Una palabra mal dicha puede generar un mal entendido, un error, incluso dolor. Tambien la palabra correcta pero mal pronunciada y que suene parecida a otra de significado distinto gracias al malversado "spanglish" que supimos aceptar, o aquella de origen español bajo la olvidada clasificación de "parónimo".
Pero la palabra mal escrita, específicamente con errores ortográficos, puede ser detonante de consecuencias irreversibles, tanto en manos de los manipuladores de contexto, como en las de abogados "caranchos" especialmente preparados para defender lo indefendible.
Antes de la llegada de internet y los navegadores, fuera del sistema educativo el único recurso posible y accesible se llamaba Diccionario, que para hacerlo accesible incluso al bolsillo de quienes no hubiesen tenido la oportunidad de asistir a una escuela pública y gratuita (con lo cual el rótulo de "oportunidad" sería cuestionable o asignable a cuestiones particulares), venía en ediciones de bolsillo y al mismo precio de un paquete de galletitas, y vendido hasta en los kioscos de barrio.
La pobreza no era justificante de la falta casi total de conocimiento y mucho menos, de las faltas de ortografía, muy castigadas en cualquier escuela primaria. Cualquiera se tomaba un café en el bar o un mate en la casa leyendo el diario en papel, en los que los errores ortográficos eran minuciosamente tamizados por correctores y editores. El diario por entonces también era cultura.
Me han llegado a descontar 1 punto por cada falta de ortografía en exámenes finales de la escuela, los que decidían aprobación del año lectivo o repetirlo. Y en toda familia y sin distinción de clase social, las faltas de ortografía eran corregidas permanentemente, aún por Padres como el mío, criado en el campo y apenas con 4to grado, quien se llevaba al baño un diccionario como elemento de lectura.
"Pertenecer a un gueto mal hablado y mal escrito, no tenía beneficio alguno".
Las cosas cambiaron y la diversidad cultural pasó de ser una cuestión de razas y culturas a un justificante del analfabetismo por elección, con la inevitable nivelación hacía abajo.
Argentina no fue la excepción sino el mejor ejemplo de lo expuesto.
Con la impronta que nos caracteriza como pueblo, copiando y adoptando desde estilos y métodos de construcción edilicia, hasta el uso no pocas veces incorrecto de expresiones o palabras extranjeras, más que un crisol de razas es un revoltijo de culturas sin tamizar lo bueno de lo que no lo es. La música autóctona paso a ser folklore y después folk. Carpeta hoy es folder, pantalla se dice screen, vivo por internet es Streaming, mentira se dice Fake, noticias, news y podríamos seguir hasta la próxima "plandemia".
Pero volviendo al tema de la ortografía, y como bien lo menciona el reconocido Escritor José Montero, ni las redes ni internet son el límite. Hoy no pocas y también reconocidas editoriales publican libros con "horrores" ortográficos como "macita" en lugar de "masita", galletita, que viene de masa, de amasar, y tal vez gastemos una pequeña fortuna para leer un buen libro que ya no incluye detalles del editor, del corrector de textos, fuentes de información consultadas, etc. Un verdadero testimonio dudoso a la hora de citarlo como fuente fidedigna de información. Algo similar a dar por cierto lo que vemos en los medios de información o escuchamos de boca de un político.
La cultura de buenos cimientos siempre empieza por casa, desde la propia curiosidad por aprender, la nada fácil tarea de buscar y seleccionar información confiable, y la dedicación de no pocas horas a los más chicos, lo que implica largar un poco las redes sociales y el mundo de la mediocridad comercial, al menos para que de grandes, sepan escribir y leer correctamente para no ser utilizados como "carne de cañon" o involuntarios de algún experimento social, o simplemente descartados en la selección de un trabajo digno y con proyección de crecimiento personal.
La buena lectura alimenta nuestra cultura y corrige tan sólo por memoria visual, toda falta ortográfica mal enseñada, peor aprendida y lastimosamente justificada.
Ariel Villar
Contenidos Digitales
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