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Calavera No Chilla.

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar
Calavera No Chilla

En el Café Temperley, ese rincón donde el ayer y el hoy se mezclan con el aroma del café, don Roque ajustaba el dial de su vieja radio portátil. Mientras tanto, los parroquianos discutían, como siempre, de la vida. Era martes, pero todos parecían arrastrar un lunes eterno, ese que empieza con el despertador y termina en la cola del Roca.


-Te digo una cosa, Guille –largó don Roque mientras le daba un sorbo a su cortado,– la juventud de ahora no conoce la frase "calavera no chilla". Qué digo frase, ¡es un legado cultural!

-¿Y qué querés, Roque? –contestó Guille, haciendo girar su medialuna en el plato.– Ahora los pibes se duermen con el celular pegado a la cara y después llegan tarde hasta para ir a comprar puchos.


En la mesa de al lado, Tamara, una veinteañera con look de "me acosté a las cinco y me levanté a las seis", alzó la vista de su celular.

-Disculpame, abuelo, pero yo salgo de joda y me banco todo. A las siete y media estoy en la oficina. Los centennials no chillamos.

-¿No chillas? –saltó Roque, con una sonrisa entre pícara y nostálgica.– ¿Querés que te cuente cómo era madrugar después de bailar tango hasta las cinco en el club? Y no había Uber, ¿eh? Tren, bondi y a pata. Llegabas a casa, te tirabas dos horas y a laburar.


Los demás clientes empezaron a sumarse, como si la consigna del día fuera recordar quién había sufrido más.


-A mí mi viejo me decía: "¿Saliste? Bancatela". Y si llegaba tarde al laburo, ¡ni pensarlo! Te rajaban de una –intervino Juan, el mozo, apoyando la bandeja con los cafés.– Ahora se quejan porque tienen que marcar tarjeta.


-Todo bien con tus historias de guerra, abuelo, pero hoy la cosa es distinta –retrucó Tamara, ya bien metida en el debate.– Ahora vivimos con estrés constante. Si no cumplís con las expectativas, te cancelan.


-Ah, mirá –dijo Guille, levantando una ceja.– ¿Y eso no es lo mismo que te hacía tu viejo con un chancletazo simbólico? La "cancelación" de antes era un baldazo de agua fría si no te levantabas a tiempo.


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El ambiente se volvió una mezcla de risas y anécdotas. Uno recordaba cómo corría al tren Roca con la camisa mal planchada, otro cómo tragaba mate cocido mientras rezaba que no lo retaran en la fábrica. Pero entre las carcajadas, Roque se puso serio un instante, mirando su café como quien busca la palabra justa.


-Y no nos olvidemos de los verdaderos héroes de la madrugada –dijo, con un tono solemne que hizo callar a todos.– Esos padres, madres, o padrastros que, mientras vos seguís en coma en la cama, están ahí, peleándose con la alarma, el mate lavado y el sueño que no pegaron porque te quedaron esperando.


-Se levantan ellos para que te levantes vos –agregó Guille, dándole un codazo a Juan.– Como arcángeles guardianes, pero sin alas. Bueno, con ojeras que parecen alas.


-¡Posta! –saltó Tamara, un poco sorprendida.– Mi vieja es así. Siempre me dice: "Te desperté porque no quiero que me digas después que no te di la oportunidad".


-Sabias palabras –sentenció Roque, levantando el dedo como si estuviera en el Congreso.– Porque, piba, si a los veinte no entendés que la vida no te espera, terminás como muchos, esperando la vida en una silla de plástico con el tele prendido.


El bar se llenó de un silencio reflexivo, roto solo por el ruido de la cafetera. Guille terminó el momento con una sonrisa irónica.

-Los viejos son como despertadores humanos, pero con más paciencia. Aunque también tienen snooze, ojo: "¡Ya te llamé tres veces, levantate o te pierdo la confianza para siempre!".


El bar estalló en risas, y el reloj marcó las nueve. Cada uno pagó su café y salió al ruedo, con la frase de don Roque retumbando en el aire: "La vida es un baile, pero si no madrugás, te sacan de la pista."


Y en Temperley, como en la vida, la calavera nunca chilla, pero los arcángeles siempre están para empujarte al ruedo.


Ariel Villar

Café Temperley

 

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Ariel Villar

Café Temperley

 

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