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El amor según el Roca: Entre alfajores vencidos y milagros

Foto del escritor: Ariel VillarAriel Villar
El amor según el Roca

-¿Vos te das cuenta de que si existiera un campeonato del amor tóxico, ya estaríamos en la Libertadores? –dijo Carla, mientras trataba de esquivar un vendedor de churros que casi le clavaba la caja en la cabeza.


Franco soltó una carcajada que hizo eco en el vagón.


-¡Claro! Pero vos serías la hinchada que me insulta y después me perdona porque “en el fondo me ama”.


Carla lo fulminó con la mirada. Amarlo a Franco era como tener un perro que se hace pis adentro: lo querés, pero te dan ganas de regalarlo por Mercado Libre cada tanto. Ella, criada a mate cocido y misa de domingos. Él, formado a base de fernet, memes del Diego y partidos de ascenso.


Todo había explotado esa mañana, en el tren Roca. Carla había sacado el tarot en el viaje para mostrarle cómo “la energía del universo te guía”.


-Esta carta dice que tenés que dejar de ser tan cabeza dura –le dijo, mostrándole “El Colgado”.

-Sí, claro, y la quiniela dice que juegue al 17 porque soñé con un sapo. ¿Querés que mezclemos todo y le preguntemos al 0800-Dios?


La señora de enfrente, que parecía vivir de meterse en conversaciones ajenas, no perdió la oportunidad:

-Nena, los hombres son como el Roca. Lentos, ruidosos y siempre llenos de excusas. Pero, si te llevan a destino, bancatelos.


Franco, que venía mascando un alfajor que claramente había visto mejores días, levantó la mano como si le hubiera tirado un centro Messi.


-¿Ves, Carla? Soy tu tren del amor. No tengo aire acondicionado, pero llego.


-Caradura –le contestó ella–. Llegás tarde, roto y encima te subís a cualquier estación que se te cruza.


El vagón explotó en risas. Incluso un pibe con auriculares gigantes se los sacó para escuchar mejor.


Cuando llegaron a Constitución, Franco intentó redimirse.


-Mirá, amor, prometo que esta semana no te contradigo. ¿A dónde querés ir?

Carla, que ya estaba considerando seriamente mudarse a otro planeta, respiró hondo.


-Vamos a desayunar. Pero si pedís medialunas de ayer como esas porquerías que comés, te dejo en la mesa.


En el bar, mientras ella leía su horóscopo y él jugaba al truco online, Franco tiró la pregunta que detonó todo:

-Che, ¿y si soñás un número para la quiniela? Digo, ya que tus chakras y los astros están tan sincronizados…


Carla le clavó la mirada.

-Si soñara un número, sería el 56: la caída. Porque vos me caés mal cada dos horas.


Franco se tentó de risa y estiró la mano para agarrarle la suya.

-Bueno, pero siempre te levanto, ¿o no?


Y ahí estaba otra vez. El desgraciado tenía razón. Franco era un desastre, pero era SU desastre. En el conurbano, entre trenes que no llegan y alfajores vencidos, eso ya era suficiente para seguir apostando al milagro.


Ariel Villar

Café Temperley

 

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Café Temperley

 

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