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El Motociclista.

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar

Actualizado: 6 dic 2022


A pedido de mis incontables lectores (4 o 5), les dejo una nueva edición para que puedan copiar y compartir. Los chicos crecen, heredan pasiones y compran motos...🏍️

Gracias y que lo disfruten!


Como tantos otros, vivía normalmente, con su trabajo estable, su ingreso fijo y por detrás una historia común de estos tiempos, con cosas para recordar y otras para olvidar. Hijos ya criados, encaminados y ocupados en forjarse un futuro mejor siempre con poco tiempo para....


Eso de plantearse para qué tantos años de trabajo y esfuerzo y de porqué no cambiar las cosas, se hacía cada vez más una costumbre. Cambiar las cosas. No las del entorno, la sociedad o los demás. Simplemente su propia actitud, en la búsqueda de hacer sólo aquello que le proporcionaba placer, en su caso: Viajar...

Pero no de esa forma tantas veces emprendida, planeada, a un sitio fijo y determinado, donde todo ya estaba digitado de antemano. Incluso las salidas, la estadía, los gastos y la vuelta (depresión post-vacacional también).

Pero algo así como un exceso de peso le impedía tan sólo arrancar: Culpa... ¿Culpa? ¿De qué ? ¿Por qué?


El tiempo y la insistencia de ese pensamiento se encargaron de reducir semejante mochila a tan sólo un paquetito de bolsillo que se acomodó en el rincón del forro descocido de la vieja campera de pluma de pato...


Así fue que una fresca y soleada mañana de Octubre, como todos los días, enfundado en abrigo y guantes de cuero, encaró para su trabajo. La mochila aún guardaba los pertrechos de la última salida de fin de semana: algo de ropa, antipinchaduras, herramientas básicas y elementos de aseo personal. Ya rodando la avenida, ella sonaba extrañamente hermosa, poderosa y como queriendo sentir el viento. Sus dos ruedas se sentían más firmes que de costumbre, copiando cada imperfección del asfalto, pero sin que duela la cintura (como las últimas veces)...


La rotonda a la vista marcaba el giro a la rutina y más lejos un cartel verde con letras blancas aún ilegible, el punto de no retorno... El zumbido limpio y metálico de la caja se dejaba sentir a medida que bajaba los cambios... 4ta, 3ra, 2da... El ángulo de inclinación a la izquierda era casi matemático, como todos los días, cuando el Sol mostró un reflejo distinto sobre el carenado... El más puro instinto de conservación hizo que el puño derecho gire hacia abajo y la inclinación a la derecha fue un acto reflejo... El cartel verde de letras blancas ya legibles dejó atrás el punto de no retorno y ella dejaba oír el canto de los escapes a su máxima expresión mientras la 5ta velocidad se afirmaba para quedarse un buen rato...Un par de segundos ausentes mostraron imágenes cerebrales de lo que hubiera sido un viernes como tantos otros, que se quebró de golpe con el grito más íntimo y profundo empañando un segundo el visor del casco...

Ella se acomodó en velocidad crucero y él se afirmó en el punto más cómodo del asiento...



Tantas veces habló de libertad, la libertad de los países, la libertad de los pueblos, la libertad ajena y la propia, esa que termina donde comienza la rutina, pero era la primera vez que sentía su propia libertad sin medida, sin un final programado... El sol marcaba el rumbo, y el único límite era el horizonte...


El sonido de las últimas ranas del zanjón de la banquina se mezclaba con una mínima sinfonía valvular, mientras las primeras gotas condensadas de neblina chorreaban los espejos. El Sol irrumpía naranja y majestuoso detrás de un monte y obligaba a contener la respiración... y sin salir del asombro, el pájaro que buscaba alimento se emparejó a la misma velocidad por algunos segundos, mirando al extraño insecto viajero, alejándose después con una media barrena planeadora.


Se sentía el calorcito del sol en el casco y en las piernas, el horizonte, bien Argentino, se teñía de cielo azul profundo con blanco de niebla baja como presagio de un día espectacular! Se podía oler el pasto húmedo, el horno de ladrillos, el zorrino furtivo... y la sorpresa de un cuis que obligó a peinar el freno. Al segundo el asiento se acomodó y el pulso volvió a su ritmo, lo mismo que el motor.

Y así, siendo parte del paisaje, el tiempo, de verdad, el tiempo se había detenido!


La vasta monotonía verde se quebró con la visión del cartel de una estación de servicio, presagiando el incomparable placer de un cortado con medialunas calientes.... El sueño iba terminando a medida que bajaba la velocidad, como si lo hubiese despertado un ángel con un beso, y todo se volvió emoción compartida al ver otras motos paradas con sus bultos aún atados. El saludo, la charla, el bullicio y el tintineo de las cucharitas con el fondo de una vieja cafetera Express...


El tiempo voló. Pero qué importaba? Si en un par de minutos iba a encarar otro tramo de cien kilómetros de sol, de ruta, de viento.... de vida!


Dedicado a todos los que disfrutan del síndrome incurable del motociclismo que, como muchas especies, alguna vez se desplazaron en cuatro ruedas y luego evolucionaron para andar sobre dos.


Ariel Villar

NBA Productora de Incontenidos

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