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Hablamos de romper estereotipos, ejemplos de nuestro entorno, de nuestra crianza y hasta de nuestras propias experiencias anteriores. Y como te decía en el video, conforman lo que se conoce como "sistema de creencias" del que creemos que somos nosotros, nuestra escencia, y lamento decirte que no es así. La bioneuroemoción lo explica muy bien.
Sucede que sin ninguna mala intención, Padres, Abuelo y el entorno en general nos enseñaron con el ejemplo y dedicación lo que pudieron, lo único que sabían, muchas veces bastante alejado de lo que realmente sentían como correcto en lo más profundo de sus tripas, pero sin ninguna mala intención.
Lo que llamamos "Principios" adoptados como verdaderas columnas sobre las que construimos nuestro acervo cultural, reglas de convivencia y buenas costumbres. Educación que le dicen.
Aún así, no son pocas las veces que esas columnas no son capaces de sostener el "puente" que supimos construir porque, dependiendo de las herramientas intelectuales que nos hayan instalado, empezamos con unos palos enterados en el barro, después seguimos con ladrillos encima, y para darle la resistencia necesaria para soportar el peso y el paso del tiempo, le mandamos una buena loza de cemento y piedras aguantada por un "encofrado" provisorio de madera, sin tener en cuenta que sus formas iban a quedar talladas en el cemento de nuestra personalidad.
Pero soltando la baranda de alegorías poéticas, todos en algún momento sentimos ese nudo en la boca en el estómago que cuando intentamos vomitarlo nos anuda la garganta sin dejar pasar palabra alguna. Todo culpa del "Marinero de nudos difíciles" conocido como lo que aprendimos, esa cocktelera mental que nos hace creer lo que es lo correcto. Y gritamos, negando todo lo que el bobo colorado que trabaja 24/7 para mostrarnos quienes somos realmente y hacia dónde queremos ir. Y como el tipo no sabe gritar, nos hace doler y, si no le damos pelota, se raja, se rompe. Literal. Infarto le dicen.
Pero aún zafando del primer doloroso aviso, el intestino de la cavidad encefálica sigue con su diarrea de respuestas lógicas a las preguntas del más puro sentido común emanadas desde la cueva que está detras de las costillas. La consecuencia más común es que nos encadenamos los tobillos para frenar el furioso deseo de patear los tableros mediocres por los que estamos pagando con las monedas de "curso legal" más caras del mundo: nuestro tiempo y nuestra salud. Qué tableros! Si: parejas incómodas, trabajos que no nos sirven en ningún sentido más que el de apenas sobrevivir, amistades que no suman o caminos que ya no queremos andar porque nos llevan a un lugar al que ya no queremos ir.
Entonces la ventanilla se vuelve espejo y nos muestra paisajes que no nos gustan ni medio y nos preguntamos en que rotonda le erramos, sin darnos cuenta que nos está mostrando el tosco ripio de nuestro ser más auténtico, que rotula lo aprendido como ajeno, cuando en realidad es nuestra propia inconciencia.
Pero algunos somos tan ecépticos que necesitamos una señal clara e inequívoca que nos arranque el puntinazo que clave la guinda en alguna cabeza de la tribuna alta, pero generalmente tarde, cuando ya contamos con un par de stents en la cañeria o cuando menos, un trabajo desvalorizado o un seno familiar desgastado por gritos, indirectas hirientes y hasta el exabrupto ijustificable de una puteada que no remienta ni un abrazo ni una cena en Puerto Madero.
Patear el Tablero.
Van un par de tips anti-fatiga por lectura:
Mandar literalmente a su letrina y bien lejos de nuestro presente y nuestro futuro a:
Trabajos mal pagados o que no reconocen nuestro mejor esfuerzo.
Parejas gastadas que en su sólo recuerdo recuerdo la balanza se incline claramente hacía el NO.
Amigos que no suman nada.
Proyectos y ámbitos en los que el único que la rema es uno mismo.
Y toda cosa, situación, ámbito o persona que nos haga sentir una espina en la garganta, un nudo en el estómago, un gusto amargo en boca, o que sus actos sean opuestos a sus palabras o promesas.
Deseo cerrar ésta entrada con una frase que no paro de repetirle a mis hijos, y que quisiera poder poner en práctica yo mismo, tal como lo hacen ellos:
Nunca mires para atrás. Seguí siempre a tu corazón!
Fin.
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Ariel Villar
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