Capítulo 1: Las cenizas del primer amor
El tren Roca llegaba a la estación Temperley como siempre: lleno, ruidoso y con ese aire a rutina que Vale aprendió a odiar. Últimamente, todo le parecía igual. Los días, las personas, hasta los sueños que alguna vez la hacían saltar de la cama. Desde que Lucas, su primer amor, la dejó por “no estar listo para algo serio”, todo le resultaba… gris.
Habían salido seis meses. Para ella, cada minuto fue intenso, como si el corazón se le inflara con cada mensaje, cada mirada. Él era dos años mayor y tenía esa sonrisa desprolija que la desarmaba. Pero después de tantas promesas, un día Lucas le dijo que se sentía “atrapado”. Y se fue. Sin más.
—Ya fue, Vale —le decía Flor, su mejor amiga, en el grupo de WhatsApp—. Ese pibe es un tarado. No te merece.
—Sí, claro, como si fuera fácil apagar todo esto —respondía ella, mientras borraba una playlist que había creado con canciones que “los representaban”.
Por eso, cuando su profesora de arte le insistió en que se anotara en un taller de verano, Vale dudó. No tenía ganas de nada, pero pensó que, al menos, pintar podría distraerla. Y ahí estaba, en el salón de una vieja casona con olor a óleo y café, mirando un lienzo en blanco y esperando que algo, lo que fuera, le devolviera el color.
—¿Es tuyo? —preguntó una voz profunda.
Vale giró la cabeza y lo vio. Alto, pelo oscuro y algo despeinado, con una camisa blanca arremangada que parecía haber pasado por mil batallas contra el tiempo. Tenía manos grandes, manchadas de pintura, y unos ojos verdes que la miraban como si todo en ella fuera interesante.
—¿Perdón? —respondió, algo nerviosa.
—El cuadro. ¿Es tuyo? —repitió, señalando un paisaje inacabado que alguien había dejado apoyado en la mesa.
—No… todavía no hice nada.
Él sonrió, y ella sintió que el aire se volvía más denso, como si el tiempo se hubiera ralentizado.
—Entonces es el momento perfecto para empezar. Soy Julián, por cierto. —Le extendió la mano, y su voz tenía un tono de confianza que la desconcertó.
—Vale… Valeria.
Él no pareció notar su torpeza y le señaló uno de los pinceles.
—A veces lo más difícil es dar la primera pincelada. Pero cuando lo hacés, el resto fluye.
Esa noche, en casa, Vale no podía dejar de pensar en Julián. No era solo que era mayor. Había algo en cómo la miraba, como si ella fuera una obra en construcción, un misterio que quería resolver. Su primer amor nunca la había mirado así.
Por primera vez en meses, sintió algo diferente al vacío. Era peligroso, intenso, pero sobre todo, emocionante.
Capítulo 2: Pinceladas en terreno prohibido
El taller se convirtió en el refugio de Vale. Dos veces por semana, cruzaba la plaza con su cuaderno de bocetos y entraba a ese salón donde todo parecía posible. Y, aunque no se lo admitiera ni a sí misma, siempre esperaba encontrar a Julián.
Él no era como los chicos que conocía. Había algo en su manera de hablar que la desarmaba. Siempre tenía una respuesta lista, una historia, una opinión sobre cualquier cosa. Mientras ella mezclaba colores o intentaba darle forma a sus ideas, Julián se le acercaba y, con una sonrisa ladeada, le decía algo que la hacía olvidar todo menos a él.
—Tenés buena mano, Vale —dijo una tarde, mirando uno de sus dibujos.
—¿En serio? A mí me parece un desastre.
—Eso es porque sos tu peor crítica. Pero mirá esto… —Se acercó por detrás y le señaló un detalle con el dedo. Su voz estaba tan cerca que ella sintió el calor subiéndole por la nuca—. Tenés una sensibilidad para los detalles que pocos tienen. Eso no se aprende, se siente.
Vale no supo qué contestar. Su corazón latía tan fuerte que temía que él lo escuchara.
Una salida inesperada
Esa tarde, mientras guardaban los pinceles, Julián le lanzó una propuesta que la tomó por sorpresa.
—¿Te gusta el cine? —preguntó de repente.
—Sí… claro. ¿Por?
—En el centro están dando un ciclo de películas independientes. Pensé que podría interesarte.
Un torrente de emociones la atravesó. ¿Era una invitación? ¿Solo como amigos? ¿O algo más? ¿Estaba bien? ¿Estaba mal?
—Podría estar bueno… —respondió, tratando de sonar casual, aunque sentía que las palabras se le escapaban como un susurro.
—Genial. Paso a buscarte el viernes, entonces.
Cuando se despidieron, Vale caminó a casa con una mezcla de euforia y nervios. Nunca había salido con alguien mayor. Y menos alguien como él. Había algo en Julián que la hacía sentirse más grande, más interesante, como si por primera vez alguien la viera de verdad.
Pero esa emoción venía acompañada de una sombra de duda. ¿Qué dirían sus amigas? ¿Y su mamá? ¿Era demasiado arriesgado? ¿O era justamente eso lo que hacía todo tan emocionante?
El viernes por la noche
Cuando Julián llegó a buscarla, Vale sintió que estaba entrando a otro mundo. Él manejaba un auto viejo pero cuidado, con un aire bohemio que la fascinó. Durante el trayecto, hablaron de música, de cine, de cosas que con Lucas jamás había discutido. Con Julián, todo parecía más profundo, más real.
La película era en un pequeño cine independiente, un lugar que ella ni sabía que existía. La sala olía a madera vieja y a café, y la pantalla proyectaba una luz tenue que iluminaba sus manos cuando se rozaron accidentalmente. Ella notó cómo Julián la miraba de reojo, pero no dijo nada.
Al salir, caminaron por calles desiertas. Él hablaba con pasión sobre la película, pero Vale apenas podía concentrarse. Su mente estaba atrapada en la proximidad de sus cuerpos, en el tono de su voz, en el impulso creciente de hacer algo que nunca antes había hecho: tomar la iniciativa.
—¿En qué pensás? —preguntó Julián, deteniéndose frente a una esquina.
—En que… nunca había vivido algo así.
Él sonrió, y por un instante ella sintió que podía derretirse en esos ojos verdes.
—Es porque recién estás empezando a descubrir lo que te gusta. Y eso está bien. Todo tiene su momento.
Pero lo que Julián no sabía era que en ese momento, para Vale, no había nada más que él.
Capítulo 3: Entre la emoción y el abismo
Después de la salida al cine, Vale no podía pensar en otra cosa. Las palabras de Julián seguían resonando en su cabeza, pero lo que más la inquietaba eran sus gestos: cómo le sostenía la mirada unos segundos más de lo necesario, cómo su risa parecía ser solo para ella. Había algo entre ellos, lo sabía, pero también sentía que estaba jugando con fuego.
Esa noche, mientras intentaba dormir, su mente era un torbellino. ¿Qué significaba todo eso? Él no era como Lucas, que a los 17 apenas sabía lo que quería. Julián era un hombre de casi 25 años. ¿Qué podía ver en ella, una chica que todavía tenía que pedir permiso para volver tarde?
Al día siguiente, en el taller, todo parecía igual, pero para Vale, el aire estaba cargado de electricidad. Julián estaba ahí, como siempre, mezclando colores, pero esta vez se acercó menos, como si supiera que había cruzado un límite invisible.
—¿Qué te pareció la peli? —preguntó él, al pasar por su mesa.
—Me encantó. Aunque creo que todavía estoy procesando algunas cosas.
—Eso es lo bueno del cine —respondió con una sonrisa—. A veces las historias nos muestran algo de nosotros mismos.
Vale no supo si hablaba de la película o de lo que había entre ellos.
Un mensaje inesperado
Esa noche, mientras miraba distraída su celular, le llegó un mensaje de Julián.
“¿Te quedó alguna duda de la peli? Si querés, podemos charlarlo.”
Su corazón dio un vuelco. ¿Era una excusa para hablar con ella? ¿O simplemente estaba siendo amable?
—¿Y ese quién es? —preguntó Flor, que estaba en su casa revisando unos apuntes.
—Un chico del taller —respondió Vale, tratando de sonar despreocupada.
—¿Chico? ¿O más bien un ‘hombre’? —dijo Flor, arqueando las cejas.
Vale sintió el calor subiéndole al rostro.
—Es solo un mensaje. No pasa nada.
Pero claro que pasaba. Y lo sabía.
La charla que lo cambia todo
El fin de semana, mientras sus amigas iban a una fiesta que ella decidió evitar, Julián la invitó a tomar un café. Esta vez no fue nada casual. Eligieron un bar pequeño y casi vacío. Él llevaba un cuaderno lleno de bocetos, y ella sintió que el lugar entero se desdibujaba cuando él hablaba.
—Tenés un estilo muy personal —le dijo, hojeando sus dibujos—. Pero siento que te falta soltarte. Que te animás a mostrar solo una parte de vos.
—¿Eso pensás? —preguntó ella, sorprendida.
—Sí. ¿Qué te detiene?
Su pregunta la golpeó como un balde de agua fría. ¿Qué la detenía? ¿El miedo a equivocarse? ¿A no ser suficiente? ¿O era ese mismo miedo el que la estaba empujando ahora hacia él?
—No lo sé —respondió, bajando la mirada.
Julián se inclinó un poco hacia ella, y por primera vez desde que lo conoció, su voz sonó más seria.
—Es normal tener miedo, Vale. Pero si algo te hace sentir viva, hay que intentarlo. Aunque duela.
Ella no supo qué responder. Esas palabras eran como un eco de algo que había sentido con Lucas, pero esta vez eran diferentes. Más reales. Más cercanas.
Camino a casa, mientras repasaba cada palabra, cada mirada, Vale sintió que estaba en la cuerda floja. Por un lado, estaba la emoción de sentirse descubierta, especial, como nunca antes. Por el otro, el vértigo de no saber si estaba lista para lo que este nuevo amor podía significar.
Capítulo 4: El primer beso
El aire de la tarde era denso, cargado con el olor a lluvia que no llegaba. Vale estaba en la esquina de la plaza, esperando a Julián. Habían quedado en encontrarse para dibujar, pero sabía que esa no era la razón real. Desde su último café, algo había cambiado entre ellos. Lo sentía en sus gestos, en cómo la miraba, incluso en los silencios que antes no estaban.
Cuando Julián llegó, llevaba una mochila colgando de un hombro y una sonrisa que le desordenaba todo por dentro.
—¿Hace mucho que esperás? —preguntó.
—No, recién llego —mintió.
Se sentaron en un banco bajo un árbol, con un cuaderno entre los dos. Al principio hablaron de cosas triviales: colores, técnicas, referencias artísticas. Pero a medida que la tarde avanzaba, las palabras se fueron apagando, como si el peso de lo que no decían empezara a llenar el espacio.
—¿Por qué me mirás así? —preguntó Julián de repente, sin apartar la vista del dibujo en el que trabajaba.
Vale sintió que el corazón le daba un salto.
—¿Cómo? No te estoy mirando.
Él dejó el lápiz sobre el cuaderno y giró hacia ella, con esa sonrisa que la hacía sentirse desnuda y protegida al mismo tiempo.
—Sí lo hacés. Desde que llegamos.
La tensión era palpable. Vale intentó reír, pero la risa se le quebró en un suspiro.
—Es que… no sé. A veces parecés otra persona. Como si fueras de otro mundo.
Julián inclinó la cabeza, intrigado.
—¿Y eso es algo bueno o malo?
Ella bajó la mirada, jugando con el borde de su remera.
—No lo sé. Pero me gusta.
Por primera vez, el silencio entre ellos no fue incómodo. Julián la observó por un momento, y cuando habló, lo hizo con una voz más baja, más íntima.
—Vale, quiero que me digas algo. Si alguna vez cruzo un límite, quiero que me lo digas. No quiero que sientas que esto es algo que no podés controlar.
Ella levantó la mirada, sorprendida.
—¿Por qué decís eso?
—Porque me importás. Y no quiero que te lastimes.
Las palabras de Julián la golpearon como una tormenta. No sabía si sentirse emocionada, agradecida o aún más confundida. Pero lo que sí sabía era que, en ese momento, no quería pensar.
—No me estoy lastimando —susurró.
Y fue entonces cuando él se inclinó hacia ella. No hubo advertencia, ni dudas. Sus labios se encontraron en un movimiento suave, casi imperceptible, como si fueran dos pinceladas que por fin se unían. El tiempo pareció detenerse, y por primera vez en mucho tiempo, Vale no pensó en nada más.
El beso fue breve, pero dejó una marca en el aire. Cuando se separaron, Julián la miró con una mezcla de ternura y preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó.
Ella asintió, sin poder evitar sonreír.
—Sí. Creo que sí.
El cielo comenzó a oscurecerse, y la primera gota de lluvia cayó sobre su cuaderno. Ambos rieron, como si ese momento fuera el único que importara en el mundo.
Capítulo 5: Primer encuentro íntimo
El beso había cambiado todo. En los días siguientes, Vale vivía con una mezcla de emoción y vértigo. Cada vez que pensaba en Julián, su cuerpo se encendía de una manera nueva, desconocida. Pero también sentía miedo. Miedo a lo que vendría, a cruzar límites que nunca había imaginado.
Cuando Julián le propuso pasar por su departamento para ver una película, ella aceptó sin pensarlo demasiado, aunque luego, en casa, las dudas empezaron a atormentarla. No se lo contó a Flor, ni a nadie. Había algo en esa cita que sentía que debía guardar solo para ella.
El viernes llegó rápido. Julián la pasó a buscar y caminaron juntos hasta su edificio, un lugar sencillo pero con ese aire bohemio que lo definía. Al entrar, Vale se sintió abrumada por los detalles: estanterías llenas de libros, cuadros inacabados apoyados contra las paredes, y el olor a café que parecía impregnado en todo.
—Bienvenida a mi caos —dijo él, riendo mientras dejaba las llaves sobre la mesa.
—Es lindo. Es… muy vos. —Vale no sabía si era un cumplido o una confesión, pero Julián sonrió de todos modos.
Una conexión que se intensifica
Se sentaron en un sillón viejo pero cómodo, con una película proyectándose de fondo. Al principio, hablaron un poco, pero sus palabras fueron apagándose. Julián le rozó la mano, y ese simple gesto hizo que el corazón de Vale se disparara.
—¿Estás bien? —preguntó él, mirándola a los ojos.
—Sí… solo estoy nerviosa.
—No tenés que estarlo. No hay apuro, ¿sabés?
Ella asintió, agradecida por su calma, pero al mismo tiempo sentía que algo en ella pedía avanzar, descubrir. Cuando Julián se inclinó para besarla, esta vez fue diferente. No era suave ni tímido; había una intensidad que la hizo olvidarse de todo lo demás.
Sus manos comenzaron a explorar con cuidado, como si cada movimiento fuera una pregunta que ella podía responder. Vale sintió una mezcla de emociones: la curiosidad, el miedo y el deseo se enredaban, pero lo que más sentía era la conexión con él, como si en ese momento no existiera nadie más.
—Si en algún momento querés parar, me decís —murmuró Julián, su voz apenas un susurro.
Vale lo miró a los ojos y asintió. Aunque el miedo seguía ahí, también estaba la certeza de que quería estar con él, de que este momento era suyo y de nadie más.
El descubrimiento
Lo que siguió fue un torbellino de sensaciones. La piel de Julián era cálida, sus movimientos eran pausados, y aunque ella no tenía experiencia, él parecía entenderlo. Fue torpe, fue hermoso, fue real.
Cuando todo terminó, Julián la abrazó en silencio, sin decir nada. Y en esos minutos, mientras escuchaba su respiración, Vale pensó en cómo había llegado hasta ahí. El primer amor que la había dejado rota, las dudas, los miedos… todo había valido la pena para llegar a ese momento.
—¿Estás bien? —preguntó él de nuevo, esta vez con una sonrisa tranquila.
—Sí. Estoy bien.
Pero mientras caminaba de regreso a casa, sola bajo las luces de la calle, Vale sintió que el peso de lo que había pasado empezaba a caer sobre ella. ¿Había hecho lo correcto? ¿Estaba lista para lo que esto significaba? No sabía si era amor o algo más, pero sí sabía que nunca volvería a ser la misma.
Capítulo 6: Cuando la realidad golpea
El domingo amaneció gris, como si el cielo reflejara el torbellino dentro de Vale. Había dormido poco, y no porque estuviera incómoda. En realidad, la noche anterior había sido perfecta, o al menos eso quería creer. Pero ahora, en la quietud de su habitación, empezaban a asomar las preguntas que no se había permitido hacer.
Se miró en el espejo, buscando algo diferente, alguna marca que indicara que había cruzado un umbral, que ya no era la misma chica que había entrado al departamento de Julián. Pero ahí estaba: su reflejo de siempre, con el mismo cabello desordenado y las manos inquietas que no sabían qué hacer.
La llamada que no llegó
Pasó la mañana esperando un mensaje de Julián. “¿Cómo estás?” “Te extraño”… cualquier cosa que le confirmara que lo de anoche también había significado algo para él. Pero su celular permanecía en silencio.
A la tarde, cuando ya no pudo soportarlo, agarró el cuaderno de bocetos y salió al parque, esperando que dibujar le aclarara la mente. Pero ni siquiera el lápiz parecía responderle.
—¿Qué te pasa? Estás en otra —dijo Flor, que había aparecido sin avisar.
—Nada. Solo cansada. —Vale trató de sonar convincente, pero su amiga no se lo creyó.
—¿Es por ese chico del taller? —insistió.
Vale dudó. Quería contarle, pero al mismo tiempo sentía que si lo decía en voz alta, todo se volvería más real.
—Un poco, tal vez. Es complicado.
—¿Complicado por qué? —Flor la miró con suspicacia.
—Porque… él es más grande. Y siento que todo pasó muy rápido.
Flor guardó silencio por un momento, y luego suspiró.
—Mirá, no te voy a dar el sermón que seguro te darían tus viejos, pero… ¿estás segura de que esto es lo que querés?
Vale no supo qué responder. En el momento, todo había sido hermoso, casi mágico. Pero ahora, las dudas se acumulaban como nubes antes de una tormenta.
Un mensaje que lo cambia todo
Esa noche, mientras cenaba con su mamá, su celular vibró. Era Julián.
“Perdón por no escribir antes. Estuve pensando mucho en vos. ¿Podemos hablar mañana?”
Vale sintió un alivio inmediato, pero también una punzada de inquietud. ¿Por qué quería hablar? ¿Se arrepentía de lo que había pasado?
—¿Quién es? —preguntó su mamá, viéndola sonrojarse.
—Nadie, una amiga.
Se apresuró a guardar el celular, pero la pregunta siguió flotando en su mente. ¿Qué quería Julián? ¿Y qué quería ella?
Las emociones encontradas
Esa noche, Vale no pudo dormir. Se quedó en la cama repasando cada detalle de lo que había pasado con Julián, intentando descifrar sus propios sentimientos. Por un lado, estaba la emoción de haber vivido algo tan intenso, algo que la hacía sentir viva. Pero por otro, estaba el miedo.
¿Qué significaba esto para ellos? ¿Era solo un momento para Julián, o realmente sentía algo por ella? ¿Y qué significaba para ella haber cruzado esa línea?
Antes de quedarse dormida, una idea la golpeó con fuerza: tal vez no se trataba solo de Julián. Tal vez lo que realmente la asustaba era la idea de que, después de esto, tendría que enfrentarse a sí misma, a lo que quería y a quién estaba dispuesta a ser.
Capítulo 7: La charla que lo cambia todo
El lunes llegó con un sol brillante que parecía burlarse del nudo en el estómago de Vale. Había quedado en encontrarse con Julián en una cafetería cerca del taller, un lugar tranquilo donde no solían ir muchas personas. Mientras caminaba hacia allí, cada paso se sentía más pesado que el anterior.
Cuando llegó, él ya estaba sentado en una mesa junto a la ventana, jugando distraído con una cuchara. Al verla, le sonrió, pero esta vez su sonrisa no era tan segura como de costumbre.
—Hola —saludó ella, sentándose frente a él.
—Hola, Vale. —Su tono era suave, casi cauteloso—. ¿Cómo estás?
Ella dudó antes de responder.
—No lo sé. Supongo que bien. ¿Y vos?
Julián dejó la cuchara sobre la mesa y apoyó los codos, inclinándose un poco hacia ella.
—Quería hablar con vos porque siento que después del viernes… bueno, las cosas cambiaron.
El corazón de Vale se aceleró.
—¿Cambiaron para bien o para mal?
Él suspiró, como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras.
—No es cuestión de bien o mal, Vale. Es… complicado. Lo que pasó fue hermoso. Vos sos increíble, y no quiero que pienses ni por un segundo que me arrepiento. Pero también siento que tenemos que ser honestos con nosotros mismos.
—¿Honestos en qué sentido? —preguntó ella, sintiendo que se le formaba un nudo en la garganta.
Julián bajó la mirada, como si le costara hablar.
—Vos tenés 17 años, Vale. Estás en un momento de tu vida donde todo es nuevo, donde estás descubriendo cosas. Y yo… yo estoy en otro lugar. Tengo 25, y hay cosas que ya viví, que ya pasé. No sé si es justo para vos que esto siga adelante.
Ella lo miró, incrédula.
—¿Me estás diciendo que fue un error?
—No, no fue un error. Pero sí creo que tenemos que pensar en lo que queremos, en lo que podemos manejar. Yo no quiero que te sientas presionada a nada, ni que pienses que esto tiene que ser más grande de lo que es.
Vale sintió que el nudo en su garganta se transformaba en rabia.
—¿Más grande de lo que es? Julián, para mí esto no fue cualquier cosa. ¿Cómo podés hablar tan tranquilo, como si todo fuera un juego?
Él pareció sorprendido por su reacción, pero no se defendió.
—No digo que sea un juego. Solo quiero que pienses en vos, en lo que realmente querés. Si esto te hace bien, si es lo que necesitás ahora.
—¿Y vos? ¿Qué querés? —preguntó ella, clavándole la mirada.
Julián tardó en responder.
—Quiero que seas feliz, Vale. Aunque eso signifique que no sea conmigo.
Sus palabras la golpearon como un balde de agua fría. Había esperado respuestas, certezas, pero lo único que obtenía eran más dudas. Se levantó de la mesa antes de que él pudiera decir algo más.
—¿Sabés qué, Julián? Tal vez tengas razón. Tal vez no sé lo que quiero. Pero sí sé que no quiero esto.
Y salió de la cafetería con lágrimas en los ojos, sintiendo que algo dentro de ella se rompía.
El camino hacia la claridad
Esa noche, mientras escribía en su cuaderno, Vale empezó a entender algo. Julián tenía razón en una cosa: estaba en un momento de su vida donde todo era nuevo, donde todavía estaba descubriendo quién era y qué quería. Pero eso no significaba que sus emociones fueran menos reales.
Tal vez lo que necesitaba ahora no era aferrarse a un amor complicado, sino aprender a amarse a sí misma, a entender sus propios deseos antes de intentar encajar en los de alguien más.
Capítulo 8: El viaje hacia dentro
Después de su encuentro con Julián, Vale pasó días en los que sus emociones se desbordaban como un río sin control. Cada vez que pensaba en él, una mezcla de frustración y alivio la invadía. Pero algo dentro de ella empezó a cambiar. Ya no se trataba de Julián, de lo que él sentía o dejaba de sentir. Se trataba de ella, de lo que necesitaba para poder comprenderse mejor.
En lugar de refugiarse en más dudas, decidió hacer algo que nunca había intentado: mirar hacia adentro, sin miedo.
El cuaderno de sueños
Un viernes por la tarde, después de la escuela, Vale fue a la librería que tanto le gustaba, un pequeño rincón lleno de libros antiguos y cuadernos de todo tipo. Allí, entre las estanterías polvorientas, encontró uno que llamó su atención: un cuaderno de tapas duras, con un diseño sencillo pero elegante. Decidió comprarlo, sin saber muy bien por qué, pero sintiendo que había algo en ese cuaderno que la llamaba.
Esa misma noche, frente a su escritorio, abrió el cuaderno y empezó a escribir. No sabía qué escribir, solo que necesitaba sacar todo lo que llevaba adentro. Así comenzó su viaje hacia el autodescubrimiento: con palabras, con silencios que ella misma formaba y deshacía en cada página.
De a poco, las palabras comenzaron a fluir, y con ellas, las emociones. Vale escribió sobre sus miedos, sobre el miedo a no ser suficiente, sobre su inseguridad al ser joven, al no entender el mundo de los adultos, al no saber si lo que sentía por Julián era amor o solo una mezcla de confusión y deseo.
Pero también escribió sobre su fuerza, sobre lo que había aprendido de cada experiencia, sobre lo que podía crear con sus manos, sobre su amor por el arte y la libertad de expresarse sin ataduras.
El taller de pintura
Una tarde, mientras caminaba por el barrio, vio el cartel de un taller de pintura que había abierto una artista local. Decidió anotarse. No sabía si sería buena, ni si eso la ayudaría a aclarar sus pensamientos, pero algo dentro de ella la empujó a intentarlo.
En el taller, conoció a otros jóvenes que, como ella, buscaban algo más allá de lo cotidiano. Había algo liberador en llenar un lienzo en blanco con colores, formas, texturas. El taller no solo le permitió explorar su creatividad, sino también descubrir que, al igual que con el arte, su vida no tenía que estar definida por un solo trazo. Podía ser muchas cosas, podía ser borrón y cuenta nueva, y eso no la hacía menos valiosa.
Poco a poco, comenzó a ver la vida con otra perspectiva. Aprendió a escuchar más a su corazón y a sus instintos, a dejar de lado las expectativas ajenas para seguir su propio ritmo. El arte se convirtió en su refugio, en su forma de conectar consigo misma, de entender que su identidad no tenía que ser fija ni perfecta.
Un encuentro consigo misma
Una tarde, mientras caminaba por el parque con su cuaderno en mano, Vale se sentó en el banco donde solía reunirse con Julián. Hoy, sin embargo, no lo esperaba a él. Estaba sola, completamente sola con sus pensamientos.
Abrió su cuaderno y escribió lo siguiente: "Hoy me di cuenta de que no necesito a nadie para ser feliz. Estoy aprendiendo a disfrutar de mi propia compañía, de mi propio proceso. Estoy buscando mi propio camino."
En ese momento, algo dentro de ella se sintió más ligero, como si hubiera soltado una carga que ni siquiera sabía que llevaba encima. Había dado un paso importante, uno que no dependía de lo que sucediera con Julián ni con nadie más.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranja y violeta. Vale cerró el cuaderno con una sonrisa. Estaba lista para seguir adelante, para descubrir qué más la esperaba. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz consigo misma.
Capítulo 9: Nuevas experiencias
Los días siguientes fueron un torbellino de pequeños cambios. Vale se dedicó cada vez más a su arte, a sus pensamientos, y a explorar nuevos caminos. Su cuaderno se llenaba de palabras, dibujos y proyectos que nunca antes se había atrevido a imaginar. Aunque el recuerdo de Julián a veces la alcanzaba en forma de dudas fugaces, ya no la dominaba. Había aprendido a caminar sola, y en ese caminar, redescubrió el mundo a su alrededor.
El taller de escritura
Un martes por la tarde, mientras caminaba por el barrio, vio un cartel que anunciaba un taller de escritura. "Para jóvenes que buscan contar su historia." Algo en las palabras la atrapó. Decidió anotarse, casi sin pensarlo. No sabía si escribiría sobre sus experiencias o si era solo una excusa para seguir explorando su interior, pero algo la empujó a hacerlo.
El taller comenzó una semana después, en una pequeña librería del barrio que olía a café y papel viejo. La profesora, una mujer mayor con una energía vibrante, les pidió que escribieran sobre un momento que los hubiera marcado.
Vale, al principio, dudó. Pensó en escribir sobre su amor por el arte o sobre lo que sentía al dibujar, pero algo en su interior le decía que debía ser más honesta. Así que, con una mezcla de miedo y valentía, escribió sobre Julián. Sobre cómo lo había conocido, sobre el deseo, sobre la confusión y el dolor que había sentido después de su encuentro.
Cuando terminó de escribir, se sintió extraña, pero también aliviada. Había puesto en palabras lo que hasta entonces solo había sido un nudo en su pecho. Al leerlo en voz alta durante la clase, se dio cuenta de que ya no sentía lo mismo. Había cerrado ese capítulo, y lo había hecho en público, frente a otras personas que, de alguna manera, entendían lo que estaba viviendo.
La amistad con Flor
La amistad con Flor también comenzó a transformarse. Ya no solo hablaban de chicos o de lo que pasaba en la escuela; ahora las conversaciones eran más profundas. A veces, se quedaban horas hablando de libros, de arte, de la vida. Flor, que siempre había sido algo reservada, comenzó a abrirse más con Vale, compartiendo sus propias dudas y sueños.
—¿Sabés qué? —le dijo Flor una tarde mientras caminaban hacia la escuela—. Creo que también estoy aprendiendo a disfrutar más de lo que me gusta, sin preocuparme tanto por lo que los demás piensan.
Vale sonrió.
—Me pasa lo mismo. Estoy empezando a entender que no todo tiene que ser tan definido. Que está bien no tener todas las respuestas.
En esas charlas, Vale comenzó a descubrir la verdadera importancia de la amistad, de esa conexión sincera que no necesitaba ser perfecta, solo real. Flor la había acompañado durante toda la montaña rusa emocional del último mes, y ahora se sentía como si ambas estuvieran creciendo juntas, aunque en caminos distintos.
El encuentro con el futuro
Un sábado, mientras paseaba por el parque, Vale se encontró con un chico de su escuela, Tomás, un tipo tranquilo con el que nunca había hablado mucho. Él la saludó, y de alguna manera, esa simple conversación se convirtió en algo más.
—¿Cómo estás? —le preguntó él, al ver que Vale se sentaba en el banco.
—Bien, ¿y vos? —respondió ella, un poco sorprendida por la amabilidad de Tomás.
Comenzaron a hablar sobre cosas pequeñas, de esas que no importan mucho, pero que permiten conocer a alguien. En un momento, Tomás le preguntó si quería ir a una exposición de arte el próximo fin de semana, y Vale aceptó. No era un chico que la atrajera de manera inmediata, pero había algo en él, una calma que le hacía sentir cómoda.
El sábado llegó, y juntos recorrieron la exposición, hablando de las obras y de lo que cada una les transmitía. Fue una tarde agradable, sencilla, y por primera vez en mucho tiempo, Vale no sintió que tenía que apresurarse a hacer que las cosas funcionaran. Estaba disfrutando el momento, sin expectativas ni presiones.
A medida que pasaban los días, la idea de estar con alguien volvió a rondar su cabeza, pero ahora no sentía ansiedad por encontrar respuestas. Estaba tranquila, abierta a lo que viniera, sin necesidad de que fuera perfecto. Ella ya había aprendido a estar bien consigo misma, y eso la hacía más fuerte, más decidida a no entregarse a algo que no la hiciera feliz.
El despertar de la independencia
Un mes después, Vale se dio cuenta de que su vida había dado un giro. Ya no era la chica que había vivido obsesionada con un amor no correspondido ni la que buscaba respuestas en otras personas. Había encontrado, en el arte, en la escritura, en sus amigos, un camino propio.
El próximo capítulo no era con Julián ni con Tomás. Era un camino que estaba trazando ella misma, lleno de incertidumbres y posibilidades. Y por primera vez en mucho tiempo, Vale sonrió al pensar en ello.
Capítulo 10: El poder de las decisiones
El otoño comenzó a pintar el barrio de tonos cálidos y dorados. Vale caminaba por las calles con una sensación de libertad que no había experimentado antes. Su vida ya no giraba alrededor de las expectativas de los demás, ni siquiera de las suyas. Había aprendido a tomar decisiones sin miedo, a confiar más en su intuición y, sobre todo, a disfrutar del proceso de descubrir lo que realmente quería para su futuro.
El nuevo proyecto
Una tarde, después de clase, Vale se sentó frente a su cuaderno y comenzó a esbozar ideas para un nuevo proyecto. Había estado reflexionando sobre algo que sentía que necesitaba expresar: sus emociones, sus experiencias, su visión del mundo. Desde que comenzó a escribir y pintar, sentía que había algo más grande que debía compartir con los demás.
Decidió empezar un blog, uno donde pudiera contar sus historias, sus aprendizajes, y también las reflexiones que surgían de su arte. No solo quería mostrar lo que hacía, sino invitar a los demás a unirse al proceso de autodescubrimiento, de crecimiento. Quizás eso era lo que más le apasionaba: la idea de crear una comunidad de personas que, como ella, buscaban su lugar en el mundo.
—¿Te parece buena idea? —le preguntó a Flor, mostrándole su cuaderno lleno de ideas y bocetos.
—Me parece genial, Vale. Deberías hacerlo. A veces las mejores historias son las que compartimos con los demás.
Fue entonces cuando Vale entendió que su pasión no solo era crear, sino también conectar. Y a través de su blog, podía hacerlo de una manera más profunda.
El reto de lo desconocido
Con el blog en marcha, la vida de Vale se llenó de nuevos retos. Descubrió rápidamente que no solo se trataba de escribir; también tenía que aprender a gestionarlo, a darle forma, a promocionarlo. Se metió en el mundo de las redes sociales, leyendo tutoriales, mirando videos, buscando consejos.
Al principio, se sintió perdida, pero eso nunca la detuvo. Al contrario, la hizo sentir más viva. Cada día, aprendía algo nuevo, y en cada paso se encontraba con más preguntas. Pero, por primera vez, sentía que las preguntas no eran un obstáculo, sino una oportunidad de crecimiento.
Un día, mientras se preparaba para escribir una entrada sobre sus experiencias con el arte, se dio cuenta de algo importante: su vida ya no giraba en torno a la inseguridad o a lo que los demás pensaran de ella. Había aprendido a tomar control, a ir hacia donde su corazón la guiaba. Ya no necesitaba aprobación.
El regreso de Julián
Un sábado por la tarde, cuando menos lo esperaba, apareció Julián. La vio caminando por la plaza, y no pudo evitar acercarse.
—Hola, Vale —saludó con una sonrisa tímida.
Vale lo miró, sorprendida, pero no incómoda. Habían pasado meses desde su última conversación, y aunque había momentos en los que pensaba en él, ya no lo sentía como una pieza clave en su vida.
—Hola, Julián —respondió, sin rastro de resentimiento en su voz.
Ambos se sentaron en un banco, y la conversación fluyó con naturalidad. Julián le preguntó sobre su blog, sobre su arte, y Vale le contó sin reservas lo que había estado haciendo.
—Me alegra verte tan bien —dijo él, sinceramente—. Se nota que has cambiado, que has crecido.
Vale sonrió, pero no era una sonrisa de nostalgia ni de arrepentimiento. Era una sonrisa de satisfacción.
—Sí, creo que he aprendido a ser más yo misma. A no esperar que los demás me den las respuestas.
Julián la miró, y por un momento, sus ojos reflejaron algo más que palabras. Pero Vale ya no esperaba nada de él. Sabía que su camino estaba marcado por las decisiones que ella tomaba, no por las que los demás tomaban por ella.
—Me alegra que estemos bien —dijo él—. Aunque no sé si... si hubiera sido diferente, ¿nos hubiéramos dado otra oportunidad?
Vale se quedó en silencio unos segundos. No sabía si esa pregunta aún tenía sentido.
—No lo sé, Julián. Pero no importa. Lo que importa es que ahora estoy bien. Estoy aprendiendo a disfrutar de mi camino. Y eso es lo que quiero seguir haciendo.
Julián asintió lentamente, comprendiendo que, de alguna manera, la conversación ya había llegado a su fin.
—Está bien. Me alegra que estés bien, Vale.
El futuro en sus manos
Con el paso de las semanas, Vale siguió construyendo su camino. El blog fue creciendo, y no solo con seguidores, sino también con oportunidades. Recibió invitaciones para colaborar con otros artistas, para participar en exposiciones y charlas.
El futuro ya no le parecía incierto ni aterrador. Sabía que cada paso que daba era una elección que había tomado por sí misma. Había aprendido a escuchar su corazón, a confiar en su intuición, y a no temerle a lo desconocido.
Se dio cuenta de que, aunque el mundo estuviera lleno de incertidumbres, ella tenía el poder de crear su propia realidad. Y eso, más que nada, la hacía sentir invencible.
Capítulo 11: Desafíos y oportunidades
Vale, ahora más segura de sí misma, se enfrentaba a un nuevo conjunto de desafíos. La respuesta a su blog fue abrumadora. Más de lo que había imaginado, comenzaban a llegar mensajes de jóvenes y adultos que se sentían identificados con sus historias, con sus reflexiones. Todo eso la emocionaba, pero también la hacía sentir la presión de estar a la altura de las expectativas de los demás.
No solo eso, sino que las oportunidades empezaban a golpear a su puerta. Una galería de arte local le propuso hacer una exposición de sus cuadros y, por primera vez, se vio frente a la posibilidad de mostrar su arte al mundo de una manera más profesional.
Sin embargo, todas estas oportunidades también traían consigo nuevas dudas. ¿Estaba lista para dar el siguiente paso? ¿Qué pasaría si no estaba a la altura de las expectativas de los demás?
El apoyo de Flor
Una tarde, mientras caminaban juntas por el parque, Vale le contó a Flor sobre la exposición y sobre la presión que sentía.
—No sé si estoy preparada para algo tan grande. ¿Qué pasa si no logro lo que esperan de mí?
Flor, siempre directa y sincera, la miró con una sonrisa tranquila.
—Vale, ya superaste lo más difícil: empezar. No necesitas ser perfecta, solo ser tú. La gente se va a identificar contigo porque eres genuina. No te preocupes tanto por las expectativas ajenas. Lo que importa es lo que vos sentís al hacerlo.
Vale asintió, sintiendo una oleada de calma al escuchar las palabras de Flor. Sabía que su amiga tenía razón. No se trataba de cumplir con lo que los demás esperaban, sino de seguir el camino que ella misma había decidido.
La exposición de arte
El día de la inauguración llegó rápidamente. Vale estaba nerviosa, pero también emocionada. Había trabajado durante semanas en sus obras, y aunque no se consideraba una artista profesional, sentía que sus cuadros reflejaban su crecimiento personal, su viaje hacia el autodescubrimiento.
La galería estaba llena de gente. Amigos, conocidos, y muchos desconocidos que se interesaban por el arte de los jóvenes. Vale observaba desde un rincón, sintiendo una mezcla de orgullo y vulnerabilidad. Cada obra colgada en la pared representaba una parte de ella, y ahora estaba allí, expuesta al juicio de los demás.
Una mujer se acercó a su cuadro favorito, un retrato abstracto que Vale había pintado en medio de una de sus crisis emocionales.
—Es impresionante —comentó la mujer, mirándola con detenimiento—. Me transmite tanto… hay algo tan real en esta pintura.
Vale sonrió tímidamente, agradecida pero sorprendida. No esperaba que alguien pudiera conectar tanto con su arte.
—Gracias —respondió.
A medida que la noche avanzaba, las conversaciones fluían. Vale se dio cuenta de que, aunque no todos compartieran su visión artística, había algo más que los unía: la autenticidad con la que se estaba mostrando al mundo.
El blog se transforma
Con la exposición de arte como punto de partida, el blog de Vale comenzó a transformarse. Ya no solo hablaba de su proceso creativo o de sus reflexiones personales, sino que también comenzó a compartir sus aprendizajes sobre cómo emprender proyectos, sobre cómo gestionar la presión y las expectativas, y sobre la importancia de creer en uno mismo.
Su audiencia creció, y con ella, las oportunidades. Recibió propuestas de marcas que querían colaborar con ella, y algunas incluso le ofrecieron ser parte de un proyecto de arte comunitario. Pero con cada nueva propuesta llegaban más dudas: ¿estaba preparada para esto? ¿Podría manejar la presión de ser una "influencer" en el mundo del arte y la creatividad?
En un momento de reflexión, sentada en su habitación con el cuaderno abierto frente a ella, Vale escribió: "No se trata de ser perfecta ni de cumplir con las expectativas de otros. Se trata de ser fiel a lo que soy, de seguir mi camino sin miedo a equivocarme."
Este pensamiento la reconfortó. Decidió que no iba a dejar que la presión la frenara. Si bien las oportunidades eran emocionantes, ella seguiría sus propios ritmos, sin apresurarse a crecer más rápido de lo que su corazón y su mente pudieran manejar.
El encuentro con el futuro
Una tarde, mientras estaba en el taller de pintura, recibió un mensaje de Julián. No lo había visto desde su último encuentro, y aunque no lo esperaba, decidió abrir el mensaje.
“Hola, Vale. ¿Cómo estás? Quería saber si te gustaría salir un día a tomar algo. He estado pensando mucho en lo que hablamos y me gustaría saber cómo te va.”
Vale lo miró durante unos segundos, sintiendo que sus emociones se mezclaban. No era el mismo tipo de impulsos que había sentido antes. Ya no sentía que su vida dependiera de lo que Julián pensara o dijera. Era una oportunidad, sí, pero no una necesidad.
Finalmente, respondió con calma.
“Hola, Julián. Estoy bien, gracias. Estoy ocupada con algunos proyectos, pero me alegra saber que estás bien. Gracias por preguntar.”
No hubo más. Y aunque una parte de ella, la de su yo más joven, se sintió vacía por un segundo, rápidamente comprendió que había dado el paso correcto. Había aprendido a valorarse por lo que era, y no por lo que los demás pensaban de ella.
La paz de los propios logros
Vale miró por la ventana, viendo cómo las hojas caían lentamente. Había encontrado su paz en medio del caos. Ya no necesitaba definirse por los demás, ni por sus logros, ni por las expectativas externas. Sabía que su camino era suyo, que estaba lista para enfrentar cualquier desafío que viniera, pero siempre a su propio ritmo.
Las oportunidades seguían llegando, pero ahora las veía con una claridad nueva. El futuro no era algo que debía temer, sino algo que podía construir con cada paso que diera. Y eso, más que nada, la llenaba de emoción.
Capítulo 12: El equilibrio entre lo personal y lo profesional
Vale había aprendido a rodearse de proyectos que la llenaban, pero también de personas que la apoyaban y la entendían. Había algo profundamente satisfactorio en poder compartir sus pasiones, pero también en tener momentos de desconexión, donde solo podía ser ella misma sin presiones ni expectativas ajenas.
A medida que su blog y su carrera artística seguían creciendo, también lo hacía su agenda. Más exposiciones, más propuestas de colaboración, y más mensajes de personas que querían saber más sobre su proceso creativo. Sin embargo, Vale se dio cuenta de que, aunque disfrutaba de todo eso, necesitaba encontrar un equilibrio, un espacio para ella misma, lejos de la vorágine de la creatividad constante.
La importancia de los espacios personales
Una tarde, mientras se preparaba para un evento de arte en una galería local, se detuvo un momento frente al espejo. Se miró, y por primera vez, notó lo cansada que estaba. Aunque amaba lo que hacía, había llegado un punto en el que había perdido un poco de sí misma en el camino.
Decidió que necesitaba un respiro. No solo de los eventos, de las redes sociales o de las colaboraciones; necesitaba desconectar de todo eso para reconectar con su interior, para explorar nuevas facetas de ella misma que no tenían que ver con la artista ni con la influencer.
—Te noto rara, Vale. ¿Todo bien? —le preguntó Flor, notando que su amiga estaba más callada de lo usual.
—Sí, todo bien. Solo que estoy sintiendo que necesito un poco de espacio. Un tiempo para mí —respondió, mientras se sentaba en el banco del parque, mirando el atardecer.
Flor la miró con una sonrisa comprensiva.
—Entiendo. A veces, el mundo puede ser demasiado ruidoso. Tomate ese tiempo. Lo importante es que hagas lo que necesites para sentirte bien.
Vale asintió, aliviada. Sabía que Flor la entendía como nadie. En ese instante, se dio cuenta de que había estado persiguiendo tanto la aceptación y el reconocimiento externos, que había olvidado lo esencial: su bienestar personal.
Un nuevo ritmo
Decidió que, por un tiempo, bajaría la intensidad de sus proyectos. Aunque no dejaría de trabajar en su arte ni en su blog, comenzaría a establecer límites. Ya no aceptaría todas las colaboraciones o propuestas que llegaran. Su tiempo sería valioso solo si lo destinaba a lo que realmente la hacía sentir plena.
Por primera vez, se permitió un día libre. Un día sin compromisos, sin redes sociales, sin la necesidad de mostrar algo a los demás. Solo ella, un cuaderno, sus pinceles y la tranquilidad de su habitación.
El reencuentro con lo esencial
Ese día, Vale se dedicó a pintar sin ningún propósito en mente. No se preocupó por si la obra era buena o mala, ni si iba a ser apreciada por alguien más. Solo pintó lo que sentía. Fue un proceso terapéutico, un regreso a lo más profundo de su ser.
A lo largo de la tarde, las horas pasaron sin que lo notara. Cuando terminó, observó el cuadro terminado. Era abstracto, pero reflejaba una calma que ella misma necesitaba. Fue entonces cuando comprendió que el arte no solo era una forma de expresión para los demás, sino también una herramienta para sanar y liberarse.
La sorpresa de las nuevas oportunidades
Unos días después, mientras Vale estaba en su taller, recibió un mensaje inesperado. Era una invitación de una galería de arte en Buenos Aires que había visto su trabajo en línea. Querían organizar una exposición dedicada a artistas jóvenes, y su nombre era uno de los destacados.
Al principio, Vale se sintió abrumada. Pero luego, al mirar su cuaderno y pensar en lo que realmente quería, decidió que sí. Aceptó la invitación, pero con una condición: tomaría su tiempo para preparar cada pieza, sin prisas, sin presiones externas. Esta exposición sería diferente, sería para ella, no para el público.
El equilibrio emocional
En medio de la preparación de la exposición, Vale también empezó a dedicar más tiempo a su vida personal. Salidas con Flor, caminatas por el barrio, tardes de lectura y reflexiones. Volvió a encontrarse con sus amigos de toda la vida, aquellos que siempre la habían apoyado sin juzgarla.
Un domingo, cuando se encontraba en el parque con Flor, hablando sobre sus nuevos proyectos, se dio cuenta de algo importante. Aunque su vida estaba llena de compromisos y oportunidades, lo que realmente la mantenía equilibrada era la conexión con las personas que la querían y la comprendían.
—Creo que lo más importante no es lo que hagas, Vale. Sino cómo te sientas con lo que haces —comentó Flor.
Vale la miró, sonriendo.
—Sí, y por eso estoy aprendiendo a decir no cuando lo necesito. A poner límites. No todo es trabajo ni exposición. También está el disfrute de las pequeñas cosas.
Un paso hacia el futuro
La exposición fue un éxito, pero lo más importante fue que, al final, Vale no se sintió presionada. No se trataba de cumplir con expectativas ajenas. Había logrado encontrar un equilibrio entre lo que amaba hacer y lo que necesitaba para su bienestar personal.
Cuando la noche terminó y las luces se apagaron, Vale se quedó un momento sola en la galería, mirando sus obras. Sabía que aún quedaba mucho por aprender, pero por primera vez, estaba en paz consigo misma.
El futuro, aunque incierto, ya no le daba miedo. Había aprendido que las oportunidades llegarían, pero que siempre tendría el control de cómo decidiría manejarlas.
Capítulo 13: Nuevas relaciones y aprendizajes
Vale había aprendido a poner límites, a cuidar su espacio personal y a priorizar su bienestar. Pero, como siempre ocurre en la vida, las relaciones continuaban apareciendo de maneras inesperadas. Algunas eran refrescantes, otras desafiantes, y todas tenían algo que enseñarle.
El regreso de Julián
Un día, mientras Vale estaba en su taller, recibiendo llamadas para organizar su próxima exposición, vio un mensaje de Julián en su celular. Hacía semanas que no se comunicaban, y aunque no lo esperaba, una parte de ella sintió una extraña curiosidad por saber qué quería.
“Hola, Vale. Me gustaría saber cómo estás. ¿Qué tal todo? He estado pensando mucho en lo que hablamos, y me gustaría conversar de nuevo. ¿Te parece bien?”
Vale no respondió de inmediato. Pensó durante un largo rato. La relación con Julián había sido confusa. A pesar de la conexión que sintió en su momento, también había algo en él que no terminó de encajar. Pero no quería cerrar la puerta de manera definitiva, no sin antes reflexionar sobre lo que realmente sentía.
Finalmente, escribió: “Hola, Julián. Estoy bien, gracias. He estado ocupada con algunos proyectos. ¿Qué tal tú?”
La respuesta fue rápida, como si estuviera esperando ese momento.
“Bien. Me alegra que estés ocupada. Si algún día quieres charlar, avísame. No quiero presionarte, solo me gustaría ponernos al día.”
Vale leyó el mensaje varias veces antes de guardarlo. No sabía si quería retomar la conversación o dejar las cosas como estaban. Aunque sentía algo por Julián, también sabía que su vida había tomado otro rumbo, uno que no necesariamente debía incluirlo.
Un nuevo amigo, un nuevo enfoque
Un par de días después, mientras estaba en una cafetería local, Vale conoció a Matías. Era un chico de su misma edad, pero con una mirada diferente. Tenía una perspectiva fresca sobre la vida, sobre el arte y sobre el mundo en general, algo que la atrajo de inmediato. Se conocieron por casualidad, cuando él se acercó a su mesa, notando que ella estaba dibujando en su cuaderno.
—¿Sos artista? —le preguntó, con una sonrisa curiosa.
—Sí, algo así —respondió Vale, sin mucha expectativa, pero intrigada por la energía relajada de Matías.
A medida que conversaban, Vale comenzó a sentirse cómoda con él. Era diferente. No la veía como una figura famosa o una influencer, sino como una persona común, alguien con sueños, dudas y pasiones. Su conversación giró en torno a temas simples, pero profundos, como el sentido del arte y la importancia de las pequeñas cosas.
Esa tarde, Vale se dio cuenta de que había algo liberador en hablar con alguien sin que hubiera expectativas de nada más que de una conversación genuina.
Las complicaciones de las relaciones
Con el paso de las semanas, Vale y Matías comenzaron a encontrarse con más frecuencia. Se sentían cómodos el uno con el otro, compartiendo ideas, risas y también pensamientos más profundos sobre la vida. Matías tenía una visión del mundo que la hacía pensar de manera diferente, y eso le gustaba. Pero, a pesar de la conexión, Vale no podía dejar de comparar a Matías con su historia con Julián.
Había algo en Matías que la hacía sentir libre, pero también algo en su historia con Julián que no la dejaba completamente tranquila. Cuando se encontraba con Matías, sentía la posibilidad de algo nuevo, de un camino que aún no había recorrido. Pero cuando pensaba en Julián, recordaba la complejidad de los sentimientos pasados, los momentos agridulces que le habían dejado huella.
Esa noche, mientras se preparaba para una exposición, se encontró mirando un mensaje de Julián en su celular, invitándola a cenar.
“Vale, estuve pensando mucho en vos. ¿Te gustaría salir esta semana?”
Vale se quedó mirando la pantalla, sintiendo cómo su corazón latía más rápido de lo que le gustaría admitir. Había algo en Julián que seguía despertando una emoción dentro de ella, aunque sabía que no debía ignorar lo que había aprendido en su tiempo sola: las relaciones no debían ser una carga ni un peso, sino un espacio para crecer juntos.
La decisión de Vale
Un par de días después, Vale decidió que era hora de enfrentarse a sus emociones de manera honesta. Quería ser sincera consigo misma. Tomó un cuaderno y escribió lo que sentía:
"Julián me hace sentir algo que no sé definir, pero creo que no es lo que necesito ahora. Matías me hace sentir tranquila, como si pudiera ser yo misma sin pretensiones. Pero me asusta la idea de entregarme sin saber lo que realmente busco."
El proceso de escribir la ayudó a ver las cosas con más claridad. Aunque Matías la hacía sentir bien, aún había algo en su corazón que no se había resuelto. Y eso no significaba que debía correr a resolverlo con Julián, sino tomar el tiempo que necesitaba para descubrir lo que realmente quería.
El encuentro con Matías
Una tarde, mientras caminaban por el barrio, Matías le preguntó si había algo que le estuviera preocupando. Vale lo miró y, por primera vez, se sintió lista para ser completamente honesta.
—Sí, hay algo que me ha estado rondando la cabeza —comenzó—. He estado pensando mucho en mis relaciones pasadas y en lo que quiero para mi vida. No quiero apresurarme, ni conociendo a alguien ni conmigo misma. Solo quiero ser.
Matías la miró con una sonrisa tranquila.
—Entiendo. Lo importante es que seas feliz con lo que decidas. No tienes que explicar nada. Yo estoy aquí, y si algún día quieres más de lo que somos ahora, lo sabrás.
Vale respiró profundo. Matías no la presionaba, y eso era justo lo que necesitaba. La relación con él no tenía que seguir un guion preestablecido. Podía desarrollarse sin prisas, sin expectativas.
Un paso hacia el futuro
Vale había aprendido que las relaciones, como el arte, no siempre podían ser forzadas ni apresuradas. Cada una tenía su propio ritmo, y estaba bien tomarse el tiempo necesario para descubrir qué quería en realidad.
Mientras caminaba con Matías por las calles iluminadas de la ciudad, sentía que, aunque no tenía todas las respuestas, estaba lista para seguir explorando lo que la vida le deparaba, sin presiones ni expectativas ajenas. Solo ella, el presente y el futuro que construiría.
Capítulo 14: La intimidad y el despertar emocional
Después de semanas de conversaciones sinceras y momentos compartidos, Vale y Matías se habían conocido de una manera profunda. Habían hablado de sus sueños, de sus miedos, de las cosas que los hacían reír y las que los hacían pensar. Sin embargo, había algo que aún faltaba por explorar: la intimidad, ese territorio que siempre había sido algo complicado para Vale, especialmente después de su experiencia con Julián.
El proceso de confianza
Vale había aprendido a ser honesta consigo misma y con los demás, pero la idea de dar ese paso con Matías la hacía sentir nerviosa. No porque no confiara en él, sino porque la intimidad siempre había sido algo que la conectaba con sus emociones más profundas, y no siempre estaba lista para enfrentarlas.
Una noche, mientras caminaban juntos después de una cena tranquila, Matías la miró con una expresión suave y cálida.
—Vale, quiero que sepas que no hay presiones. Si algún día decides dar ese paso conmigo, lo harás cuando te sientas lista. No quiero que sientas que es algo que tienes que hacer para que nuestra relación avance. Lo importante es que estés bien, que te sientas cómoda.
Vale lo miró a los ojos, sintiendo un alivio profundo. Nunca nadie le había hablado con tanta sinceridad sobre algo tan íntimo.
—Gracias, Matías. Eso significa mucho para mí. No te preocupes, no me siento presionada... solo estoy procesando todo lo que significa esto.
Él sonrió, y la abrazó con ternura. Sabía que la paciencia era clave, y ella también lo sabía.
El primer paso hacia la intimidad
Pasaron un par de semanas más, y aunque la química entre ellos seguía creciendo, Vale no podía dejar de pensar en lo que había aprendido sobre sí misma. Había llegado a un punto en el que estaba lista para dar el paso, pero no porque sintiera que debía hacerlo, sino porque sentía que era el momento adecuado.
Una noche, después de una salida a un cine de arte en el barrio, caminaron hacia la casa de Vale. El aire fresco de la noche los envolvía, y la cercanía de Matías la hacía sentir una mezcla de calma y emoción. Al llegar a su puerta, se quedaron un momento en silencio, mirándose.
—No sé si esto es lo que esperabas... —dijo Vale, mientras sentía una mezcla de incertidumbre y deseo.
—Lo que sea que tú quieras, Vale, será perfecto. Estoy aquí. No tienes que tener miedo.
Vale lo miró, y por primera vez, entendió que la intimidad no era solo un acto físico, sino una conexión emocional. Decidió que quería dar ese paso, pero solo si podía compartirlo de manera genuina, sin expectativas ni presiones.
El primer encuentro íntimo
Esa noche, en la tranquilidad de su habitación, Vale y Matías compartieron su primer encuentro íntimo. Fue suave, lento, lleno de cuidado y respeto. Matías la hizo sentir segura en cada momento, sin apresurarse, sin que se sintiera incomoda. La confianza que había construido con él se reflejaba en cada gesto, cada mirada, cada palabra.
Para Vale, fue una experiencia completamente nueva. No solo por la cercanía física, sino porque era la primera vez que sentía que la intimidad no era solo un acto de deseo, sino una forma de conectar profundamente con alguien. La vulnerabilidad que implicaba compartir su cuerpo no la asustaba, sino que la hacía sentir más viva, más conectada consigo misma.
Se dieron cuenta de que todo el proceso era tan emocional como físico. La primera vez fue un momento de descubrimiento mutuo, una forma de aprender el uno del otro, de explorar los límites de la confianza y la complicidad. Vale entendió que el amor, el deseo y la conexión no eran algo que se diera por sentado, sino algo que se cultivaba, día a día.
El despertar emocional
Después de esa noche, Vale no pudo evitar reflexionar sobre lo que había vivido. Había algo profundamente transformador en la experiencia, no solo porque había compartido su cuerpo con Matías, sino porque se sintió completamente conectada con él de una manera que no había anticipado.
Se despertó a la mañana siguiente con una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Sabía que no todo en una relación era perfecto, pero sentía que, con Matías, había dado un paso hacia algo más profundo, algo que iba más allá de los miedos y las dudas que la habían acompañado en el pasado.
Esa tarde, mientras se encontraban en su estudio, Vale le miró y sonrió tímidamente.
—Me siento diferente, Matías. Como si algo dentro mío hubiera cambiado. Pero de una manera buena.
Él la abrazó, sin palabras, porque entendía perfectamente lo que ella quería decir. Era un cambio interno, un despertar emocional.
El después: aprendiéndose a través de la relación
Con el paso de los días, Vale y Matías continuaron explorando su relación con una nueva profundidad. La intimidad física ya no era solo un acto, sino una expresión natural de su conexión emocional. Vale aprendió que el amor no solo se construye en los momentos perfectos, sino también en aquellos días sencillos, en las conversaciones sin prisa, en los silencios compartidos.
A veces, cuando se detenía a pensar en todo lo que había vivido, en todo lo que había aprendido sobre sí misma a través de su relación con Matías, Vale se sentía agradecida. Había experimentado un despertar emocional que la había transformado. Había aprendido a confiar en sí misma, a dejar ir los miedos y a aceptar que, a veces, las cosas más profundas nacen cuando menos lo esperas.
Capítulo 15: Evolución emocional y el camino hacia el autodescubrimiento
La relación entre Vale y Matías había crecido en intensidad, pero también en comprensión mutua. Después de su primer encuentro íntimo, algo dentro de ella se había transformado. No solo por la experiencia física, sino por lo que descubrió sobre sí misma en el proceso. Sabía que estaba en una etapa de su vida donde todo parecía más claro, pero al mismo tiempo, mucho seguía siendo incierto. Su camino hacia el autodescubrimiento estaba recién comenzando, y Matías parecía ser una de las piezas clave en ese proceso.
La expansión de la confianza
A medida que pasaban los días, Vale se sentía más segura en su relación con Matías. La conversación fluía con facilidad, y aunque a veces sentían la necesidad de estar en silencio, esos momentos no eran incómodos, sino una oportunidad para disfrutar de la presencia del otro. Matías nunca la presionaba, siempre respetaba sus tiempos, y eso le daba a Vale la oportunidad de descubrirse sin prisas ni expectativas.
Un sábado por la tarde, mientras caminaban por un parque cercano, Vale se sorprendió hablando abiertamente sobre sus miedos y sueños. A lo largo de su vida, siempre había sentido que debía cargar con sus propias cargas emocionales, sin abrirse completamente a los demás. Pero con Matías, algo había cambiado. Había aprendido a confiar, no solo en él, sino también en ella misma.
—A veces me asusta no saber qué quiero —le confesó mientras caminaban cerca de un lago tranquilo—. Como si estuviera buscando algo que aún no he encontrado, y no sé si lo encontraré alguna vez.
Matías la miró con una dulzura que la hizo sentir comprendida.
—El hecho de que lo estés reconociendo es un gran paso, Vale. El autodescubrimiento es todo un proceso, y no siempre tiene respuestas claras. Lo importante es que te des el tiempo para explorar. Yo no tengo todas las respuestas, pero me gusta ser parte de tu camino, de tu viaje.
Esa conversación dejó una huella en Vale. Sintió por primera vez que no necesitaba tenerlo todo resuelto. La incertidumbre formaba parte de su vida, y no debía temerla. De hecho, era un espacio donde podía crecer, donde podía reinventarse.
El amor maduro: nuevos desafíos
Aunque el amor entre ellos crecía, también aparecieron nuevos desafíos. A veces, Matías parecía tener una visión de la vida más estable y definida, mientras que Vale se encontraba en un lugar más fluido, donde las cosas no siempre tenían un orden lógico. Él, de 25 años, había tenido más tiempo para madurar en ciertos aspectos de la vida, mientras que ella, con su 18 años, seguía navegando las aguas del autodescubrimiento.
En una charla que tuvieron una noche, después de una salida con amigos, surgió una conversación incómoda sobre el futuro. Matías le preguntó cómo se veía en los próximos años, qué quería hacer con su vida. Vale se quedó pensativa, sintiendo cómo la incertidumbre nuevamente la invadía.
—No sé, Matías. Tengo muchas ideas, muchos sueños, pero también siento que me falta algo para saber qué hacer con todo eso —respondió, mirando al frente mientras caminaban por la calle.
Matías la miró con una mezcla de comprensión y preocupación.
—Está bien no saberlo. La vida no es un manual con pasos fijos. Lo importante es que sigas buscando lo que te llena, lo que te hace sentir viva. Pero, claro, entiendo que a veces eso puede ser difícil.
Vale suspiró, sabiendo que Matías solo quería apoyarla, pero las dudas seguían presentes.
—Lo que pasa es que tengo miedo de que, si no sé qué quiero, me quede atrapada en un lugar que no me hace feliz —admitió, más para sí misma que para él.
Matías la abrazó, y por primera vez en mucho tiempo, Vale no se sintió sola en sus dudas. La relación que compartían, aunque no exenta de dificultades, le daba las herramientas para enfrentarlas.
El espacio para sí misma
Aunque la relación con Matías seguía fuerte, Vale empezó a comprender que el proceso de autodescubrimiento no podía depender únicamente de la relación que tenía con él. Necesitaba tiempo para ella misma, para escuchar su voz interna, para explorar su arte, sus pasiones y sus miedos sin la influencia constante de otra persona.
Un día, después de una larga jornada de trabajo en su taller, decidió salir a caminar sola, algo que no había hecho en mucho tiempo. Mientras paseaba por las calles tranquilas de su barrio, sus pensamientos se desbordaron. Recordó su primer amor, su relación con Julián, y cómo había sido una experiencia que la había marcado de una manera profunda, pero también cómo la había dejado un poco perdida, buscando algo que no había encontrado.
En ese momento, Vale comprendió que el amor no debía ser un refugio para escapar de uno mismo, sino un complemento que ayudara a crecer y avanzar. El amor propio debía ser la base sólida sobre la que construir cualquier otra relación, y aunque no todo en su vida estaba claro, sí entendió que ese debía ser su primer paso: aprender a quererse a sí misma de una forma más profunda.
El amor y la independencia
Con el paso de los meses, la relación con Matías continuó evolucionando. Aunque seguían siendo pareja, Vale había comenzado a ser más independiente, a tomar decisiones por sí misma sin depender de la validación externa. Cuando le contó a Matías sobre su nueva exposición de arte, su sonrisa reflejaba el orgullo que sentía por ella.
—Lo que más me gusta de vos, Vale, es que siempre encontrás una forma de sorprenderme con tu creatividad. Y lo mejor es que te seguís sorprendiendo a vos misma.
Vale sonrió, sabiendo que Matías no solo la veía como su pareja, sino como una persona única que podía ser mucho más que lo que él esperaba.
Un futuro incierto pero prometedor
Aunque no tenía claro qué le deparaba el futuro, Vale se dio cuenta de que lo importante no era tenerlo todo resuelto, sino estar dispuesta a seguir explorando. La relación con Matías seguía creciendo, pero ya no dependía de ella para sentirse completa. En su viaje hacia el autodescubrimiento, había aprendido que la clave era ser honesta consigo misma, no apresurarse, y tener la libertad de tomar las decisiones que la hacían sentir más fiel a su ser.
En ese proceso, Vale comprendió que el verdadero amor —tanto el que se daba a los demás como el que se daba a sí misma— no estaba en encontrar todas las respuestas, sino en ser capaz de caminar con ellas, con dudas y todo, hacia un futuro lleno de posibilidades.
(Continuará…)
Ariel Villar
Café Temperley
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