Salimos al mundo cada mañana y si hay algo que a los Argentinos nos caracteriza es la queja. Es parte indivisible de nuestro eterno acervo en crisis. Nos quejamos por casi todo y para lo perfecto desarrollamos la habilidad de encontrarle el pelo al huevo. De jodidos nomás. Pero desde siempre me llamaron la atención esas minorías que, lejos de ser estoicos aguantadores del mal trago por sufridos, viven con la permanente actitud de buscarle la vuelta a los malos momentos y convertirlos en éxitos.
La oportunidad en la basura.
La misma imagen de la indigencia urgando en el basural pero sin la intención de encontrar una bolsa con un millón de dólares, es la que veo en esas personas especiales de quienes, después de 2 éxitos consecutivos dicen que "lo que tocan lo convierten en oro".
No son creadores desde cero, pero tienen la capacidad de transformar una idea desechada o un fracaso en una genialidad, y la osadia de ponerla en práctica.
Lo que para el resto es basura, para ellos es material de construcción y un excelente fertilizante.
Su actitud. La clave.
Lejos de meterle mano con cara de asco, parecen estar disfrutando del arte culinario de su futuro manjar. Su infinita curiosidad los mueve por el camino de la intuición, para dar en el clavo con lo que la gente quiere. Prueban una y otra vez y, si no funciona, guardan la idea para que se vuelva compost, y siguen buscando y probando.
Según Mario Pergolini, "una buena idea te salva. Dos, te llevan a niveles que no lo podés creer".
Y la clave es la constancia! Buscar, probar, mil veces. Siempre cambiando, observando y analizando.
Qué los mueve?
Sin dudas su avidéz por el éxito y la falta total de miedo al fracaso. Una especie de timba controlada en la que el azar no es la estrella, y que sólo juega cuando no prestan la debida atención.
Son buscadores de tesoros, pero no aventureros. Es su rutina mental. Jamás se preocupan por lo que no tienen o por lo que puedan perder por la situación que el entorno les ponga. Amanecen con una idea y ya bajo la ducha le van dando sentido.
Y ya camino a sus quehaceres la casualidad les va poniendo delante de sus ojos las señales de un mapa que sólo ellos pueden ver. Y van. Siempre. El fracaso no es la otra opción. Es aprendizaje y parte del proyecto.
Cerrando.
Y yo los miro, desde la ventana de un bar, tratando de tomar de ellos lo que me sirva, acomodando cada forma del Tetris de mis ideas en el mejor lugar posible, tratando de no pensar en mi cuarto de hora.
Ariel Villar
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