita de mano.


Después la mayoría de edad legal nos ubica en un mundo roto e intencionalmente mal hecho, aún con la boina rebelde puesta y la remera con la cara de un bobo que peleó su guerra en el lugar equivocado (y así le fue), y lo que creemos un buen manejo de información como para discutirle y ganarle al mismísimo diablo, que sabe más por diablo que por viejo y que hace rato metió la cola en nuestro manoseado sistema de creencias y nuestra bombardeada educación.


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Y salvo hayamos tenido el segundo lúcido para preservar la eyaculación con el que creemos el amor de nuestras vidas, antes de los 30 ya cargamos con algún pasajero más en brazos que, irónicamente, también viene programado para llorar y patalear por dolor, por hambre, por sueño, y por todos nuestros mambos no resueltos y marcados a fuego en su genética.


A los 40 creemos que ya tenemos la suficiente cintura para adaptarnos a los cambios vertiginosos que nos impone un sistema que sólo nos exige productividad y esclavitud en equipo.

Llegamos a casa con la mente cansada, dolor de cintura y la menor de las ganas para atender y escuchar a nuestros chicos, que nos reclaman atención y respuestas a sus preguntas, y que respondemos de la mismísima forma en que juramos no volver a repetir.


Diez años más y el proyecto de estar "hechos" a los 50 adelgazó sus pretenciones, adaptadas a lo que se pueda pagar, sin sacrificar un "merecido?" fin de semana tan fugaz como el descuido que nos provocó un martillazo en el dedo, atendiendo el capricho percusivo de colgar la foto familiar enmarcada, sobre la pared del hogar del living.

Con mucha suerte, el tedio del regreso de Domingo después de una escapada relámpago con caras enojadas en el retrovisor por falta de internet.


Y con mucha más suerte aún, pasamos los 60 sobreviviendo a la rutina con nuestra amada compañera, de la que creíamos conocerle hasta el perfume de su sudor. Sobrevivimos a la pandemia, y a las cíclicas y calcadas crisis de una Argenturia que es buen negocio mientras siga sangrando, para una casta elegida por una democracia con Alzheimer, .


Así que, cuando perdemos el control de los sucesos que fuimos programando tan meticulosamente y apenas a mediano plazo, al punto que no podemos disfrutar el fugaz presente que se nos escurre como agua entre los dedos, que no sea motivo de una nueva derrota!

Volvemos: crisis es crecer, y crecer nos acerca cada vez más a lo que venimos negando desde nuestro primer llanto al segundo de nacer: La muerte.


Sólo imaginemos lo que hubiese sido nuestra vida si hubiéramos nacido con la fecha de vencimiento tatuada en la frente.

La hubiésemos malgastado en buscar el control total de nuestras vidas, olvidando que somos clase media (o lo que quede de ella), y que fuimos criados y educados como esclavos, con mentalidad de pobres, y con la certeza por necesidad de que, si nos portamos bien, la muerte va a ser el portal que vamos a atravesar para habitar un mundo mejor.


Pero pará! Antes de pegarnos un corcházo, pensemos en una realidad más que en una creencia. La Gratitud nos multiplica y devuelve todo aquello que agradecemos. Y los que tuvimos la suerte de llegar hasta acá, no contamos con la certeza de una segunda vuelta para volver a empezar, ni con la fecha del último día en éste plano de existencia. Así pues, agradezcamos lo que pudimos lograr.

En definitiva, estamos en dónde tenemos que estar y en ningún otro sitio y momento, gracias a nuestras propias decisiones.


Ariel Villar

Café Temperley


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Ariel Villar

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