"Nos enamoramos de un espejismo (y después nos quejamos)"
- 7 feb
- 4 Min. de lectura

—Boludo, decime la verdad… ¿vos también la estás pasando como el orto?
—¿En qué sentido?
—En el único sentido que nos importa a los que ya dimos vuelta la curva de los 50. La relación, la pareja… eso que creíamos que iba a ser distinto y terminó siendo más de lo mismo.
El mozo nos deja los cafés y se aleja sin apurarse. Sabe que este es el momento donde empezamos a largar lo que nos pesa.
—Yo creo que la cagada fue volver a creer.
—Sí, en eso estamos de acuerdo. Creer que el otro iba a cambiar, o que nosotros mismos íbamos a cambiar, como si a esta altura se pudiera.
—Peor. Creer que lo que sentíamos era amor y no una calentura que nos nubló la vista.
Ahí está la trampa. Hacemos la misma boludez una y otra vez: nos enganchamos con alguien que nos mueve el piso, la cama y todo lo demás, pero nos hacemos los boludos con lo que no nos cierra. Esa manera de hablar, esa manera de pensar… cosas que, si no fuera por el sexo descontrolado de los primeros tiempos, nos hubieran hecho salir corriendo. Pero no. Nos aferramos al espejismo y seguimos.
El combo aceptado
En la adolescencia nos comemos el cuento del amor ideal, en la adultez nos comemos el cuento del amor viable. Viable para la etapa que estamos viviendo. Viable para que los chicos de ella o los nuestros tengan cierta estabilidad. Viable porque la casa en la costa es de los dos y romper todo es un quilombo. Viable porque ya hicimos un esfuerzo, ¿cómo vamos a tirar todo a la mierda?
Pero el tiempo pasa, y un día nos damos cuenta de que la pasión ya no está. Y lo peor: las charlas que nos parecían interesantes en realidad eran solo nuestras. Nosotros hablábamos, ellos asentían. Nosotros filosofábamos, ellos "qué bueno, amor". Y de repente, en un ataque de lucidez, nos preguntamos: "¿Qué carajo hago acá?"
Las estadísticas no mienten
Según varios estudios psicológicos, la mayoría de las parejas que se separan después de los 45 no lo hacen por infidelidades, sino por la simple y llana insatisfacción. Porque descubren que el proyecto que tenían en común se agotó. Porque la rutina mató el deseo. Porque sienten que su pareja es más un espectador que un compañero de vida.
El problema es que esa pregunta—"¿qué carajo hago acá?"—no siempre nos lleva a la acción. A veces nos conformamos con lo que hay. Otras veces, buscamos afuera lo que nos falta adentro. Y otras, las menos, tomamos coraje y pegamos el volantazo.
El refresco después del hastío
—¿Y qué hacemos con esto? ¿Nos resignamos? ¿Nos la bancamos?
—O buscamos algo que valga la pena.
—¿Y cómo sería eso?
—Y… el combo ideal: libertad, belleza, piel y alguien con quien puedas hablar sin que te mire con cara de "cuando terminás de hablar así cogemos".
—¿Y si no existe?
—Bueno, al menos nos tomamos un buen café mientras lo debatimos.
Se hace un silencio. Miramos la gente pasar por la vereda. Parejas que se toman de la mano, otras que caminan con la misma energía de dos empleados de oficina que fueron juntos a comprar un alfajor.
—¿Sabés qué es lo peor?
—Decime.
—Que, en el fondo, extrañamos.
—¿Extrañamos qué?
—Todo. Extrañamos la intensidad, la piel que se erizaba con solo ver a la otra persona. Extrañamos las charlas que parecían mágicas y en realidad eran solo nuestras. Extrañamos ese momento en el que pensábamos que esta vez sí, que ahora sí habíamos entendido todo.
—Pero no entendimos nada.
—Exacto. Y lo peor es que capaz lo volvemos a hacer.
Le damos un último sorbo al café. Es fuerte, amargo, pero al menos nos despierta.
—¿Y entonces?
—Entonces aprendamos a ver las cosas como son. A dejar de confundir deseo con amor, compañía con compatibilidad, admiración con interés.
—Suena fácil.
—No lo es. Pero peor es volver a estar sentado en otro café, dentro de cinco años, teniendo la misma charla.
Nos reímos. Un poco por resignación, un poco porque, aunque duela, la verdad tiene su gracia.
Pagamos la cuenta y salimos. El aire fresco nos sacude un poco.
—Che, ¿y si en vez de analizar tanto nos dedicamos a vivir mejor?
—Tal vez ahí está la verdadera respuesta.
Epílogo: Lo que no nos animamos a decir en voz alta
Nos vamos cada uno para su lado, pero la conversación sigue rebotando en la cabeza.
Porque sabemos que en algún punto, más tarde o más temprano, nos va a volver a pasar. Nos vamos a cruzar con alguien que nos despierte esas ganas. Vamos a repetirnos que esta vez es distinto. Que aprendimos la lección.
Y capaz sí. O capaz no.
Tal vez el problema nunca fue la pareja en sí, sino lo que proyectamos en ella. Esa necesidad de completarnos con otro, de que el otro nos haga sentir vivos. Capaz el verdadero quilombo es que nunca nos enseñaron a estar bien con nosotros mismos.
Y si eso fuera cierto, ¿qué hacemos con toda esta charla? ¿Nos sirve de algo?
Tal vez la clave no es buscar la pareja ideal, sino aprender a no necesitarla para sentirnos enteros.
Pero claro… decir eso es fácil. Lo jodido es vivirlo.
Ariel Villar
Café Temperley
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Ariel Villar
Café Temperley
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