Tantos amaneceres, tantas vidas en una sola, lo dejaron deambulando kilómetros infinitos y lugares sin tiempo, con el corazón cansado de sentir y callar. De sonrisa fácil y dientes desordenados, remolcaba un carro vistoso de alegría confianzuda en sus ojos verdes fileteados con arrugas de sol. De naturaleza simple, Theo era un collage algo zafado de conocimientos revueltos, tomados de algo de lectura pasada por el colador de una conciencia cuestionadora y un filtro de sentido común en modo “ON”, y un linaje de alcurnia un poco inventada, construida sobre la misma argamasa del viejo mundo inmigrante que todos llevamos dentro.
Más conocido en la jerga del camino que en las luces de ciudad, tenía la extraña costumbre ritual de dejar algo en cada lugar y de cada lugar llevarse algo, con la misma irreverencia con la que un perro levanta la pata en cualquier árbol. Pocas cosas le hacían soltar carcajadas sonoras: tocar un buen blues, un chiste bien zafado, el sonido del viento en el casco de la moto, el eructo inesperado de un desconocido, y la vergüenza ajena.
Un buen día, que por cierto para Theo todos eran buenos, escuchaba con aceptación el rosario de quejas de un playero de estación de servicio durante una parada técnica. El mismo Theo decía que el primer tramo del camino a la sabiduría, es la “aceptación”, a la que definía como “escuchar a una persona mirándola a los ojos con una sonrisa sincera, sin juzgarla, aunque no se comparta lo que se escucha”. Temático, estático, automático, el buen hombre terminó de llenar el tanque y, manguera en mano y desorientado al darse cuenta que alguien lo escuchaba con atención, dice:
“Perdón jefe, le pudrí la cabeza, no?” A lo que Theo respondió con sonrisa irónica y aliviadora:
“Tranki, no tiene nada adentro que pueda hecharse a perder”.
Y dejándole los 50 mangos de vuelto le dio arranque, levantó la muleta y al enganchar la primera el playero le cargó en la mochila un sincero: “Gracias Sr.!!! Que tenga buen viaje y Buenas Rutas!!!"
Se puede decir que su esencia era eso: dar y recibir, agradecer sin pedir, crecer sin medir, sabiendo que la noche es un sueño, y que el sol vuelve a salir.
A medio camino picaba el hambre de panza y de tanque, y una vez calmado el motor se dio cuenta que había perdido dinero, tal vez al pagar la última carga de nafta. Años atrás hubiese hecho cuentas mil veces propina incluida, para encontrar el error. Pero eso ya hacía tiempo no ocurría, así que entró a la cafetería con la confianza de tener algún resto disponible en la tarjeta como para comer algo, y de paso, saludar.
Pidió un cortado con 2 medialunas y por esas cosas de la “naturaleza” preguntó por el baño mientras le servían su pedido en la mesita elegida. Fondo a la derecha, pasador de puerta oxidado, alivio un poco apurado, y un billete de 1000 doblado fugitivo de alguna billetera.
Pocas personas salen del “biorsi” acomodándose los lienzos y diciendo: “Gracias!”…
De vuelta en el camino, recuerdos de un futuro pasado se hacían presentes en un sentimiento claro: “el deseo se vuelve intención, la intención en certeza, la certeza en palabra, y la palabra en sustancia”. Entendió que el tiempo no existe y que un “presente” es un “regalo”. Se dio cuenta que su propio nombre, “Theodorus”, viene del griego “theos”, Dios, y “doron”, que significa “regalo”.
Ariel Villar
Café Temperley
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Gracias por leer!
Ni ahí tengo esa sabiduría pese a los años. No poder ser un poco más como Teo.