Para quienes aún tenemos la suerte de contar con algunos recursos para mitigarlos tal vez no le demos mucha importancia.
Pero pensando en quienes no los tienen, creo que prefiero el verano más allá de haber nacido en Febrero y que me gusten los días largos.
Pienso en ellos. Que bajo el agobiante Sol aún cuentan con la noble sombra de un árbol, el alivio de la noche y con suerte la bendición de una lluvia suave.
En invierno en cambio, a ellos el frío les duele y los entumece. Cruel, lapidario, al punto de temerle al cansancio y a quedarse dormidos, con pocas posibilidades de despertar. El alimento disponible es escaso y el cuerpo consume más energías para mantener el mínimo calor vital.
Noches largas, días de viento y frío, y pocos lugares donde encontrar algo de reparo.
De quienes hablo? De todas esas almitas nobles que no dudarían en dar su vida por defender y salvar a su familia humana, sólo recibiendo a cambio una comida al día, un poco de agua y mucho amor.
Seres superiores, que desde sus cuatro patitas nos enseñan que no hace falta ser alto ni erguirse en dos patas para ganarse un lugar en el cielo. Que no hace falta hablar cuando se tiene la mirada y la cola más expresivas. Que un ladrido basta para mantener alejados a quienes se acercan con malas intenciones.
Hablo de ellos, los abandonados aún habiendo sido fieles, los encadenados por el miedo ajeno, los que aún en la peor condición nos van a seguir hasta el fin de sus días.
Hablo del calor, del frío, y de los nobles hocicos peludos que vinieron a éste mundo a enseñarnos lo más importante: fidelidad, gratitud y amor incondicional.
Hablo de mis amados perros, que me ayudaron a crecer, a entender, y que hoy me siguen dando lo que muchos humanos no saben dar.
(Con amor para Corina y Reina)
Ariel Villar
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