Las 7:20 AM, andén de Temperley. Un aire frío que no termina de despertar se mezclaba con los gritos de un tipo vendiendo "tutucas y maní con chocolate", aunque claramente nadie había desayunado. Ahí estaba yo, rodeado de estudiantes con mochilas gigantes y oficinistas que miraban el celular como si fueran a encontrar el sentido de la vida en TikTok.
—"¡Che, flaco, cuidado con la mochila! Ya me hiciste una colonoscopía gratis," le decía un tipo a un adolescente que ni lo escuchó porque tenía los auriculares del tamaño de dos medialunas.
El tren llegó con ese sonido característico de lata aplastada, y todos corrimos como si regalaran entradas para ver a la Scaloneta. Entrar al vagón fue un arte, una combinación de kung-fu y danza contemporánea. Una vez adentro, el primer reto: encontrar un lugar para pararse sin inhalar el sobaco del vecino.
Cerca mío, una señora ya había empezado a sermonear a un tipo que jugaba al Candy Crush:—"¿Te parece bien andar matando caramelos mientras el mundo está como está?"—"Señora, si esto es el fin del mundo, prefiero morirme feliz. Y con tres estrellas."
Primer Acto: El Show de los Vendedores
El desfile empezó como siempre. El primer acto fue el vendedor de medias:—"¡Tres pares por cien, y estas son térmicas! Si no las usa Messi, es porque todavía no las probó."
Le siguió un tipo que ofrecía linternas:—"¡Linternas LED, ideales para cuando se corta la luz! ¿O para buscar los sueños que se te perdieron en la adolescencia?"
La joya de la mañana fue un mago que, entre frenadas, intentó sacar un conejo de su galera. Spoiler: el conejo nunca apareció, pero todos nos llevamos un envoltorio vacío de Sugus.
Segundo Acto: Filosofía Popular
En Avellaneda, subieron dos tipos que parecían haber salido de una reunión eterna en el bar. Uno le decía al otro:—"Mirá, yo te lo digo así, en confianza: la vida es como este tren. Te subís pensando que llegás a Constitución, pero en el medio te das cuenta que solo querías bajar en Banfield."—"¿Banfield? No seas boludo, Banfield es como el purgatorio."
Más adelante, una chica discutía por teléfono:—"Sí, mamá, ya sé que tengo que hacerme la colación. Pero entendé que en este tren no hay espacio ni para sacar un Alfajor Jorgito."
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Tercer Acto: El Partido del Fondo del Vagón
En el fondo, un grupo de adolescentes había improvisado un torneo de truco:—"¡Quiero vale cuatro!"—"¡No vale, si el cuatro está doblado! Además, lo marcaste con un churrito de medialuna."Un oficinista interrumpió, en tono serio:—"Pibes, ¿pueden apostar en silencio? Hay gente acá que intenta sufrir en paz."
Clímax: El Predicador del Apocalipsis
En Gerli, subió el predicador. Este era nuevo; tenía una guitarra que usaba más como adorno que como instrumento.—"Hermanos y hermanas, el tren es como nuestras almas: lleno de baches y tardando más de lo esperado. Pero no pierdan la fe. ¡Conviértanse, porque el fin está cerca! Y si no, al menos conviértanse en algo útil."
El vagón estalló en risas, pero el tipo siguió con su monólogo hasta que el vendedor de budines lo interrumpió:—"Disculpame, maestro, ¿te bajás en Constitución o en el Arca de Noé?"
El Final: Llegada a Constitución
Llegamos a Constitución con un último frenazo que casi nos tira a todos al piso. Mientras bajábamos, un tipo con cara de dormido dijo:—"Che, ¿esto es Constitución o la puerta del infierno? Porque creo que vi a Dante bajándose con una SUBE."
Mientras cruzaba la puerta, me llevé dos cosas: un budín (que, por cierto, estaba buenísimo) y la certeza de que no hay mejor teatro que un vagón del Roca en hora pico.
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Ariel Villar
Café Temperley
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