Capítulo 1: Las luces de la terraza
La noche en el barrio tenía ese encanto único: las luces amarillas de los faroles mezcladas con el aroma a asado que salía de alguna parrilla improvisada. La terraza de Julián se había convertido en el punto de encuentro favorito del grupo. Era un espacio sencillo, con sillas desparejas, una mesa de madera que parecía haber resistido varias tormentas, y una guirnalda de luces que colgaba como un techo estrellado improvisado.
La reunión había surgido casi de casualidad, como todo en ese grupo. Mica había propuesto hacer un asado para celebrar el cumpleaños de su hermano menor, pero, como siempre, el plan mutó y terminó siendo una excusa para juntarse ellos, con música tranquila y charlas que se alargaban hasta la madrugada.
Valeria, de pelo castaño y ojos que parecían siempre buscar algo más allá, se sentó en el borde de la terraza, mirando las calles del barrio. Había llegado un poco antes con su amiga Sofi. Desde ahí, podía escuchar las risas de los demás mientras se peleaban por quién tenía que encargarse de las achuras.
A su lado, Manu, el chico nuevo del grupo, se acomodó con una botella de agua. Era distinto a los demás, no solo por su forma de hablar, sino porque parecía siempre tener algo interesante que decir. Manu no era del barrio, sino de una ciudad cercana. Había llegado hacía poco por un cambio de escuela, y aunque al principio todos lo miraron con cierta desconfianza, terminó encajando mejor de lo que nadie esperaba.
Siempre estás mirando hacia abajo -dijo Manu, interrumpiendo el silencio que compartían.
Es el lugar perfecto para pensar -respondió Vale, sin despegar los ojos de las calles.
Manu sonrió. Era una sonrisa tranquila, de esas que te invitan a querer saber más.
¿Pensás mucho? -preguntó él.
Demasiado -admitió Vale, girando un poco hacia él.
Mientras tanto, abajo, Julián discutía con Tomás porque nadie sabía prender el carbón correctamente. Sofi se unió al debate con su sarcasmo característico:
¿Ven por qué las mujeres somos indispensables?
Las risas subieron hasta la terraza, pero Vale y Manu parecían estar en un universo paralelo.
¿Y en qué pensás tanto? -insistió Manu, curioso pero sin apurarla.
Vale dudó un segundo, pero finalmente decidió hablar.
En por qué algunas cosas se sienten incompletas.
Manu la miró, esta vez con más atención.
¿Como qué?
Ella se encogió de hombros, queriendo restarle importancia, pero sus ojos contaron otra historia.
Como la idea de que alguien te quiera, pero que no sepa demostrarlo. O que vos querés algo más y no sabés si está bien pedirlo.
Manu se quedó en silencio, dejando que sus palabras se asentaran en el aire. Finalmente, respondió:
Creo que pedir lo que necesitamos no está mal. Si alguien no puede dártelo, al menos sabés dónde estás parado.
Vale lo miró, sorprendida por la claridad de su respuesta. Era tan diferente a lo que había vivido antes, en relaciones donde las palabras se quedaban cortas y las emociones parecían siempre un paso atrás.
En ese momento, un ruido los interrumpió. Sofi apareció por la escalera, riéndose.
¡Dejen de filosofar y bajen! Necesitamos ayuda con el fuego.
Manu se levantó con una sonrisa y le extendió la mano a Vale para ayudarla a ponerse de pie.
Vamos. Pero después me contás más de lo que pensás.
Vale aceptó su mano y, mientras bajaban, no pudo evitar sonreír. Había algo en Manu, algo que la hacía sentir que por primera vez no estaba buscando sola.
Continuará...
Ariel Villar
Café Temperley
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Ariel Villar
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