8 historias con humor (Porque sin humor no se podrían ni contar)
- 19 mar
- 10 Min. de lectura

Vas a leer 8 historias de las que probablemente hayas vivido algo muy similar, o al menos de cerca con algún amigo. El tiempo va pasando y como buen Argento sabés que la única forma de contarlas, es con humor.
Así que, aquí van: una detrás de la otra como viejas en la fila de la caja del chino.
1. CASI ME MUERO… DE RISA
—Te juro que la vi, boludo. Una luz blanca. Vi a mi abuela y al perro que se me murió en el ‘98.
—No seas boludo, Hugo, te bajó la presión y casi te vas para el otro lado, nada más.
Hugo, 54 años, dueño de tres farmacias en Zona Sur, había decidido "cuidarse". Dieta, ejercicio, menos alcohol. Una noche en la cinta del gimnasio, sintió el tirón en el pecho. Se despertó en el Hospital Gandulfo, conectado a un monitor que hacía "bip bip" con la paciencia de un colectivero en hora pico.
—La puta madre… ¿me morí?
—No, pero si seguís con la boludez del CrossFit, vas a ir practicando.
El que hablaba era José, su amigo de toda la vida. Lo miraba con esa mezcla de preocupación y ganas de cagarlo a trompadas.
—Encima te dejaron en el Gandulfo. No podían pagarte una ambulancia hasta el Británico, parece.
Entró la cardióloga, 40 y pico, cara de saber más de la vida que todos los presentes.
—Señor, tuvo un preinfarto. Nada grave, pero si quiere ver crecer a sus nietos, le recomendaría bajar un cambio.
—No tengo nietos.
—Ni los va a tener si sigue así.
Le dieron el alta con una lista de prohibiciones más larga que la fila del banco el 10 de cada mes. Afuera, su BMW reluciente esperándolo en la guardia, y a tres metros, un pibe en bici vendiendo chipá. Dos ventanas. Dos mundos.
Subió al auto, miró a José y largó la carcajada.
—Me cagó a pedos la mina. Se me cruzó el túnel de la muerte y lo único que me llevo es la orden de comer lechuga.
—Y yo que ya te veía en el velorio, con todas tus ex en fila mirando quién se lleva el auto.
Rieron. Porque cuando la muerte pasa cerca, lo único que queda es cagarse de risa.
2. EL EX MARIDO DE MI MUJER
—¡Mirá qué hijo de puta! Se compró un Audi.
—Bueno, Fabián, ¿y qué te importa? Vos tenés la camioneta.
—Pero la pagué en 48 cuotas, boluda. Él la pone cash y encima ni labura.
Fabián, 47 años, odontólogo con consultorio en Lomas, se había casado con Laura hacía cinco. Segundo matrimonio para ambos. Amor, sexo, buena vida. Todo en orden. Hasta que apareció él: el ex marido.
Hernán, 50, emprendedor. Traducción: vivía de rentas. Había hecho un buen negocio con una constructora en los 2000 y desde entonces se dedicaba a “invertir”, lo que en términos reales significaba viajar, jugar al golf y mostrarse en redes con autos cada vez más caros.
—¡Boludo, mirá la foto que subió! "Disfrutando la vida". Qué ganas de pegarle un tiro.
—O de pedirle un préstamo.
Fabián lo odiaba. No solo porque Laura todavía hablaba bien de él, sino porque cada vez que Hernán pasaba a buscar a los chicos, lo hacía con una elegancia que lo hacía quedar como un remisero.
Un día, Hernán cayó al cumpleaños de su hijo con un bolso Louis Vuitton y una sonrisa de comercial de banco.
—Fabi, querido, ¿cómo estás?
—Bien, laburando.
—Yo también, je. No paro.
Silencio.
—¿En qué andás?
—No, nada, un par de negocios en Punta del Este. Pero no hablemos de eso, hay que disfrutar.
Fabián sintió un calor subirle por la nuca. Después, Laura le pasó un vaso de fernet y le susurró al oído:
—Tranquilo, amor. Yo te elegí a vos.
Esa noche, en la cama, Fabián la miró y pensó: “Tiene razón. Hernán puede tener el Audi, pero yo tengo esto.”
Y lo que siguió fue mucho mejor que un auto alemán.
3. EL WHATSAPP QUE NO ERA PARA MÍ
—Escuchame, Caro, ¿qué significa esto?
Le pasó el celular con la pantalla abierta. Mensaje de su mujer al grupo de amigas:
"Anoche lo intentamos, pero nada… se me hace que me casé con mi hermano."
Silencio. Carolina tragó saliva.
—Eh… bueno… es un decir.
—¿Un decir? ¡Es un grupo de 14 minas! ¿Todas saben que mi pija está en huelga menos yo?
Martín, 52 años, abogado, con más trajes que emociones fuertes en su vida. Casado hacía 20 con Carolina, dos hijos, un perro, hipoteca pagada. Todo perfecto… hasta que se encontró con su propia masculinidad en duda en un chat de WhatsApp.
—Mirá, Martu, fue una charla de mujeres… No quise que lo leas.
—¡Y yo no quise que me entierre en vida con una oración de siete palabras!
Martín se fue a dormir con el ego en cuidados intensivos. Al día siguiente, en el gimnasio, le comentó el asunto a Diego, su amigo y confesor.
—Boludo, me comparó con el hermano.
—Y bueno, por ahí te falta meterle más rock.
—¿Rock? ¿A mi edad?
—¡Obvio! Te voy a pasar el teléfono de mi profe de tantra.
—Diego, dejate de joder.
—Vos probá. Si no, a los 60 vas a estar mirando el techo mientras ella manda stickers de Garfield en bata.
El tantra sonaba a humo, pero lo intentó. Dos semanas después, Carolina lo miró distinto.
—¿Qué te pasó?
—Nada… vi un par de videos en YouTube.
Lo que siguió no lo va a contar en ningún grupo de WhatsApp.
4. LA REUNIÓN DE EGRESADOS Y EL CUERPO DEL DELITO
—No sé si ir, boludo.
—¿Por qué? Si vos eras el facherito del curso.
—Justamente. Si voy así, me confunden con el preceptor.
Mariano, 48 años, arquitecto, soltero reciente, estaba frente al espejo viendo lo inevitable: el tiempo no había sido tan amable como él creía. La reunión de los 30 años de egresados del Nacional de Banfield le había caído como una citación judicial.
—Encima va a estar Marcela.
—¿Qué Marcela?
—La que me comí en el viaje de Bariloche.
—¿No fue la que te dejó de contestar porque "quería algo serio"?
—Sí… y ahora me stalkea en Facebook.
Se puso la mejor camisa, se roció perfume con la generosidad de un vendedor ambulante y encaró. El evento era en un restaurante con luces tenues, para que nadie notara la decadencia.
Ahí estaba Marcela. 47, espléndida. Parecía salida de una publicidad de cremas anti-age. Se acercó con una sonrisa de dientes perfectos.
—Marianito… ¡tanto tiempo!
El diminutivo lo lastimó más que la ciática. Pero se recompuso.
—Marce, ¡estás igual!
—Vos también.
Mentira. Pero qué bien sonó.
Se sentaron juntos. El vino hizo lo suyo y, cuando quisieron acordar, estaban en el auto de ella en una calle oscura de Temperley.
—¿Y tu marido?
—Divorciada.
—¿Y vos?
—Solo.
—¿Hace cuánto?
—Desde que me di cuenta de que dormía más abrazado al control remoto que a mi ex.
Rieron. Se besaron. La cosa fue subiendo hasta que…
—Ay, la puta madre…
—¿Qué pasa?
—¡Me acalambré!
Marcela soltó una carcajada.
—Bueno, Mariano, parece que los años sí pasaron…
La noche terminó con menos acción y más masajes con árnica. Pero a la mañana siguiente, ella le escribió:
"Anoche fue divertido. ¿Revancha?"
Y Mariano, con una sonrisa, pensó que sí: el tiempo había pasado, pero todavía tenía crédito.
Te sirvo un cafecito para seguir leyendo?
5. EL MARIDO DE MI EX ME PIDIÓ TRABAJO
—Vos me estás jodiendo.
—No, boludo, te juro. Me llamó el marido de Karina para ver si le doy un laburo.
—Pará… ¿tu ex mujer? ¿La que te dejó porque "merecía algo mejor"?
—Esa misma.
Javier, 50 años, empresario textil, llevaba una década escuchando cómo Karina hablaba maravillas de su nuevo marido, Germán, un "hombre de mundo, con contactos, con otra visión". Ahora, ese hombre de mundo le estaba mandando su currículum en un PDF mal escaneado.
—Dale, Javi, decime que lo vas a tomar.
—¿Qué? ¡Ni en pedo!
—¿Y si lo hacés sufrir un poco?
La idea le gustó. Lo citó en la oficina un lunes a la mañana. Cuando Germán entró, la imagen fue un poema: traje gastado, cara de angustia, el peinado de alguien que pasó de sushi a polenta en seis meses.
—Javier, gracias por recibirme.
—Por favor, Germán, sentate. ¿Un café?
—Sí, negro.
—¿Sin azúcar?
—Como la vida, je.
Ay, qué ganas de reírse. Pero se contuvo.
—Bueno, decime, ¿qué sabés hacer?
—Manejo de personal, logística, algo de importaciones…
—¿Idioma?
—Inglés básico.
—¿Excel?
—Mmm… sé lo justo.
Javier suspiró, abrió una carpeta y deslizó un papel.
—Acá tenés una vacante de supervisor en el depósito. Turno noche.
Germán tragó saliva.
—¿Noche?
—Sí. Pero bueno, es un sueldo fijo y te incluye la obra social.
El tipo quedó en shock. Como si nunca hubiera imaginado que la vida podía darle este cachetazo.
—Déjamelo pensar…
Javier sonrió.
—Tomate tu tiempo. Mirá que hay varios interesados.
Cuando Germán se fue, Javier agarró el celular y le mandó un mensaje a su amigo.
"Se lo ofrecí. Depósito. Turno noche. Está transpirando agua bendita."
"Sos un hijo de puta hermoso."
Y sí. A veces, la justicia poética existe.
6. EL GYM, LA PERSONAL TRAINER Y MI DESGRACIA ANUNCIADA
—No sé, negro, me da cosa.
—¿Cosa de qué? Si vas al gimnasio y listo.
—Sí, pero hace veinte años que no toco una pesa. Me da miedo desmayarme y que me filmen.
Gustavo, 49 años, dueño de una agencia de publicidad, había llegado a la conclusión de que si no empezaba a moverse, lo iban a enterrar con el mismo pantalón de jogging que usaba para ir al chino.
Entró al gimnasio y la vio: Candela, la personal trainer. Veintiocho años, abdominales de acero, mirada letal.
—Bueno, Gus, vamos a empezar tranqui.
—Sí, por favor. No quiero que me den el alta en el hospital en vez del gimnasio.
—Jaja, exagerado. Vamos con unas sentadillas.
La primera fue bien. La segunda, maso. En la tercera, sintió que le estaban arrancando el alma con una pinza oxidada.
—¿Estás bien?
—Sí, sí… ¿Podemos bajar un poco la intensidad?
—¡Pero si recién empezamos!
"Recién empezamos", dijo la asesina.
Después vinieron las pesas. A la segunda repetición, Gustavo sintió que un tendón le mandaba un burofax avisando que renunciaba.
—Gus, ¿todo bien?
—Sí, sí… dame un minuto.
Se sentó. Respiró. Cuando abrió los ojos, Candela estaba al lado con un vaso de agua y una sonrisa de lástima.
—Tomate tu tiempo.
Un pibe de 22 pasaba trotando a su lado con la remera empapada, como si fuera un comercial de Gatorade.
Hijo de puta.
Cuando pudo recomponerse, se fue al vestuario. Miró su reflejo y se preguntó: ¿Es esto lo que quiero?
La respuesta vino al día siguiente. Mensaje de Candela:
"Vamos Gus! No aflojes! Nos vemos a las 19!"
La iba a odiar para siempre, pero esa noche, cuando se miró en el espejo, se vio un poco distinto.
Algo estaba empezando.
7. EL GRUPO DE WHATSAPP DE LOS PAPIS Y LA MADRE QUE ME ARRUINÓ LA VIDA
—No sabés lo que me pasó, boludo.
—¿Te sacaron la licencia de conducir?
—Peor. Me metieron en el grupo de WhatsApp de los papis del colegio.
Federico, 46 años, publicista, divorciado, con una hija de 7 que veía religiosamente martes, jueves y fines de semana. Siempre había esquivado el grupo, pero una tarde, su ex lo agregó sin anestesia.
—Tranquilo, boludo, no es para tanto.
—¿Ah, no? Mirá esto.
Le mostró la pantalla del celular. 187 mensajes sin leer. El último:
"Chicos, alguien tiene data sobre la obra de teatro de fin de año? La seño no responde."
Tres minutos después, el chat explotó:
"Sí, yo pregunté y parece que no se hace en el SUM."
"¿Entonces dónde? Porque mi marido necesita saber si hay sillas."
"¡Paren, que Delfina tiene que llevar disfraz de hoja y no me contestan si es con o sin tallo!"
Federico sintió que envejecía en tiempo real. Pero lo peor estaba por venir.
—Bueno, negro, son pavadas. Silenciás el grupo y listo.
—Sí, pero mirá esto.
Nuevo mensaje privado. De Sofía, madre de un compañerito de su hija. Rubia, 40 y pocos, mirada de femme fatale.
"Hola Fede! Vos sos el papá de Luli, ¿no? Soy Sofi, la mamá de Benja. Nos cruzamos en los actos. Quería saber si te copa que los chicos armen una playdate…"
Federico sintió que la historia venía con trampa.
—¿Qué hiciste?
—Contesté. Muy diplomático.
"¡Obvio! Luli seguro re quiere. Avisame qué día te viene bien."
La respuesta lo descolocó.
"Jaja, bueno, en realidad era una excusa para hablarte. ¿Qué hacés el sábado? Podemos tomarnos algo y vemos qué onda. ;)"
—No, me estás jodiendo.
—Te juro.
—¿Y? ¿Qué le pusiste?
Federico suspiró.
"Jaja, me mataste. Te confirmo más cerca del finde."
—Tibio.
—Sí. Pero pará, que todavía no te conté lo peor.
El lunes siguiente, en la puerta del colegio, apareció Sofía. Sonrisa brillante. Minifalda letal. Federico tragó saliva.
Pero de golpe, sintió un escalofrío en la nuca.
Su ex mujer, parada a dos metros, los miraba con los brazos cruzados y una ceja en el techo.
—Fuiste.
—Sí, boludo. Estoy muerto.
La vida después del divorcio tenía sus sorpresas. Algunas buenas. Otras, con abogados de por medio.
8. EL AIRE ACONDICIONADO, EL INSTALADOR Y EL DESASTRE ANUNCIADO
—Flaco, yo ya no estoy para esto.
—¿Para qué?
—Para pelearme con gente que no sabe hacer su laburo.
Martín, 52 años, contador, divorciado, con la teoría de que si pagás por un servicio, el servicio se tiene que hacer bien. Hasta que llegó Darío, el instalador del aire acondicionado.
—Jefe, el tema es que la pared es de durlock.
—Sí, ya sé. ¿Y?
—Mmm… puede que necesitemos una ménsula especial.
—¿La tenés?
—No.
Respiró hondo.
—¿Podés ir a buscarla?
—Y… tendría que ver, porque justo hoy…
Martín ya veía venir el quilombo.
—Pará, ¿me estás diciendo que no vas a poder instalarlo hoy?
—No, no, lo instalo. Pero ojo que si se cae, yo no me hago cargo.
Esa frase activó una alarma en su cerebro.
—¿Cómo que si se cae?
—Claro, viste que las paredes de durlock son traicioneras…
—No me digas traicioneras. Decime si sabés instalarlo o no.
Darío lo miró ofendido, como si le hubiera faltado el respeto a su abuela.
—Pero vos me llamaste a mí, eh.
—Sí, y pagué para que lo hagas bien.
Silencio tenso.
—Bueno, veo qué puedo hacer.
Tres horas después, el aire estaba en la pared, colgando con la misma estabilidad emocional que el último gobierno.
—Listo, jefe. Quedó joya.
Martín lo miró con desconfianza.
—¿Seguro?
—Obvio.
El instalador cobró y se fue. Martín, desconfiado, se sentó en el sillón. Prendió el aire.
Viento frío. Todo parecía funcionar.
Hasta que, a los diez minutos, se escuchó un CRACK.
El aire se desplomó como bolsa de papas.
Martín cerró los ojos.
—No, la concha de la lora…
El teléfono vibró. Mensaje de Darío.
"Jefe, cualquier cosa me avisás. Abrazo."
Cualquier cosa no, flaco.
TODAS las cosas.
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Ariel Villar
Café Temperley☕
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