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El día del espejo empañado

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar
El día del espejo empañado

"El día del espejo empañado"


Vale miró el celular por tercera vez en cinco minutos. El grupo del curso había explotado en memes, pero ella seguía dudando si enviar su mensaje. “¿Qué tan mal puede salir?”, pensó, mientras escribía: ¿Alguien tiene cartón o retazos de tela para el proyecto de arte?


Silencio. Vio el “Escribiendo…” de una compañera, que desapareció antes de llegar a algo concreto. Un minuto después, apareció un sticker: un dibujo de una chica cargando cajas con cara de esfuerzo titánico, acompañado de un “Sos tremenda, Vale 😂”.


Ella suspiró, dejando el celular sobre la mesa. Siempre pasaba lo mismo. En un colegio donde las historias de Instagram tenían más peso que los trabajos prácticos, sus ganas de armar algo con las manos la hacían sentir rara. Pero rara no en el buen sentido, como esas chicas que se tiñen el pelo azul y se sacan fotos en los murales de Palermo. Rara como un lápiz de colores en una caja de marcadores flúo.


—¿Otra vez mala onda en el grupo? —dijo su padrastro, dejando una taza de té junto a ella.


Vale levantó la mirada, sorprendida. —No sé si es mala onda o si soy yo que no entiendo cómo ser como ellos.


Él se sentó frente a ella, cruzando los brazos. —¿Y por qué querrías ser como ellos?


Él apoyó los codos sobre la mesa, como si estuviera por contar un secreto. Vale lo miró, intrigada.


—Mirá, Vale. Cuando tenía tu edad, quería aprender a pintar. No es que fuera bueno, pero me gustaba. Un día me pasé semanas trabajando en un cuadro. Era un paisaje lleno de detalles, ¿sabés? Árboles, montañas, un río que brillaba como si tuviera vida. Cuando lo terminé, lo llevé al colegio para mostrarlo.


—¿Y qué pasó? —preguntó ella, casi sin darse cuenta de que estaba interesada.


—Se rieron. Uno dijo que era un dibujo de nenes de jardín, otro que el río parecía un chorro de Coca-Cola. Lo guardé en una carpeta y no lo mostré nunca más.


Vale frunció el ceño. —¿Por qué me contás esto?


—Porque aprendí algo tarde, pero quiero que vos lo sepas ahora: no importa lo que ellos vean. Importa lo que vos sentís cuando creás algo. Ese cuadro, a pesar de las risas, me hizo feliz mientras lo hacía. Y eso nadie te lo puede quitar. —Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran hondo. Luego agregó—: ¿Sabés qué descubrí? Que los espejos no siempre reflejan lo que somos. A veces están empañados con las opiniones de los demás.


Vale lo miró en silencio. Su cabeza era un torbellino, pero la imagen del espejo empañado se quedó


—¿Y cómo hacés para limpiar el espejo? —preguntó Vale, después de un rato.


Él se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia. —Haciendo lo que te gusta, aunque no les guste a los demás. Cada vez que agarrás un pincel, un lápiz, o lo que sea, estás sacando un poquito de ese vapor.


Ella sonrió apenas. Le gustaba cómo sonaba, pero aún no sabía si podía hacerlo. —¿Y qué pasó con tu cuadro?


—Lo encontré años después, medio arrugado en una carpeta vieja. ¿Querés saber algo gracioso? Me gustó. No era perfecto, pero tenía algo mío, algo que no vi cuando estaba tan pendiente de lo que decían los demás.


Vale bajó la mirada hacia su cuaderno de bocetos. Había estado trabajando en una idea para una escultura usando telas y cartón, pero no se animaba a mostrarla. Ahora, sin embargo, sentía una pequeña chispa.


—Creo que voy a terminar esto —dijo, levantándose y buscando materiales en el cajón.


—Esa es mi chica —dijo él, levantando la taza de té como un brindis.


Al día siguiente, Vale llevó su escultura al colegio. Era un caos maravilloso de colores y texturas, una especie de árbol abstracto que parecía crecer y desbordarse del cartón. Cuando la puso sobre la mesa, algunos compañeros la miraron con curiosidad.


—¿Qué es eso? —preguntó una chica, con una mezcla de burla y sorpresa.


Vale dudó un segundo, pero recordó las palabras de su padrastro. Respiró hondo y respondió con seguridad: —Es mío.


Y, por primera vez, no le importó si alguien entendía o no. Su espejo estaba más limpio que nunca.


Ariel Villar

Café Temperley

 

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