No me refiero a las secuelas sintomáticas que pueda haber dejado el contagio, sino a las cicatrices conductuales, algunas inconcientes y otras no tanto:
1. En lugares concurridos hablamos más fuerte pero se nos escucha con menos volumen. Perdimos la sonrisa, el gesto de labio inferior mordido por los incisivos como gesto de "que boludo!", el puchero, el piquito y el beso soplado a la distancia. Al que dejó estas cicatrices le decían "barbijo", pero como sonaba más a quirófano y no surtía el efecto psicológico buscado, más alguna "inclusiva" que tiró la bronca diciendo que las mujeres no tienen barba, lo llamaron: "Tapa-bocas".
Para la gran mayoría su uso es incómodo, más allá de la anoxia, que entre otras cosas disminuye el caudal de oxígeno necesario y al poco tiempo de tenerlo puesto ya no pensamos con claridad, y manejamos con los mismos reflejos que un excedido de alcohol en sangre.
Pero para no pocos, que toda su vida tuvieron una especie de fobia mezclada con asco al aliento, al perfume y al olor de la gente, el barbijo les vino como anillo al dedo. Estas personas para las que, en épocas pre-pandemicas, el frío significaba el alivio de usar bufanda o polera de cuello alto, para salir sin tener que respirar el asqueroso mundo circundante.
También el nos dejó incoherencias románticas, por no decir "Pelotudeces Premium", como cuando vas al centro odontológico (que de lógico le queda poco) y te disfrazan como para entrar a un quirófano, cofia y todo, después de haber estado a centímetros de la recepcionista, y de haber pasado por caja para pagar el co-pago o la diferencia que no te cubre tu asistencia médica, habiendo manoseado guita, para que finalmente te arreglen una carie cara a cara y Vos por supuesto, sin Barbijo, respirando forzado adentro de un cubículo de 2x2, enjuagandote la boca con agua que anda a saber de dónde carajo viene y con que.
2. Otra de las cicatrices conductuales es la drásticamente estúpida forma de saludar. Empezamos con el codo para no tocarnos las manos con la piel reseca de tanto alcohol, como si los virus no pudiesen aterrizar sobre la ropa y esperar agazapados el codazo para pegarse a la prenda de su próxima víctima.
Pero aún desde lo psicológico, seguía siendo un gesto físicamente muy cercano, además coreográficamente estúpido e incómodo. Esto hizo que los "virolos", digo, los virologos, tuvieran la brillantez de darse cuenta que durante el día es más fácil higienizarse las manos que andar con un lavarropas arriba de un changuito. Entonces nos cambiaron el codo por el puño, que no requiere estar físicamente tan cerca como para un codazo, con el efecto psicológico de reemplazar el afecto representado por un abrazo, un apretón de manos como símbolo de unión, de humanidad y ayuda, por la violencia de un puñetazo que siempre asociamos con intolerancia, odio y enemistad.
Pero también a esta cicatriz del saludo, varios sectores sociales le sacaron provecho. El caso de los mecánicos, que antes para despedir al cliente que acababa de pagar por el arreglo del coche, se tenían que lavar las manos con nafta para no darla con grasa. Porque claro, la grasa siempre queda del lado de la palma, con lo cual un toque a puño cerrado no mancha ni deja olor, ademas de revivir a un viejo dicho del acervo popular: "Más feo que chuparle los dedos a un mecánico!"
3. Para cerrar, daría la impresión que la cicatriz más jodida está aún en fase de descubrimiento, ya que a juzgar por todo lo expuesto, no sería descabellado pensar que el virus se aloja principalmente en la masa encefálica y no en las vías respiratorias, y el factor común a todas las cepas, es que tendrian avanzados conocimientos de electrónica neural, al punto de hacernos hacer todo tipo de pelotudeces sin el más mínimo Sentido Común, que sería a lo primero que se come...
Y las vacunas? Nooo! De eso no pienso escribir! Me resulta algo "incómodo" analizar un "Liquado de prevención estratégica politizada con finos toques de comercialización mundial bañado en crema de poder", servido en práctica jeringa como aperitivo de la Tercera Guerra Mundial.
Podría llegar a herir suceptibilidades...
Ariel Villar.
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