Si lo pensás un poco es bastante loco.
Vivimos dando vueltas entre vidrieras de shoppings y góndolas de supermercados, y salir con el chango lleno o algo de ropa nueva nos hace sentir bien. Y nada de lo que cargamos en el baúl va a durar toda la vida ni mucho menos. Sin embargo, sentimos algo que se parece bastante a la felicidad.
Tenemos sueños, planes y proyectos y vamos por ellos quemando toda nuestra energía. Vamos bien! Hasta que el tornillo menos pensado de nuestra maquinaria se afloja y se suelta en el momento menos oportuno.
Parada obligada que nos hace pensar en qué momento nos equivocamos o nomás en una mala leche no merecida.
Pero la señal es bien clara: todo tiene su precio. Un número desconocido al que le pusimos todas las fichas sobre el paño verde de una timba en la que siempre gana la banca, dando por hechos milagros como nuestra buena salud y la de nuestra familia, la seguridad del techo que nos cubre y hasta el amor eterno que pende de un hilo, o que demos por hecho que vamos a vivir hasta los 80.
Y nos preguntamos si éste será el momento en el que tengamos que levantar el pie del acelerador, de bajarse del bondi loco que nos expulsa de la cama cada mañana como un asiento eyector, para aterrizar en la falsa seguridad que nos permite pagar las cuentas de lo que llamamos bienestar.
Pero nuestra naturaleza es sabia. Nos muestra la bandera a cuadros de los 60 y entramos por última vez a boxes con el motor cansado y ya sin ganas de correr.
Le empezamos a encontrar sentido a viejos dichos populares como: "No es rico quien más tiene, sino quien menos necesita".
Y cuando podemos disfrutar dormir hasta cualquier hora un día de semana, las 8 de la mañana nos encuentra calentando la pava, y es en ese momento en el que nos damos cuenta que ya estamos viejos.
Los hijos crecen y empiezan a correr su propia carrera y se van. Y con mucha suerte, nos queda un tiempo blando, sin horarios ni obligaciones, con una alacena no tan llena de alimentos, con un estante más parecido a la gondola de una farmacia, la Radio encendida, la gratitud por un nuevo día, y el miedo a la muerte.
Ariel Villar
Café Temperley
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