top of page

Un poco de mí, de Vos o tal vez de tus padres.

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar

Actualizado: 29 jun 2022

Como para que sepas quién soy, te cuento que un 18 de Febrero de 1960, el destino se encaprichó y convirtió en un nuevo ser humano a la infinita magia del amor entre un roto y un descocido, conocidos como Eve y José. Cuando hube vivido el tiempo suficiente para observar un poco más allá del infinito confort de la piel de mi Madre y la indestructible sensación de seguridad de la enorme y tibia mano de mi Padre, pude apenas empezar a darme cuenta de sus enormes diferencias, sus orígenes, sus etnias. El Negro (así le decían a mi viejo todos mis Tíos, sus 11 hermanos), nació en Argüello, Córdoba, cuando para llegar desde Córdoba Capital había que andar un buen trecho de campo por la ruta. Hoy basta cruzar una calle para pasar de Argüello al Gran Córdoba.

El Negro sufría de una especie de artrosis, tal vez producto de una alimentación “complicada” con 10 hermanos y sus Padres, mis queridos Abuelos paternos Constantino y Mercedes, El Costa y la abuela Mecha. Esta afección le duró algunos años de su infancia, viajando hasta la escuela en una vieja carretilla de chapa de construcción, llevado por sus hermanos, casi como un juego. El Negro también encontró el tiempo durante las frías noches de invierno mientras me rascaba la espalda de sobre mesa, para contarme que el abuelo “Tino” (Constantino), viajó desde Valencia, España, junto con su padre en un barco naranjero, y contado por el mismo Tino con más de 80 años en algún asado, aún recordaba los retorcijones por hambre mientras le pedía llorando a su Papá: “toroncha, quiero toroncha” (naranjas, se entiende), las que por supuesto estaban expresamente prohibidas. Tal vez y por vaya a saber qué tipo de rara piedad marcada por la Gran Guerra, el Capitán mandaba a repartir entre los exiliados a la tierra prometida, las naranjas que ya estaban bien pasadas de maduras y con algo de moho en su cáscara que, obviamente no iban a llegar a destino: Buenos Aires, Capital de una tierra nombrada como el segundo metal más precioso del mundo: Argentum, Plata, Argentina! La historia dentro de mis jóvenes recuerdos pega un salto hasta donde El Negro me contaba que la falta de trabajo los hizo subir uno por uno y de su mano al tren de la esperanza, hasta la estación final del recorrido: Retiro. Después la vida me fue creciendo sin darme mucha cuenta, como los plátanos de las veredas de Lomas, que de la muerte invernal un buen día me mostraron unos diminutos brotecitos verdes que terminaron siendo la piadosa sombra de los veranos, sentado con amigos en el cordón de la vereda.


A Mamá la fui descubriendo de otra forma. Con la misma locura genética y pasional que el Abuelo Tony, me contó mucho sobre sus sueños, más que de su infancia. Y todos de algún modo tenían que ver con una especie de misión, de mandato divino, siempre pensando en dejarnos un mundo mejor. De hecho lo logró con creces: dos hijos criados y encaminados, y con títulos en su haber como Licenciada en Meteorología, Profesora de Física Tradicional y Física Nuclear, Fundadora de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, y pésima cocinera. Cómo? Como hacían antes! Los pisos de mosaicos de un Lanús antiguo le servían para caminar descalza con -1º centígrado en las noches de invierno, para no quedarse dormida y poder seguir estudiando. De tal palo, tal astilla, reza el dicho que por supuesto nada tiene que ver conmigo, sino con el Abuelo Tony que, sin ánimo de aburrir con mis orígenes, merece un párrafo aparte, por lo menos lo que Yo mismo viví con él, más lo que también me contó Mamá durante las infinitas rascadas de cabeza antes de dormir.


Tony, Antonio Pinelli, hijo de inmigrante italiano que a fuerza de callos en las manos supo llegar de peón a dueño de una de las quintas de alfalfa más importantes de Buenos Aires, recostada sobre la ribera del Riachuelo del lado de Capital, a la altura del Puente Bosch. Tony soñaba con ser músico, pero ese tipo de ideas podían ser casi amputadas si las llegaba a comentar con mi bisabuelo. Astuto, sigiloso y un tanto malandrín a la fuerza, robaba los huevos de las mejores gallinas ponedoras del corral y los vendía en Provincia, seguramente entre los vecinos de un Lanús de antaño. Con su pasión vestida de perseverancia, logró comprar su primer violín de estudio con el que pasaba las frías noches de invierno estudiando en un galponcito de herramientas a unos mil metros de las oficinas principales de la barraca, detrás de unos fardos de alfalfa para que el sonido no fuese más allá de unos pocos metros. Además de un oído prodigioso ya tenía muy buenas nociones de aislación acústica. A sus 17 años y por supuesto en el más absoluto de los secretos con su padre, se recibió de Profesor Superior de Violín en el Conservatorio Nacional, con honores y las mejores calificaciones. En poco tiempo llegó a la Orquesta Estable del Teatro Colón de Buenos Aires, llegando hasta la primera fila de violines como Primer Violín. Por entonces su Padre, mi bisabuelo, ya era parte del Staff de “personalidades” de Buenos Aires, no por ilustre sino por su lograda posición económica, siendo invitado a una función de Gala del Teatro Colón en oportunidad de la primer visita del reconocido violinista Yehudi Menuhin, siendo ubicado en una de las primeras filas. A mitad de una de las obras más hermosas y complejas de Bach y para sorpresa de mi bisabuelo, el primer violín se puso de pié para interpretar su parte solista, lo que inevitablemente inundó sus ojos…


Las fallas de aquella antigua potestad llegaron a mi conocimiento a través del suave y prolijo relato de Mamá, cuando me contó que, terminada la función, el bisabuelo fue a saludar emocionado a mi abuelo Tony al camerino de los músicos, del que justo salía el mismísimo Yehudi Menuhin y detrás de él, el Abu mostrándole orgulloso y emocionado un sobre lacrado entregado en mano por el célebre violinista, dentro del cual había una beca completa para ir a perfeccionarse a la Scala de Milán. La respuesta de su Padre a tan increíble y mágico momento fue: “Usted no va!” … Y no, no fue.


Ahora que ya sabés más o menos de dónde vengo y para no emplomar, creo que es buen momento para aterrizar el De Lorean en el presente, y hablar de “qué” nos pasa, más que de “cómo” nos pasa, a todos, que según la física cuántica, en definitiva somos lo mismo.


Ariel Villar.


Si querés sumar tu comentario tenés el

espacio disponible abajo al final de tu

pantalla, el que siempre será agradecido.

También si querés ayudarme con el

mantenimiento de este sitio, podés

hacerlo por lo que quieras y puedas, a

través de Mercado Pago mediante el

siguiente link:



Infinitas Gracias!






0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
Radio en vivo
bottom of page