El placer de estar solo en casa… hasta que suena el timbre
- 16 mar
- 3 Min. de lectura

Hay un momento en la vida en el que la casa deja de ser un campo de batalla y se convierte en un refugio sagrado. Después de los 40 –y más aún después de los 50–, la soledad en casa no se siente como abandono, sino como un lujo absoluto.
Imaginate: te quedás solo un sábado a la tarde. Silencio. Paz. Nadie te pregunta dónde están las llaves, qué hay para comer o si podés alcanzarlos a algún lado. Podés elegir qué mirar, qué escuchar y hasta qué comer, sin negociaciones.
Quizás preparás un buen café, ponés música y disfrutás de algo que no tiene precio: estar en tu casa en tus propios términos. Tal vez te tirás en el sillón sin culpa, con un libro que nadie interrumpe. O simplemente dejás que el tiempo fluya sin plan.
Todo va bien… hasta que suena el timbre.
Ahí es cuando el hechizo se rompe. Porque el que llega –o el que toca– rara vez trae buenas noticias.

Los sospechosos de siempre
El vendedor de servicios "irresistibles"
"Hola, vecino. ¿Tiene un minuto?"
No, maestro, no tengo. Porque si abro la puerta, el minuto se convierte en media hora y termino con una fibra óptica que no pedí, o suscripto a un servicio de alarma que no voy a usar.
El que golpea en código Morse
No toca una vez. No toca dos. Hace una secuencia de golpecitos que te taladra el cerebro.
Mirás por la mirilla: un desconocido con cara de "vengo a salvarte la vida con mi oferta".
No, gracias. Prefiero seguir con mi tarde de ocio.
El pariente que no avisa
Justo cuando estabas en la gloria, aparece un hermano, un primo o algún cuñado con la frase temida: "Pasaba por acá y pensé en visitarte".
Sí, claro. Justo ahora. Cuando la casa está en modo cuevita y vos en modo ermitaño satisfecho.
El repartidor que te hace dudar de todo
No esperás nada, pero el tipo está ahí con un paquete.
"¿Fulano?"
"Sí…"
"Acá tengo un pedido para usted."
Lo firmás y después te das cuenta de que lo pidió algún hijo a tu nombre.
El vecino solidario pero inoportuno
"Che, ¿tenés una escalera?"
"¿Me prestás una pinza?"
"¿Sabés a qué hora pasa el camión de la basura?"
No es que uno no quiera ayudar, pero… ¿justo ahora?

El arte de ignorar el timbre
Con los años, uno aprende. Hay técnicas:
Modo ninja: No hacés ruido, no te movés, no existís.
Mirilla y evaluación de riesgos: Si no es alguien que esperás, ni se te ocurre abrir.
La excusa digital: Si toca alguien conocido, respondés por WhatsApp: "Uh, justo estoy en una reunión. ¿Te llamo después?".
Porque al final, la soledad en casa es uno de esos pequeños placeres que aprendemos a valorar con el tiempo. Y si hay algo que uno se merece después de años de familia, trabajo y obligaciones, es un rato de paz sin interrupciones.
Aunque, claro, el timbre siempre va a estar ahí para recordarnos que la tranquilidad absoluta es solo un concepto teórico.
Ariel Villar
Café Temperley☕
Si te gustó ésta entrada, te invito a enviarme tu invalorable colaboración en la forma más segura a través de Mercado Pago
mediante el siguiente botón:
(20 años no es nada. 1.000 pesos tampoco)
O también por PayPal:
Tu comentario y tu calificación al final de ésta pantalla es bienvenido y compartido con todos los lectores.
Infinitas Gracias!
Ariel Villar
Café Temperley☕
Cierto!👏