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Entre la persiana y el olvido

  • 6 dic 2024
  • 11 Min. de lectura

Actualizado: 11 dic 2024

EntreLaPersianayElOlvido

Entre la persiana y el olvido


Ella, Lucía, era conocida como “la morocha de la esquina”. Nadie pronunciaba su nombre sin que le brillaran los ojos. Era el tipo de mujer que hacía girar cabezas y desataba suspiros hasta en la fila del supermercado. Casada desde los 20 con Alfredo, un hombre noble y trabajador, pero absorbido por su pequeña empresa de servicios médicos.


Alfredo, a sus 50, apenas levantaba la mirada de las facturas o los problemas logísticos que lo perseguían. Lucía lo entendía, lo admiraba incluso, pero sentía en su interior un vacío que crecía como una sombra en la tarde.


Dos hijos, ambos adolescentes, ocupaban su tiempo entre el fútbol, las redes y las salidas. Su rol de madre estaba claro, pero entre los márgenes de la rutina doméstica, algo palpitaba. Algo prohibido.


Y entonces llegó él. Julián. Vecino nuevo, de 35 años, con una sonrisa que parecía sacada de un comercial. Era escritor freelance, trabajaba desde casa y, según decían las vecinas en las tardes de mate, le iba más que bien. Nadie sabía exactamente qué escribía, pero siempre lo veían bajarse de un auto nuevo o arreglar algo en su impecable jardín delantero.


Lucía lo conoció una tarde al cruzarse en la vereda. Él le sostuvo la puerta del mercado y le dedicó un "qué linda sonrisa tenés". Esa frase, tan simple, se le quedó pegada en la mente como un perfume indeleble.


Desde ese momento, los encuentros “casuales” se hicieron moneda corriente. En el parque. En la cafetería de la esquina. En la fila del banco. Y siempre, siempre, con esas miradas cargadas de significado que decían lo que ninguno se atrevía a pronunciar.


El cruce


Aquella tarde, mientras regresaba del mercado con una bolsa de naranjas, Lucía se encontró nuevamente con Julián. Él estaba regando las plantas de su jardín, con el torso ligeramente descubierto bajo la camisa que llevaba abierta.


—¿Otra vez nos cruzamos? —dijo él, dejando la manguera en el suelo y acercándose a la vereda.

—Parece que el barrio es más chico de lo que pensaba —respondió Lucía, con una sonrisa que escondía el temblor en su voz.


Julián la miró directo a los ojos, sin disimular el interés que lo desbordaba.


—¿Sabías que las coincidencias son señales? —preguntó él, mientras le ofrecía ayuda con la bolsa.

—¿Señales de qué? —respondió ella, tratando de sonar indiferente, aunque sintió un calor subirle por la nuca.

—De que algo está por pasar —murmuró él, casi en un susurro, inclinándose apenas hacia ella.


Lucía sintió que el corazón le golpeaba con fuerza. No podía, no debía, pero el tono de Julián tenía un magnetismo que la desarmaba.


—Julián… yo… tengo que irme —balbuceó, retrocediendo un paso.

—Claro, no te detengo —respondió él, pero en su tono había una seguridad que la desconcertaba. Antes de que pudiera dar otro paso, él añadió—: Aunque sería una pena ignorar lo que ambos sabemos.


Ella lo miró por un segundo demasiado largo. El aire entre ellos parecía cargar chispas, y antes de responder, dio media vuelta y siguió caminando. Pero esa noche, mientras Alfredo roncaba a su lado, Lucía recordó cada palabra, cada mirada, y sintió que algo se había roto dentro de ella.


Primera cita secreta


Unos días después, Julián la interceptó en la salida del supermercado. Esta vez, no hubo casualidades:


—Hay un lugar tranquilo para charlar —dijo él, directo, mientras señalaba un café discreto al final de la avenida.


Lucía dudó un segundo. Ese segundo bastó para que Julián añadiera:

—Es solo un café, Lucía. Aunque sé que no lo parece.


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Ella suspiró, mirando hacia ambos lados, como si alguien pudiera verla decidir. Finalmente, asintió.


En el café, la tensión entre ellos era casi palpable. Pedidos hechos, Julián rompió el silencio:


—Decime la verdad: ¿cuántas veces quisiste llamarme y no lo hiciste?

—¿De qué estás hablando? —respondió ella, intentando mostrarse ofendida, aunque sus ojos la delataban.

—De esto —dijo él, inclinándose sobre la mesa. Sus dedos rozaron los de ella, que se retiraron rápido, como si tocarlo fuera tocar fuego.


—No puedo… —susurró Lucía, mirando hacia otro lado.

—¿Por qué no? —preguntó Julián, sin apartar su mirada de ella.


Lucía buscó las palabras, pero él continuó:

—Estás acá. Eso ya me dice todo.


El silencio que siguió fue la respuesta más elocuente.


El café parecía un refugio del mundo exterior, pero para Lucía, cada segundo ahí era como caminar en la cuerda floja. Cada mirada de Julián, cada movimiento suyo, era un recordatorio de lo que no debía sentir.


Mientras el café se enfriaba sobre la mesa, él rompió el silencio nuevamente:


- Lucia, cuándo fue la última vez que hiciste algo solo para vos? Algo que te hiciera sentir viva.


Ella levantó la vista sorprendida por la pregunta. No tenía una respuesta clara. Todo en su vida estaba teñido por los deberes: ser madre, ser esposa, ser la que siempre está para todos.


-No sé. Hace mucho, creo- dijo finalmente con una sonrisa triste.

-Entonces ya es hora, no te parece? -replicó el con una intensidad que parecía atravesarla.


Ella quiso protestar, encontrar una excusa para frenar el rumbo que estaba tomando esa conversación, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta cuando Julián deslizó su mano por encima de la mesa cubriendo la de ella.


-No estoy hablando de hacer locuras... bueno, tal vez si, un poco- añadió con unas sonrisa ladina que la desarmó.


Lucia rió, nerviosa, pero no retiró la mano. Sentir el contacto cálido de él fue un temblor en su sistema, una sacudida que le recordaba todo lo que había olvidado sobre el deseo.


-No podemos hacer ésto- susurró, aunque la convicción de su voz era débil.

-Hacer qué?- preguntó él acercándose más. -Tomar un café? Hablar? Sentir?


El calor que subió por su cuerpo fue suficiente respuesta. Julián lo notó y se inclinó aún más hacia ella.


-Lucia, a veces, el peor error no es cometerlos... Es quedarse con las ganas- dijo él apenas murmurando.


Ella lo miró fijamente. Su pecho subía y bajaba rápidamente. Algo dentro suyo se rompió y se liberó al mismo tiempo.


El desenlace


Horas después, el mundo se detuvo tras una persiana a medio cerrar. Estaban en el departamento de Julian, un espacio decorado con buen gusto, pero a Lucia no le importaba nada de eso. Su atención estaba completamente en él.


-Todavia podés irte- dijo Julián parado frente a ella. Su camisa estaba desabotonada dejando al descubierto un pecho que la invitaba a dejarse llevar.


Ella no respondió. Simplemente avanzó hacía él, con pasos decididos, y en un solo movimiento, tomó su rostro entre las manos y lo besó. Fue un beso voraz, cargado de años de represión y deseos acumulados.


Sus manos exploraban cada rincón de su cuerpo, como si el tiempo fuera a detenerse. La luz tenue del atardecer se filtraba por las rendijas de la persiana, iluminándolos con un resplandor dorado. El la tomó por la cintura, levantándola con una fuerza que la hizo jadear.


-Sos hermosa, Lucia... Más de lo que debería permitirme- susurró Julián con su aliento cálido contra el cuello de ella.

-Calláte y no pares- respondió ella con una sonrisa cómplice, mientras lo guiaba hacia el sofá.


Las prendas cayeron al suelo, una tras otra, como un rastro de la pasión que los consumía.

Cada caricia, cada susurro, era una promesa incumplida que al fin tomaba forma. Los límites entre lo prohibido y lo correcto se desdibujaron por completo, dejando solo la urgencia de dos cuerpos que se buscaban como si fueran la única respuesta.


Cuando el éxtasis los alcanzó, todo se volvió un silencio cargado de electricidad. Julián la abrazó, apoyando su frente contra la de ella.


-Esto no termina acá- dijo él con voz grave y segura.

Lucía lo miró con una mezcla de miedo y anhelo. No respondió, pero su mano se quedó sobre el pecho de él, como si temiera dejarlo ir.


El timbre del celular de Lucía rompió el momento. Ella lo tomó de la mesa, dudando antes de mirar la pantalla: era Alfredo.


Se vistió en silencio, sin mirarlo a los ojos, pero antes de abrir la puerta, Julián se acercó por detrás, deslizando un papel en su bolsillo trasero.


-Llamáme. No importa cuando, yo voy a estar- dijo él, con el aliento en su oído.


Lucía salió del departamento, con el corazón desbocado y una sonrisa que no pudo ocultar.


Esa noche, mientras cenaba con Alfredo y los chicos, Lucía sentía el peso del papel que Julián había deslizado en su bolsillo. No lo había leído todavía, pero lo sentía ahí, como un latido. La sonrisa de su marido, cansada pero sincera, le provocaba una mezcla de furia y culpa consigo misma.


Cuando Alfredo se quedó dormido en el sillón frente a la televisión, Lucía fue al baño. Cerró la puerta con cuidado y sacó el papel.

"Siempre hay tiempo para otra historia". Debajo, un número de teléfono.


Suspiró profundamente y guardó el papel en su cartera, como si tirarlo o quemarlo fueran opciones demasiado definitivas. En el espejo, vió a una mujer diferente. Una que, a pesar de las dudas y miedos, no estaba lista para soltar lo que había descubierto.


El segundo encuentro


Pasaron tres días. Tres días en los que Lucía trató de convencerse de que debía olvidar todo. Pero, al final, como si sus dedos actuaran por voluntad propia, marcó el número.


—Sabía que me ibas a llamar —respondió Julián, con su voz grave y segura, como si hubiera estado esperando al otro lado del teléfono.

—No te hagas el que siempre tiene razón —dijo ella, intentando sonar firme, aunque la sonrisa en su rostro la delataba.

—Decime dónde y cuándo. El resto, lo dejo en tus manos.


Lucía dudó, pero finalmente susurró:

—Mañana, cinco de la tarde. En el bar donde nos vimos la última vez.


Cuando Julián llegó, ella ya estaba ahí, sentada junto a la ventana con un café delante. Vestía un vestido azul que acentuaba sus curvas, y su cabello corto estaba peinado con una elegancia que parecía casual, pero había tomado tiempo frente al espejo.


—Llegás temprano. ¿Te estoy afectando tanto? —dijo él con una sonrisa ladeada, sentándose frente a ella.


Lucía lo miró con una mezcla de desafío y nerviosismo.

—¿Qué querés de mí, Julián? —preguntó directamente, cruzando los brazos.


Él se inclinó hacia adelante, sus ojos buscando los de ella.

—Quiero lo que vos también querés. Lo que no podés decir en voz alta, pero que sentís cada vez que me ves.


Ella apartó la mirada, sintiéndose expuesta.

—Esto es una locura… —murmuró.

—Entonces seamos locos.


La intensidad de sus palabras la desarmó. No podía negar lo que pasaba entre ellos, aunque sabía que estaba jugando con fuego.


Un nuevo riesgo


Esa tarde no terminó en un café. Julián la llevó en su auto hasta una casa que tenía en un barrio vecino, un lugar donde nadie los conocía. Mientras caminaban hacia la puerta, Lucía sentía el corazón en la garganta.


—Estás segura, ¿no? —preguntó él, deteniéndose antes de abrir.

—No me hagas esa pregunta ahora —respondió ella, con una sonrisa nerviosa.


Cuando cruzaron la puerta, Julián la tomó por la cintura y la besó con una urgencia que la dejó sin aliento. Esta vez no hubo dudas ni palabras; sus cuerpos se encontraron con la misma intensidad que la primera vez, pero con una familiaridad que los hacía aún más peligrosos.


—Sos un problema que no quiero resolver —murmuró ella mientras sus uñas recorrían su espalda.

—Entonces quedate en el caos conmigo —respondió él, con una sonrisa provocadora.


El tiempo se detuvo nuevamente, y cada caricia, cada beso, fue una confirmación de que ya no había vuelta atrás.


La encrucijada


Al regresar a casa, Alfredo la estaba esperando. Su mirada cansada pero afectuosa la hizo sentir una punzada en el pecho. Él le preguntó cómo había pasado la tarde, y Lucía respondió con una excusa rápida.


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Esa noche, mientras Alfredo dormía, Lucía se quedó despierta, mirando el techo. No podía ignorar la pasión que Julián le despertaba, pero tampoco podía ignorar los años de matrimonio y los lazos familiares que la ataban.


La vida que había construido era cómoda, estable. Pero Julián… él era todo lo que había olvidado que podía sentir.


De pronto, el celular vibró sobre la mesa de luz. Era un mensaje de Julián:

"Esta historia recién empieza. Y no pienso ser solo un capítulo más."


Lucía cerró los ojos, consciente de que estaba atrapada entre dos mundos...


Consecuencias


Lucía despertó al día siguiente sintiendo el peso de sus decisiones. En el espejo, las ojeras revelaban las horas de insomnio que le había robado Julián, aunque no lo admitiría en voz alta. Su casa seguía siendo la misma, pero ella ya no lo era.


El quiebre con Alfredo


Alfredo notó algo diferente en ella. Esa noche, mientras cenaban con los chicos, dejó caer la cuchara sobre el plato y la miró fijamente.

—Lucía, ¿estás bien? Te noto distraída últimamente.


—Estoy bien, Alfredo —respondió ella con una sonrisa forzada, evitando su mirada.

—¿Estás segura? Porque siento que estás en otro lado.


Las palabras de Alfredo la atravesaron. ¿Era tan evidente? Tragó saliva y fingió normalidad.

—Es el cansancio, nada más.


Pero Alfredo no quedó convencido. Esa noche, mientras Lucía se daba una ducha, él revisó su celular por primera vez en años. No encontró nada. Lo guardó con un suspiro, pero la semilla de la duda estaba plantada.


Julián pide más


Días después, Lucía y Julián se encontraron nuevamente, esta vez en un parque lejos del barrio. Ella llegó con lentes de sol grandes y un gesto nervioso que no logró ocultar.


—¿Todo bien? —preguntó él, notando su tensión.


—No sé cuánto más pueda seguir con esto, Julián —dijo Lucía, cruzando los brazos.


Él se acercó, tomándola de las manos.

—¿Te arrepentís?


Lucía lo miró fijamente, sintiendo que la sinceridad era inevitable.

—No me arrepiento de vos, pero… tengo una familia. Dos hijos. Un marido que no merece esto.


Julián asintió, pero sus ojos no reflejaban resignación.

—Y, sin embargo, estás acá. No te estoy pidiendo que dejes nada, pero tampoco puedo ser solo una sombra en tu vida.


Sus palabras la golpearon. Él no era una aventura pasajera; era algo más. Algo que complicaba todo.


Las grietas familiares


Esa tarde, Alfredo llegó temprano a casa, un gesto raro en él. Lucía estaba en la cocina, perdida en sus pensamientos, cuando lo escuchó.


—Hablé con la escuela de los chicos —dijo Alfredo, entrando al comedor—. Parece que andan bastante distraídos.


Lucía lo miró, sorprendida.

—¿Distraídos? No sabía…


—Es porque vos tampoco estás prestando atención —respondió Alfredo, cortante. Su tono la hizo estremecerse.


—¿Qué querés decir? —preguntó ella, fingiendo calma.


—Que algo está pasando, Lucía. No sé qué, pero no sos la misma de antes.


Lucía sintió el suelo abrirse bajo sus pies. Las palabras se le atragantaban, y lo único que pudo hacer fue desviar la mirada.


Alfredo suspiró, apoyándose en la mesa.

—Si hay algo que quieras decirme, este es el momento.


Ella negó con la cabeza, temiendo que cualquier palabra la delatara.


El límite se cruza


Un mensaje de Julián llegó esa misma noche:

"Venite. Necesito verte."


Lucía lo leyó mientras Alfredo dormía. Sabía que no debía ir, pero su cuerpo parecía tener voluntad propia. Tomó su abrigo y salió en silencio, rogando que nadie se despertara.


En casa de Julián, la tensión era palpable. Él la recibió con una copa de vino en la mano y una mirada que mezclaba deseo y frustración.


—¿Hasta cuándo vamos a esconder esto? —preguntó él, casi exigiendo una respuesta.


—No puedo… —murmuró ella, pero él no la dejó terminar.


—No me digas eso otra vez, Lucía. O estoy en tu vida de verdad, o no estoy.


Lucía sintió que el peso de sus decisiones la aplastaba. Sabía que debía elegir, pero la elección era un abismo.


El impacto en los hijos


Al día siguiente, su hijo mayor, Tomás, la confrontó en la cocina.

—Ma, ¿qué pasa con vos y papá?


Lucía se quedó helada, sin saber cómo responder.

—¿De qué estás hablando?


—No sé, están raros. Vos salís tarde, papá está más callado que nunca. Se siente raro en casa.


Su corazón se encogió al darse cuenta de que sus hijos también estaban pagando el precio de su confusión.


Final abierto


Lucía pasó el resto del día lidiando con las miradas inquisitivas de Alfredo y el silencio incómodo de sus hijos. Cuando finalmente estuvo sola, se sentó en la cama con el celular en la mano. Un mensaje de Julián brillaba en la pantalla:

"Lo que sea que decidas, decilo pronto. No puedo ser una opción eterna."


Ella cerró los ojos, sintiendo las lágrimas correr por sus mejillas. Sabía que tenía que tomar una decisión, pero cada camino parecía llevarla a perder algo irremplazable.


El reloj marcó la medianoche. Lucía respiró hondo y marcó un número.


—Tenemos que hablar —dijo, con voz temblorosa.


¿A quién llamó? Eso queda para la próxima entrega...

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Gracias de corazón!❤️


Ariel Villar

Café Temperley


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