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Los pensantes: cuando el silencio dice más

  • 13 mar
  • 2 Min. de lectura
Los pensantes: cuando el silencio dice más

Somos grandes, no viejos. Grandes. 65 años nos alejaron lo suficiente del horizonte en el que alguna vez nos vimos adolescentes, jóvenes adultos, explorando todas las opciones a nuestro alcance, pero sobre todo equivocándonos. No en lo laboral ni en lo económico—esos errores se corrigen con esfuerzo o suerte—sino en lo afectivo. Ahí sí que nos mandamos las peores macanas.


Tanto camino recorrido y, sin embargo, el recuerdo de aquellos tropiezos se va cubriendo con una capa de enduido mental que los suaviza, los redondea y los deja ahí, casi como sabiduría adquirida. El inconsciente es un gran albañil.


Pero vivimos en tiempos distintos. Un mundo hipersensible a conveniencia, donde cualquier verdad dicha sin anestesia se vuelve un misil directo al ego de quien no está dispuesto a escucharla. Egos inflados por generaciones de padres que confundieron amor con sobreprotección, autoestima con soberbia, límites con trauma. Y así nos vamos callando.


No porque nos falten cosas para decir—al contrario—sino porque sabemos que nadie quiere escuchar lo que incomoda. Nos tragamos las palabras porque advertimos que, en vez de despertar conciencias, generan enemigos. Y a esta altura, ¿para qué?


Somos gente leída, medianamente instruida, lo justo para que algunos nos confundan con sabios. Pero también sabemos que la lucidez es un arma de doble filo. Nos ha permitido entender que hay caminos distintos: algunos dedicaron la vida a ganar dinero, a construirse una existencia rodeada de bienes tangibles; otros, apostamos a lo intangible, a lo bohemio, a lo humano.


¿Y qué quedó de todo eso?


La única verdad, la que no se tapa con enduido: estamos exactamente donde debemos estar, ni más ni menos. Llegamos hasta acá por nuestras propias decisiones, sin excusas ni culpables externos.

Y cuando nos damos cuenta de eso, cuando nos frotamos los ojos para asegurarnos de que estamos despiertos y no en un delirio existencial, elegimos el silencio.


No porque no tengamos respuestas, sino porque ya entendimos que muchos no las quieren escuchar. Que es mejor una mueca de "¿quién sabe?" antes que un debate estéril con quien no está listo para la verdad.


Quizás por eso nacemos con dos orejas y una sola boca. Para aprender a escuchar más y hablar menos. O quizás sea una premonición de lo que vendrá cuando aparezca el cartel de "Final del Recorrido", cuando ni siquiera podamos mover los labios para decir la última palabra o, al menos, hacer un gesto obsceno.


O tal vez, solo tal vez, por eso algunos elegimos escribir. Porque en el papel, todavía podemos seguir diciendo cosas.


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Ariel Villar

Café Temperley


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Ariel Villar

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2 Comments

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Unknown member
Mar 13
Rated 5 out of 5 stars.

Con el tiempo uno aprende más a escuchar y solo hablar cuando el silencio del otro lo permite. Está vez el cafecito lo invito yo, excelente post!

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Unknown member
Mar 23
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Gracias Hijo!!❤️

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