Capítulo 2: El arte de encender fuegos
Cuando bajaron de la terraza, la noche ya tenía ese olor inconfundible de brasas y promesas. La vieja parrilla de hierro del patio, con más remaches que un tren del Roca, estaba lista para ser el centro de operaciones. El grupo se dispersó: algunos trajeron tablitas de madera, otros cargaron con bolsas de carbón, y los más despistados se quedaron mirando el teléfono, como si el algoritmo de las redes pudiera resolver cómo encender un fuego.
-Mirá, Facu, la clave está en la paciencia -dijo Julián, el primo mayor de Lucas, que siempre se creía un gurú del asado. Agarró un pedazo de diario y lo enrolló con precisión quirúrgica. Facu lo observaba con atención, pero a los tres segundos ya había perdido el interés porque Vale apareció cargando una bandeja con los chinchulines crudos.
-¿Siempre tenés que hacer todo tan técnico, Juli? -dijo Vale, apoyando la bandeja en la mesada.
-Yo no soy técnico, soy un artista -respondió Julián con una sonrisa sobradora.
Mientras ellos discutían, Sofi y Emma, las amigas inseparables, se dedicaron a cortar pan para las bruschettas. Emma, que siempre tenía la última palabra en todo, aprovechó para espiar a Lucas desde la barra.
-Te lo juro, Sofi, este es el momento. Hoy le hablo.
-¿Hablarle a Lucas? Vos estás loca. No hablás ni en clase, y ahora vas a declarar tu amor en medio de un asado.
-Vos no entendés, la terraza me dio seguridad. Este es mi año.
Sofi la miró con una mezcla de ternura y resignación. Emma siempre tenía planes descabellados, y Sofi siempre estaba para sostenerla cuando se caían.
En otro rincón del patio, Lucas y Nico intentaban mover la parrilla para que quede pareja. Lucas, con las manos llenas de hollín, no podía evitar mirar de reojo a Vale. Le encantaba cómo se movía con esa naturalidad que a él tanto le costaba. Mientras Nico hablaba de lo complicado que era este modelo de parrillas, Lucas apenas asentía, con la cabeza en otro lado.
El fuego empezó a encenderse, no gracias a Julián, sino a un soplador improvisado que trajo el padre de Lucas desde el fondo. Todos se reunieron alrededor de la parrilla, como si fuera un ritual sagrado.
-¿Qué pasa con las bruschettas? -preguntó Vale, mirando a Emma y Sofi.
-¡Ya van! -gritó Emma, haciendo malabares con las tostadas.
Mientras tanto, Julián, siempre en personaje, empezó a contar una historia sobre un asado épico que hizo en la costa. Nadie le prestaba mucha atención, excepto Nico, que tenía una fascinación inexplicable por las anécdotas mediocres.
Vale se acercó a Lucas, que estaba volviendo a acomodar las brasas.
-¿Te ayudo con eso?
-No hace falta, ya está.
-Pero lo estás haciendo mal -dijo ella con una sonrisa burlona.
-¿Ah, sí? ¿Desde cuándo sos experta?
-Desde siempre. Dame, yo lo arreglo.
El roce de las manos fue breve, pero suficiente para que Lucas sintiera un pequeño cortocircuito. Vale, por su parte, se limitó a sonreír y seguir acomodando las brasas como si nada.
En medio del bullicio del patio, Emma decidió que era ahora o nunca. Se acercó a Lucas, con el corazón latiéndole a mil. Pero justo cuando estaba por decir algo, Nico apareció para pedirle ayuda con las cervezas.
-¿Me das una mano, Emma?
Y ahí quedó, con las palabras atoradas, mientras Lucas seguía observando a Vale como si fuera la única persona en todo el universo.
El chisporroteo del fuego marcaba el ritmo de la noche. Vale seguía acomodando las brasas, concentrada como si estuviera pintando un cuadro. Lucas, que ya no sabía dónde meterse, se quedó ahí parado, observándola.
-Dale, Lucas, dejame trabajar tranquila. ¿O querés que te enseñe también cómo prender un fósforo?
-¡Ja! Habló la experta... El día que te vi prender una vela de cumpleaños con un encendedor al revés casi se prende fuego la torta.
-No exageres, ¡eso fue hace mil años! Además, ¿quién lleva velas al viento? El desastre fue culpa de tu abuela.
Se rieron los dos, relajando un poco la tensión. Pero en ese momento, Nico volvió al ataque.
-Lucas, ¿me ayudás con la carne? No doy abasto con el vacío.
Lucas suspiró. -Ya voy.
Vale sonrió para sí misma cuando lo vio alejarse. Había algo en Lucas que la intrigaba, aunque no quería admitirlo. Ese aire medio torpe, como si no terminara de encajar, le parecía… lindo. Pero no era el único que captaba su atención.
Más tarde, mientras el grupo seguía en modo fiesta, Vale fue a buscar una botella de gaseosa al comedor. Julián, siempre atento, se acercó con su sonrisa confiada.
-¿Y, Vale? ¿Cómo va esa obra maestra en la parrilla?
-Bien, gracias a mí. Si fuera por Lucas, todavía estaríamos comiendo las brasas.
-Eso te pasa por confiar en amateurs. Si hubieras pedido mi ayuda, ya estaríamos comiendo un asado gourmet.
-Claro, porque el último asado que hiciste tenía más humo que sabor.
Julián se rió, reconociendo la derrota. Pero antes de que pudiera responder, apareció alguien más: Martín, el vecino nuevo que había venido invitado por Nico. Era alto, de cabello despeinado y ojos oscuros que parecían ver más de lo que mostraban.
-Martín, ¿te ayudo con eso? -preguntó Vale, señalando la pila de vasos que él intentaba equilibrar.
-Gracias, pero creo que estoy a punto de graduarme en malabarismo.
-¿Ah, sí? Bueno, después hacé un show para todos. Así compensás lo que no comiste.
-Lo que no comí porque vos y Lucas acapararon toda la parrilla.
Ambos se quedaron en silencio un segundo, evaluándose. Había algo en Martín que descolocaba a Vale: no tenía esa actitud exagerada como Julián, ni la torpeza dulce de Lucas. Era tranquilo, seguro, como si no le importara demasiado lo que pensaran de él.
De vuelta en el patio, el ambiente estaba en su punto máximo. Sofi y Emma jugaban a tirarse migas de pan, Nico intentaba picar un chorizo con un cuchillo sin filo, y Julián seguía contando historias que nadie escuchaba. Vale apareció con Martín, y de repente, Lucas levantó la mirada.
-¿Martín? ¿Desde cuándo te gusta el asado? Vos siempre decías que preferías sushi -dijo Lucas con una sonrisa medio nerviosa.
-¿Y vos desde cuándo sabés prender un fuego? -respondió Martín, sin perder el ritmo.
La carcajada general fue inmediata. Vale no pudo evitar sonreír, pero más por Martín que por el chiste. Se sentó al lado de él, dejando a Lucas en el aire.
-¿No te molesta el humo? -preguntó Martín, señalando la parrilla.
-Para nada, estoy acostumbrada. Mi vieja cocina tan mal que es como si prendiera fuego la casa todos los días.
Martín se rió, y ese sonido hizo que algo se revolviera en el estómago de Vale. Era distinto, era nuevo.
Lucas, mientras tanto, se quedó mirando la escena desde lejos. Algo en su interior se contrajo, como si recién ahora empezara a entender lo que estaba sintiendo. Pero no se iba a rendir tan fácil.
La noche seguía, entre chistes malos, historias cruzadas y el aroma de la carne a punto. Vale se encontró cada vez más cerca de Martín, en todos los sentidos. Él hablaba poco, pero cada vez que decía algo, la hacía reír como nadie.
-¿Siempre sos tan callado? -le preguntó ella.
-Sólo cuando no tengo nada interesante que decir.
-¿Y ahora?
-Ahora estoy pensando qué decir para que sigas acá conmigo.
Vale se quedó en silencio un segundo. Y por primera vez en mucho tiempo, no supo qué responder.
Continuará...
Ariel Villar
Café Temperley
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Ariel Villar
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