Somos una paradoja ambulante. Nos llaman acuarianos, como si un signo del zodiaco pudiera encasillarnos. Somos los eternos adelantados a una fiesta que aún no empezó, los que llegan con ideas frescas cuando nadie pidió innovaciones, los que observan desde lejos una realidad que, para ser honestos, nos queda incómoda como un traje mal cortado.
El mundo nos parece pequeño, no por arrogancia, sino porque nuestra mente no sabe quedarse quieta. Donde otros ven límites, nosotros vemos portales. Donde otros ven rutinas, nosotros encontramos grietas por donde se cuela un destello de lo imposible. Nuestra percepción del mundo no es mejor ni peor, simplemente es distinta. Vemos las cosas tal como podrían ser, no como son. Es una ventaja y un castigo, porque en cuanto detectamos la falta de sentido común, la carencia de creatividad o esa aceptación ciega de reglas impuestas por una Matrix cultural, nos sentimos atrapados.
La Matrix.
Esa estructura invisible que convence a las personas de que el éxito se mide en likes, shares y seguidores. Nosotros, en cambio, entendemos el éxito como algo más íntimo, más profundo, más humano. No somos inmunes al vértigo de las redes sociales, pero tampoco nos dejamos hipnotizar. Preferimos la viralidad de una idea que encienda almas a la de un video que entretenga por diez segundos y luego se pierda en el scroll infinito.
Contradicciones y paradojas: nuestro pan de cada día
Somos la esencia misma de la humanidad, no porque seamos perfectos, sino porque somos contradictorios. Y lo somos con gusto. Por un lado, creemos en el amor como la fuerza más transformadora del universo; por otro, dudamos hasta de nuestro reflejo en el espejo. No seguimos las reglas del mundo porque no creemos del todo en ellas. Pero tampoco vivimos fuera de ellas: el cuerpo que habitamos tiene sus límites, y eso nos recuerda que, al fin y al cabo, somos seres mortales.
¿Pero qué tal si no lo fuéramos? ¿Qué tal si esta existencia fuera solo un ensayo, un borrador antes del capítulo final? Tal vez estemos viviendo en un plano paralelo, uno donde el tiempo no existe de verdad, donde el amor y la virtud no son conceptos separados, sino la misma cosa.
A veces sentimos que nos han encerrado en este cuerpo con una fecha de vencimiento incierta, como si alguien –o algo– quisiera que olvidemos un secreto. Un secreto que, si lo recordamos, podría cambiarlo todo.
El misterio del secreto acuariano
Tal vez ese secreto sea que el éxito personal y el desarrollo de un mundo mejor no están fuera de nosotros, sino dentro. Que no hay que buscarlo en métricas externas, sino en los sueños que nos quitan el sueño. Cada idea que nos sacude, cada momento en que el corazón late más rápido porque estamos creando algo nuevo, es una chispa de ese secreto.
¿Y si el verdadero éxito no tiene nada que ver con llegar primero, sino con llegar bien? ¿Y si el secreto está en seguir soñando, en no dejar nunca de ser adolescentes en el alma, en abrazar nuestras contradicciones en lugar de huir de ellas?
Dicen que los acuarianos somos raros. Quizás lo somos. Pero en un mundo que parece haber olvidado lo extraordinario de ser humano, tal vez nuestra rareza sea la última señal de que no todo está perdido.
Y aquí estamos, soñando despiertos, porque sabemos que el mundo que imaginamos es posible.
Ariel Villar
Café Temperley
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Ariel Villar
Café Temperley
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