AMOR EN CLASE TURBULENTA
- 27 mar
- 4 Min. de lectura

—¿Sabés que nos van a enganchar en cualquier momento, no? —dijo ella, envuelta en la sábana, apoyada en el marco de la puerta.
Él, todavía en la cama, encendió un cigarrillo y la miró con esa sonrisa que la desarmaba.
—Si no pasó en dos años, no va a pasar ahora.
—Qué confiado. Un día nos distraemos y terminamos en un escándalo de consorcio.
—Y bueno, algo de emoción hay que meterle.
Ella se acercó y le quitó el cigarro de los labios.
—No sé qué tanto te gusta el vértigo, pero no sos vos el que tiene que aterrizar en una Low Cost con tormenta en Aeroparque.
—No, pero en la bolsa a veces se siente parecido.
—No te veo con cara de sufrir turbulencias.
—No me ves sufrir en general, nena.
Ella le sonrió. Le encantaba ese tipo. Con su cinismo, su pinta impecable, su seguridad. Podría estar con una modelo, pero no. Le gustaba jugar con fuego y ella era la chispa perfecta.
Se montó sobre él y lo besó.
—¿Seguro que no te doy miedo?
—Sos la cosa más peligrosa que tengo en mi vida.
—Entonces quédate quieto y disfrutá el desastre.
Se dejaron llevar, una vez más, sin importar nada. Hasta que el timbre del departamento de enfrente los interrumpió.
Ella rodó hacia el costado y se tapó con la sábana.
—¿Esperás a alguien?
—No…
Se puso el pantalón y se asomó por la mirilla.
Se le tensó la mandíbula.
Abrió la puerta y ahí estaba su hija.
—¿Qué hacés acá?
—¿Te molesta que venga a ver a mi viejo?
—No, pero podrías haber avisado…
—¿Por qué? ¿Interrumpo algo?
Antes de que él pudiera inventar una excusa, la hija vio la silueta femenina en el pasillo. La azafata intentó retroceder a su departamento, pero fue tarde.
—No puede ser… —murmuró la chica, con una mezcla de sorpresa y asco.
La azafata le sostuvo la mirada.
—Hola.
—Hola, nada. ¡¿Vos te estás acostando con mi papá?!
El trader cerró los ojos un segundo.
—Podemos hablar tranquilos…
—¡¿Qué tranquilos, papá?! ¡Tiene mi edad! ¡Es ridículo!
La azafata se cruzó de brazos, sin perder la calma.
—Mirá, entiendo que te choque, pero…
—¡No me expliques nada! ¡Esto es enfermizo!
La azafata levantó una ceja.
—Bueno, pará un poco. No soy un virus.
—¡No me hables como si fueras mi madrastra!
El trader se pasó una mano por la cara.
—Escuchame, no es lo que pensás…
—¿Ah, no? ¿Entonces qué es?
Silencio.
La azafata miró a su amante, esperando una respuesta. Él no dijo nada.
La hija negó con la cabeza.
—Qué vergüenza…
Se dio media vuelta y se fue.
Él cerró la puerta y la azafata suspiró.
—Bueh, un aterrizaje complicado.
—No es gracioso.
—Un poquito sí.
—Esto nos va a traer problemas.
Ella se acercó y le acomodó el cuello de la camisa.
—Para eso estamos los profesionales del aire.
Pero él no sonrió. Algo en su mundo se había movido, y ella lo notó.
Los días siguientes, él estuvo raro. No cortó la relación, pero se notaba que algo había cambiado.
Hasta que una mañana, mientras ella hacía la valija para su próximo vuelo, recibió un mensaje.
"Vuelo 3142. Mantenimiento pendiente. Precaución."
Era de un compañero de la aerolínea.
Se quedó mirando el uniforme colgado en la silla.
Pensó en llamar para zafar del vuelo.
Pero no lo hizo.
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El trader estaba en su departamento cuando recibió la notificación en el celular.
"Vuelo 3142. Desaparecido de radar a 50 km de San Luis."
Sintió un vértigo en el estómago.
Salió a la calle sin pensar.
Cuando llegó al lugar del siniestro, los rescatistas lo retuvieron.
—¿Pariente de algún pasajero?
No supo qué decir.
—Amigo —murmuró.
Le mostraron los restos encontrados.
Cuando vio el colgante plateado, su estómago se cerró.
Lo agarró con la punta de los dedos, como si quemara.
Y ahí, entendió que había perdido algo que nunca se había permitido llamar amor.
Pero que, claramente, lo era.
En otro lado de la ciudad, su hija vio la noticia en el teléfono.
"Accidente de vuelo 3142. No hay sobrevivientes."
Sintió un nudo en el pecho.
Tomó el celular y llamó a su padre.
—Pa…
—…
—Pa, yo… lo del otro día… me pasé…
Silencio.
—Pa, ¿estás ahí?
Se escuchó su respiración.
—Ella iba en ese avión.
La hija sintió un frío en el pecho.
—No…
—Sí.
Un largo silencio.
—No quería que terminara así.
—Yo tampoco.
Ella tragó saliva.
—Voy con vos.
—No hace falta.
—Voy.
Cortó y fue a buscarlo.
En el lugar del accidente, el trader estaba parado entre los restos calcinados del fuselaje.
Su hija llegó, lo vio y se quedó quieta.
Por primera vez, lo vio como un hombre roto. No como su papá.
Se acercó y le puso una mano en el hombro.
—¿La querías?
Él tardó en responder.
—No sé.
Ella le apretó el hombro.
—Sí sabés.
Él cerró los ojos.
La hija lo abrazó.
No dijeron nada más.
No hacía falta.
Fin.
Ariel Villar
Café Temperley☕
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Infinitas Gracias!
Ariel Villar
Café Temperley☕
Que buen desarrollo!👍