Cábala, Tarot y Ruda: La Búsqueda de Poder en el Conurbano
En el conurbano bonaerense, creer en algo más grande que uno mismo es casi una necesidad. Pero no hablamos de religión ni de política, no. Hablamos de magia, cábalas y ciencias ocultas. Porque en este lado del mundo, donde los bondis tardan más que una promesa de campaña, las velas, los cuarzos y las cartas del tarot ofrecen ese destello de control que tanto se busca.
No es solo fe. Es una mezcla de miedo, ganas de sentirse especial y, claro, un poquito de interés económico. Porque, seamos honestos, ¿quién no querría tener "un don"? Algo que te haga destacar, que te dé poder sobre el caos cotidiano y, de paso, algún reconocimiento (y unos pesos extra).
Así lo entendieron dos personajes del Café Temperley: el Gordo Julio, un soñador nato que busca dominar el azar, y María Eugenia, una tarotista que encontró en las cartas su tabla de salvación. Ambos, con vidas marcadas por fracasos y decisiones dudosas, encontraron en lo mágico no solo esperanza, sino también un modo de reafirmarse frente a un mundo que no perdona.
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Historia 1: El Gordo y el Sueño del Control
El Gordo Julio nunca quiso ser "normal". De chico, mientras sus amigos soñaban con ser jugadores de fútbol o cantantes de cumbia, él fantaseaba con tener un "sexto sentido". Veía a su viejo interpretar sueños para jugar a la quiniela y pensaba: Yo voy a ser mejor que él. Voy a entender el destino.
Pero la vida no le dio precisamente superpoderes. A los 30, ya tenía dos relaciones fallidas y una colección de trabajos que podrían llenar un currículum de terror.
–Julio, ¿no te cansa perder siempre? –le preguntó Alicia, su segunda ex, un día que lo encontró estudiando un libro de numerología barato.
–Perder no, porque todavía no empecé a ganar –respondió él, con esa lógica optimista que solo él podía sostener.
El quiebre vino cuando perdió su laburo en una fábrica por un "accidente menor" que involucró una máquina de embotellar y un paquete de galletitas. Fue entonces cuando se aferró a la quiniela como si fuera su misión en la vida. En sus sueños veía símbolos, mensajes ocultos, y los anotaba religiosamente en una libretita que llevaba a todos lados.
–Los números son como puertas –decía en el café, mientras mojaba su medialuna en el cortado–. Solo hay que saber cuál abrir.
¿Miedo al futuro? Seguro. Pero también una desesperada necesidad de demostrarle a todos que él podía controlar su suerte. Que no era solo un gordo soñador, sino alguien con un "don".
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Historia 2: María Eugenia y el Arte de Reinventarse
María Eugenia tampoco era del montón. Siempre tuvo esa chispa que hace que todos te miren, aunque ella nunca supo qué hacer con ella. De chica, soñaba con ser actriz, pero terminó de peluquera en Temperley, escuchando dramas ajenos mientras barría mechones de pelo del piso.
Su vida sentimental era un desfile de malas decisiones. Darío, su ex más reciente, decía quererla, pero siempre encontraba excusas para no laburar.
–¿Por qué no probás con algo vos también, Euge? –le dijo un día, mientras jugaba a la Play–. Capaz tenés un talento oculto.
–Mi talento oculto es no matarte mientras decís pavadas –respondió ella, mientras le tiraba una toalla en la cara.
Después de la pandemia, quedó desempleada y sin ahorros. Fue entonces cuando encontró en YouTube un video sobre tarot. Le pareció fascinante, no solo por lo "mágico", sino porque le daba un poder que nunca había tenido: la capacidad de decirle a la gente lo que quería escuchar, pero con estilo.
El tarot no solo la salvó económicamente; le dio reconocimiento. En su Instagram, donde mostraba sus "tiradas" y compartía frases como "tu destino está en tus manos", empezó a ganar seguidores.
–¿Y si me hago famosa? –pensó más de una vez, con una mezcla de ambición y miedo al fracaso.
Pero la verdad, aunque no lo admitiera, era que le encantaba que la llamaran para pedirle "ayuda", como si tuviera un don especial. Y si eso traía unos mangos, mejor.
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El Encuentro: Poder Compartido
El destino (o el azar, según quién lo cuente) los cruzó una tarde en el Café Temperley. Julio hojeaba su libretita mientras María Eugenia revolvía un mate con palo santo.
–¿Vos tirás las cartas? –preguntó él, como quien se acerca a un gurú.
–Sí, ¿y vos jugás a la quiniela? –respondió ella, intrigada.
Se pasaron horas charlando sobre sueños y cartas. Julio le habló de su teoría de los números; María Eugenia, de cómo veía el futuro en sus clientes. Ambos compartían algo: una mezcla de miedo al fracaso y ganas de demostrar que eran algo más que personas comunes.
Esa noche, Julio decidió jugar al 17, número que María Eugenia sacó de su tarot. No ganó, pero al día siguiente volvió al café con una idea.
–Escuchame, Euge. ¿Y si juntamos lo tuyo y lo mío? Vos interpretás los sueños, yo los llevo a la quiniela.
María Eugenia dudó, pero la promesa de reconocimiento y unos pesos extra la convencieron. Así nació "Esoterismo Temperley", un servicio de asesoría mágica que pronto se volvió famoso en el barrio.
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El Final: Poder, Miedo y Magia
Julio y María Eugenia no se convirtieron en millonarios, pero algo cambió. Por primera vez, sentían que tenían el control, aunque fuera un poco. Y en el conurbano, donde la vida a veces parece una eterna espera de tren, eso ya es mucho.
Porque, al final, todos buscamos lo mismo: una razón para creer, un poco de poder sobre el destino y, si se puede, una buena medialuna en el Café Temperley.
Ariel Villar
Café Temperley
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Ariel Villar
Café Temperley
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