Amigos, amantes y otros desastres después de los 50
- 18 mar
- 5 Min. de lectura

Prólogo (o una advertencia necesaria)
Si tenés menos de 45, este libro no es para vos.
No porque no puedas leerlo, sino porque todavía creés que tenés todo el tiempo del mundo. Que podés dejar en visto a alguien una semana sin consecuencias, que el amor es un “vamos viendo”, que la fidelidad es opcional y que lo peor que te puede pasar es que se te acabe la batería en una cita.
Este libro es para los que ya pasamos por todo eso. Para los que sabemos que las oportunidades no son infinitas, que el deseo no tiene fecha de vencimiento y que la verdadera belleza no se encuentra en un filtro de Instagram, sino en la historia que hay detrás de cada cicatriz.
Si insistís en leerlo, adelante. Pero después no vengas a decir que no te avisé.
Capítulo 1 - La coartada perfecta
—Entonces, ¿con qué cara me vas a decir que fue una coincidencia? —preguntó Solange, levantando una ceja.
Marcelo, sentado enfrente, giró la copa de Malbec como si en el fondo del vino encontrara una respuesta mejor que la que tenía en mente.
—A ver, yo… yo solo entré al bar porque tenía sed. —Hizo una pausa y agregó con un guiño—: Y porque sabía que estabas acá.
Solange sonrió con una mezcla de ironía y ternura. A los 53 años, ya no se sorprendía fácil. Ni con excusas, ni con amantes espontáneos, ni con hombres que descubrían tarde que una mujer como ella no era reemplazable.
—Sos un boludo encantador, Marcelo —dijo, jugando con el borde de su copa—. Pero te lo voy a dejar pasar porque hoy me siento generosa.
Marcelo exhaló, aliviado. Habían compartido cinco años de pasión intensa, con idas y vueltas que harían temblar a cualquier veinteañero adicto al drama. Pero a diferencia de ellos, ellos sabían cuándo cortar a tiempo y cuándo volver a cruzarse sin rencores.
—Vos sabés que la generosidad en una mujer como vos es un arma de doble filo, ¿no? —agregó él, apoyando un codo en la mesa.
Solange rió. Lo que más le gustaba de Marcelo era eso: su capacidad de desafiarla sin subestimarla. Y también, si vamos a ser sinceros, la manera en que se seguía viendo de espaldas. Porque sí, a los 50 y pico, un hombre con cuerpo trabajado, seguridad en sí mismo y una mirada que no pide permiso es infinitamente más atractivo que cualquier pibe que todavía no puede comprometerse ni con su operador de internet.
Capítulo 2 - El problema de salir con alguien sin pasado
Victoria, 52 años, soltera, atractiva y con más historias encima que una librería de usados, había decidido darle una oportunidad a un hombre de 38.
—Va a estar bueno, ¿no? —se había dicho, mientras se probaba un vestido que destacaba exactamente lo que tenía que destacar.
Error.
La cita arrancó bien. Hasta que él, después de hacer un comentario sobre lo agotadora que era su semana laboral, agregó:
—Vos no entendés, Vicky, mi jefe me tiene explotado. Es que vos ya no tenés que lidiar con esas cosas.
Victoria parpadeó.
—¿Disculpame?
—Bueno, vos ya pasaste por todo eso —dijo él, sonriendo como si acabara de hacerle un halago.
Victoria tomó aire. Quiso explicarle que, a diferencia de él, ella había construido su propia empresa. Que sí, que había lidiado con jefes, pero que ahora ella era la jefa. Pero no valía la pena.
Hay cosas que no se pueden explicar. Como la madurez. Como la seguridad. Como la diferencia entre alguien que vive en una agenda de “vamos viendo” y alguien que elige con certeza lo que quiere y lo que no.
Así que en lugar de explicarlo, terminó su copa, se levantó de la mesa y le dejó el café pago.
No hay que perder tiempo en educar a quien no tiene interés en aprender.
Te sirvo un cafecito?
Capítulo 3 - La revancha de los atractivos después de los 50
Diego había escuchado toda su vida que la juventud era sinónimo de belleza.
—Mirá, disfrutá ahora que después viene la decadencia —le decía su viejo, que a los 50 ya había bajado los brazos y subido 15 kilos.
Pero Diego no compró esa idea. A los 54, estaba mejor que nunca. Se entrenaba tres veces por semana, tenía más confianza que a los 30 y, sobre todo, ya no tenía la necesidad de demostrarle nada a nadie.
Una noche, en una fiesta, una mujer de 32 años lo miró con curiosidad.
—¿Sabés qué me sorprende de vos? —le dijo ella, con una copa en la mano—. Que no parecés de tu edad.
Diego sonrió.
—¿Y qué se supone que debería parecer?
—No sé… más aburrido. Más serio.
—Te olvidaste de decir “más acabado”.
Ella rió, incómoda.
—Bueno, tampoco quería decir eso.
Diego le guiñó un ojo.
—Los de mi edad ya aprendimos que lo atractivo no está en la edad, sino en la actitud.
Al final de la noche, cuando ella le pidió su número, él lo pensó un segundo. Y después decidió que no. Porque también había aprendido que una mujer que asume que lo interesante viene solo con la juventud no es alguien con quien valga la pena perder el tiempo.
Capítulo 4 - Cuando el pasado insiste en volver
Clara no creía en las segundas oportunidades. Hasta que Juan apareció en su puerta después de 12 años con la misma sonrisa y una bolsa de medialunas.
—Dale, invítame un café —dijo él—. No es un pedido romántico, es que olvidé desayunar.
Ella lo miró con desconfianza, pero le hizo lugar. A los 56, una sabe cuándo un hombre viene con intenciones y cuándo solo tiene hambre.
Se sentaron en la mesa de la cocina. Juan, con el mismo descaro de siempre, mordió una medialuna y le dijo:
—Te arrepentiste de haberme dejado, ¿no?
Clara sonrió.
—No, pero admito que no me arrepentí de todo.
—¿Por ejemplo?
—De tu manera de besar.
Juan levantó la mirada.
—Eso se puede solucionar.
Clara tomó un sorbo de café y respondió:
—La teoría dice que sí. La práctica… veremos.
Porque una cosa es no creer en las segundas oportunidades. Y otra es no tentarse con ellas.
Epílogo - La mejor edad es la que sabemos aprovechar
A los 50, entendimos que lo mejor que podíamos tener era tiempo, deseo y lucidez para hacer lo que se nos cante el carajo.
La edad no define nada. La actitud, sí.
Y para los que todavía creen que los 50 son el principio del declive, les tengo noticias: recién estamos calentando motores.
Ariel Villar
Café Temperley☕
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Ariel Villar
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