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"Un hijo, un árbol, y un libro". Cap. 6 📗

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar

Las etnias son a la sociedad lo que la genética al individuo.


La primera impresión de ésta frase podría ser al menos cuestionable desde el adoctrinamiento cultural que nos toca vivir, tal vez producto de luchas pro-igualdad totalmente válidas desde la mirada de la igualdad social, pero exageradamente condimentada con excesos de todo tipo al punto de retorcer esos mismos principios de justicia igualitaria.

Algo así como tratar de distinguir el delicado dulzor de la crema pastelera a través de un baño de salsa picante mejicana.


Ese tipo de frases que en otros tiempos no necesitaban aclaraciones estilo diccionario wikipédico y que no se las consideraba una invitación al debate de la mediocridad, están construídas con la claridad de la lógica matemática y una terminología que no admite confuciones de concepto.

Pero todo es posible cuando reemplazamos la idea de concepto por la de interpretación. Claramente el gran desafío de todo escritor en su afán de hacer que sus ideas lleguen sin alteraciones a sus lectores, pero a la vez una ambigüedad intencional que ensancha el espectro del público al que va dirigido aumentando la demanda y las ventas.

Cómo ejemplo y sin la menor intención de compararme me permito citar al mismísimo Sigmund Freud que, leído por un seguidor de Lacan puede adquirir ribetes que rayan la esquizofrenia.


Mucha introducción y la madre del borrego no aparece, pero acá está.

Intento demostrar que lo que para muchos la frase del subtítulo está asociada a un sin fin de intenciones "agrietarias" (del verbo hacer grietas), para otros tantos entre los que me incluyo se posa sobre un concepto irrefutable: Ninguna de las dos afirmaciones puede cambiarse, tanto si nos referimos a etnias como si nos centramos en cuestiones genéticas, siempre partiendo en ambas desde el momento de su gestación en adelante, aclaración obvia pero necesaria ante un eventual opinólogo con rudimentos de terminología científica orientada a la apología conspirativa y la manipulación genética, que no sería mala idea para un contenido más vertiginoso pero se tornaría en un ramal de la idea central del que sería complicado volver.



Parafraseando a Juan Valdéz, vayamos al grano.

Ni las etnias ni la genética natural se pueden cambiar a través a procesos culturales. Un individuo nacido en Camerún inmerso en un sistema cultural adecuado no tendría inconveniente alguno en convertirse en médico, ingeniero, piloto de una aerolínea comercial o lo que sea, pero tanto su color de piel como su cabello característico no evidenciarían modificación alguna. Lo mismo sucede con las etnias, nacidas en un contexto social con sus propias costumbres y códigos ancestrales. Y su perpetuidad en el tiempo obedece al inconsciente colectivo que rige para cualquier grupo social: identificación y sentido de pertenencia. Las espinas de mi ironía atraviesan la delgada tela del contexto citando y modificando un viejo slogan de Visa: "Pertenecer (no siempre) tiene sus beneficios". Y te aseguro que aplica para cualquier casta social que se precie, cuando se la señala desde la orilla opuesta de la grieta.



El punto positivo y objetivo? Por supuesto! De eso se trata la columna vertebral de éste capítulo: Aceptación, Reconocimiento de nuestros orígenes, y Elección de Vida.


Aceptar quienes somos es el principio del fin de la auto-flagelante guerra entre mente y corazón, lo que pensamos gracias a los principios instalados desde nuestro primer minuto de vida desde nuestro seno familiar y nuestro entorno social, contra lo que realmente sentimos respecto a tales principios. Algo nos hace ruido y es difícil determinar que lo produce cuando lo buscamos de la piel para afuera. Entonces el miedo a ser los únicos diferentes nos pone a la búsqueda de seguidores, porque juntos somos más y siendo más creemos tener el poder de cambiar todo que, con el fervor de la mirada inocente, no logramos ver la sutil intervención de la siniestra garra política que muy oportunista convierte un positivo cambio socio-cultura en vulgar adoctrinamiento.


Reconocer nuestros orígenes es respetar nuestra historia, que aunque nos guste poco, nos identifica.


Y nada más fértil para sembrar el futuro que deseamos que la aceptación y el reconocimiento, como punto de partida para el mejor viaje que podamos emprender que, como la vida misma, es sólo un viaje de ida: El Viaje Interior.


No te emplomo más. Voy a poner la pava para unos buenos mates, que el frío me está haciendo sonar los dientes como castañuelas.


Gracias por leer, comentar y calificar!


Ariel Villar

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