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Una de cal y una de arena.

  • 18 oct 2023
  • 2 Min. de lectura


Y nos vamos dando cuenta porque vamos perdiendo la paciencia. Pero no con los chicos, la familia o las mascotas que tanto amamos. La perdemos con la estupidez sin fundamento ni argumento. Esa que desborda a las personas al punto de volverlos desquiciados. Desquiciados!, si, que sólo por tener razón y por consecuencia su creído bien ganado derecho, le frenan el paragolpes a un peatón a 10 centímetros del cuerpo y le rajan un rosario de improperios engendrados en alguna tribuna, y a menos que el afortunado que venía cruzando la calle sea un abuelo sumergido en la desesperanza de conseguir un medicamento para aguantar un poco más, o inmerso en un silencio impuesto por un mundo que ya no comprende, la gran mayoría devuelve la atención con un puñetazo al vehículo, tal vez justo, pero también fuera del ámbito judicial tan desquiciado como los personajes de éste relato.


Y mientras voy caminando me pongo a buscar alguna pista que me lleve hasta un gran tesoro perdido en las profundidades de la inconciencia colectiva. Imagino un arcón lleno de candados herrumbrados y tapados por coral muerto, dentro del que la compasión, la humanidad, el amor y el sentido común yacen condenados a perpetua por Decreto de NeCedad y Urgencia.


De haberme dado cuenta antes de tener hijos, hubiese dedicado mi vida a encontrarlo, abrirlo y regalar sus dones a quienes los dejaron caer en el tacho de basura de la mediocridad conectada y hoy se arrepienten y los extrañan, pero la adicción a la pantalla los tiene amordazados, con grilletes y una cadena gruesa en el tobillo con una bola de hierro negra y pesada. Black Berry te acordás? Claro que no. La falsa memoria ochentosa solo permite conservar nostalgias de Nokia 1100, Atari, Comodore 64 y los jueguitos de mano con Tetris y Frog.

Hoy somos nosotros las ranitas tratando de cruzar las autopista sin que nos aplasten, y no podemos ver ni la mano del terraplanista que mueve el joystick.

Hasta acá la de cal, viva, que quema huesos y memorias sin dejar rastro.


Ahora la de arena, fina, seca, caliente y volátil como la del mismo Sahara que no sirve ni para construir. Que estropea gargantas y GPSs por igual, bajo el Sol implacable que enloquece.

Entonces me doy cuenta que soy parte de un Coliseo Romano bestial, pero no en las gradas, sino en la arena. Soy el show, la ofrenda en sacrificio del circo de la monada analfabeta, y la única salida es dejarme comer por el león.

Porque ya no tengo fuerza para empuñar una espada, ni tiempo para evangelizar una buena revolución.


Tal vez por eso cada vez somos más los que dejamos de ser turistas guiados para convertirnos en Viajeros nómades. Tal vez para seguir buscando y aguantándole el trapo a nuestra escencia, o tal vez intentando ralentizar el tiempo hasta el Game Over.





Ariel Villar

RadioBlog



 
 
 

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